La poesía norteamericana es sumamente influyente en Latinoamérica y en especial en nuestro país, pero la historia de sus relaciones bibliográficas aún está por escribirse. En México podemos anotar en la segunda mitad del siglo XX tres momentos fundamentales, la Antología de poesía norteamericana de Agustí Bartra, que tuvo un gran efecto y desde su primera aparición se sigue reimprimiendo una y otra vez. Muchos años después la extensa selección Más de dos siglos de poesía norteamericana, preparada por Alberto Blanco, en dos tomos, y que a su vez se volvió –al reunir distintos traductores con traducciones muchas veces ya hechas–, una especie de antología de traducciones. Y la tercera es la antología hecha por Eliot Weinberger, importante escritor y crítico norteamericano, con una subrayada relación con México, entre otras cosas como traductor al inglés de Octavio Paz.
Valdría la pena mencionar que entre la primera antología mencionada, la de Bartra y las dos segundas, medió la aparición de una revista muy importante para la relación inglés-español en poesía: El corno emplumado. La importancia de la revista ha crecido con el tiempo y a ella se debe en buena medida la importancia que tuvo el movimiento beat y la escuela de San Francisco en español, sobre todo en México. La obvia ruptura que se provoca en la poesía de los nacidos en los treinta, de José Emilio Pacheco a Sergio Mondragón y Homero Aridjis, se debe a esa revista y a la novedad que significó para la sintaxis y la prosodia el estilo beat.
En el siglo XXI tenemos, empezando su segunda década, otra antología (aunque sobre esta designación hablaremos más adelante), La escuela de Wallace Stevens, de Harold Bloom en traducción de Jeannette L. Clariond, llamada a convertirse en un hito de las relaciones entre el inglés y el español lírico. Y esto se debe a que por un lado la antología la firma uno de los críticos literarios más influyentes –si no el que más– en los años más recientes y por otro lado propone una línea –eso que designa “la escuela de Wallace Stevens” – menos frecuentada por los lectores mexicanos.
Si hay antecedes célebres de poetas traductores que dieron a conocer y divulgaron la lírica norteamericana en español, como Salomón de la Selva, Salvador Novo y Alberto Girri, hay que sumar ya más recientemente a José Vicente Anaya, Alberto Blanco, Heriberto Yépez y otros. El trabajo de Jeannette Clariond en La escuela de Wallace Stevens es notable, tanto por la interacción que mantiene con el antólogo, Harold Bloom, como por echarse a la espalda ella sola ese trabajo de traducción, y con eso darle mayor unidad estilística al libro en conjunto.
Hay que señalar, además, que el libro aparece en un momento en que el trabajo de traducción al español de literatura en inglés está pasando por un momento privilegiado, empezando por el propio Shakespeare canonizado por Bloom, por ejemplo en las traducciones “mexicanas” de Hamlet de Tomás Segovia, El rey Juan de Pedro serrano y de Lucrecia de José Luis Rivas. Así que antes de entrar directamente en La escuela de Wallace Stevens hablemos un poco de los antecedentes.
Nunca han faltado intentos de acercamiento a la lírica del vecino país del norte, pero también es cierto que no ha habido, no hay aún, un esfuerzo concertado por hacerlo de manera conjunta, coherente y panorámico, a la vez que se resaltan obras y autores puntuales. Esfuerzos editoriales de sellos como El Tucán de Virginia y, más recientemente, Aldus y Mangos de hacha. En ese contexto La escuela está llamada a jugar un poco la labor que desempeñó hace unos diez años La generación del cordero (Carlos López Beltrán y Pedro Serrano, Trilce editores) respecto a la lírica inglesa.
Es muy importante señalar que La escuela de Wallace Stevens es algo más y algo menos que una antología: una propuesta de lectura de la lírica actual desde un punto de vista interesado, mismo que, para mayor riqueza del libro, no es el que comúnmente se tiene respecto a ella. Algo de eso hay ya en la de Eliot Weinberger, a diferencia de las de Bartra y Blanco, pero más fluctuante u oscilante en su camino. Bloom da a esta una línea muy bien definida aunque no necesariamente única y mucho menos dogmática. Por eso hay que aprovecharla en México y en español para entrarle a un corpus poético que, pasado el deslumbramiento beat, ha sido mucho menos atendido de lo que debiera.
Jeannette: Me gustaría saber algo más de la manera en que trabajaron tú y Bloom el libro. ¿Existe una edición en inglés?
No, no existe en inglés en cuanto tal. La edición en castellano la trabajé desde la perspectiva de Stevens: “La realidad hay que imaginarla cada día en el poema.” Lo que existe es la edición independiente de algunos de los textos introductorios. Los edité, de acuerdo con Bloom, dejando lo esencial, eliminé algunas cosas y añadí otras que habían sido abordadas en los seminarios, más lo que llegamos a hablar en las largas caminatas rumbo a su casa o en Yale. Él me sugirió que así lo hiciera. Creo que Bloom elige a Stevens como eje fundador del libro por ser un poeta del pensamiento, cuya búsqueda es el orden a través del poder de la imaginación. Es como trabaja el crítico: La belleza es la verdad, la verdad es belleza... Keats es sin duda un modelo para Bloom.
Mencionas que tu relación con él empezó cuando le pediste un prólogo para la traducción de Charles Wright y él te invitó a participar en su seminario.
Así fue. Durante casi cinco años asistí a sus seminarios. Bloom había escuchado sobre mi traducción de Zodiaco negro y, al entregarme el prólogo, me ofreció la beca para atender sus cursos en Yale. Acepté sin darme cuenta de lo que vendría. Había terminado una tesis en la que había trabajado con un marco teórico fundamentado en el mito en contraposición a la “verdad” por lo que me sentía algo más segura. Pero nunca se está del todo preparado para entrar a lo que implica la incertidumbre. Yale era para mí la diversidad, el encuentro con todos los mundos menos el norteamericano. El trayecto de Monterrey a New Haven era más largo que un viaje a Europa. En muchas ocasiones pensé en abandonar el proyecto, pero al sentarme en esa mesa rodeada por jóvenes brillantes venidos de diversos países e ideas, y extrañas lenguas, se ampliaba mi visión sobre la poesía.
No sé si conoces lo que escribió Juan Villoro sobre el seminario de Bloom en De eso se trata.
Juan ve la vida como novelista, a pesar de tener bases plenamente poéticas en su mirada; hemos coincidido en más de una ocasión en algún vuelo: él viene leyendo a Cercas durante 12 horas asombrado por la estructura y la forma de narrar batallas, y yo cargo en mi bolso de mano 5 ó 6 hojas, intentando dar solución a uno o acaso dos salmos de Merwin, cada uno en su trabajo, mirando las cosas desde una poética diversa.
Cuéntame un poco del seminario, de cómo pensaron en este libro y de cómo funcionó el proceso –entiendo que él seleccionó los poetas y discutían los poemas a incluir, qué tan receptivo fue a tus propuestas, qué tanto discutían.
Eran dos seminarios: uno sobre Shakespeare y otro sobre poesía norteamericana contemporánea. En este último nos centramos para la elaboración del listado. Al final, agregue dos poetas: Li-Young Lee y William Wadsworth, él quiso incluir a dos cuya obra yo conocía y que no hubiese podido traducir porque no van en mi canon. Es esencial creer en quienes traduces.
Por otro lado, tu prólogo me parece muy bueno, pero no mencionas ninguna de las antologías de poesía norteamericana hechas antes –pienso en dos especialmente, la de la UNAM en dos tomos, y la de Eliot Weinberger-. Son muy distintas y me gustaría intentar establecer un diálogo entre ellas y la tuya.
Sería tarea del lector. La antología de la UNAM incluye muchos poetas pero también muchas voces traductoras, y eso se advierte de inmediato. Algunos de los poetas coinciden en su expresión, pero lo que interesa decir es que un traductor que no conoce la tradición que traduce, no puede dar con el sentido. Eso no quiere decir que una traducción sea mejor que otra, hablo del sonido, y de la fidelidad.
También me gustaría saber algo de tu relación personal con el inglés, no la anecdótica sino cómo vives ese idioma.
Creo que en la lengua está el origen de los afectos. Mi madre me habló siempre en inglés, y yo me eduqué en esa lengua en el extranjero. Lo vivo como si fuese un eje estructurador, pienso muchas de las veces en inglés, llevo grabadas frases esenciales, versos, poemas enteros, plegarias. Por afecto entiendo el sentido spinosiano de cómo somos afectados por la lengua. Quise acercar a mi madre invitándola a que tradujera. Ella hablaba a la perfección el inglés, el árabe y el español. Acabas haciendo en la vida eso que querrías para los que amas, sobre todo cuando de vida o muerte, cordura o locura se trata. Es así la forma en que a mí me llega la traducción: una salvación o una muerte.
Me parece muy importante e interesante la diferencia entre antología y escuela, me podrías abundar en ello.
Salvo que se trate de una muestra temática o un conjunto de autores delimitado por épocas, la antología no requiere de un hilo conductor. La “escuela” en cambio marca las pautas de una tradición (lo que se entrega) y obliga a buscar los orígenes, que quizá sea algo que ha importado siempre a Bloom. En la tradición se suele trabajar rastreando el origen, es otra manera de leer los textos, a partir de sus fuentes. Una tradición lleva implícito un tono sagrado, porque ha sido entregado como ofrenda. De ahí su tono religioso. La tradición reclama unidad, la antología un criterio personal. Ambas prácticas suelen ser necesarias. Mientras que una es gozosa, la otra formativa. La tradición conduce más a una investigación elaborada, que a gustos o preferencias poéticas.
A partir de Wallace Stevens la religiosidad está muy presente. Cómo la vives como persona y como lectora.
Entiendo la poesía como unidad. Pellicer decía que la vida era el arte del encuentro, me pregunto si no será reencuentro. No en el sentido platónico, sino la imagen de una luz encendiendo las ruinas. El poeta tiene necesidad de unirse con esas partes suyas que va dejando en su paso por la vida y, que tarde que temprano debe regresar a buscar, sea en el campo, en la naturaleza, en otros ojos, en el silencio del mar. Al Dios de Stevens lo define de esta forma: “The major poetic idea in the world is and always has been the idea of God. The figures of the essential poets should be spiritual figures.” Las figuras poéticas son espirituales porque pertenecen al terreno de lo humano, único capaz de reinventar la realidad a partir de esa primera idea que, en ocasiones, el mismo Stevens plantea como Ficción Suprema.
Por otro lado, el brinco entre Stevens y Crane y Bishop, sobre todo el primero, que es bastante brusco, hace pensar que en un cierto periodo, digamos de los veinte a los cuarenta del siglo XX, la escuela de Stevens estuvo escondida ¿es así? ¿Por qué?
Más que escondida, menos estudiada. Y como escuela no me parece que existiese. Se decidió dar este título al libro por ser Stevens el poeta más estudiado en los seminarios, allí se daba ese “rastreo” de influencias, y Stevens es el punto donde imagen y pensamiento se unen para crear la Idea. “Farewell to an idea”, es el inicio del gran poema “Auroras de otoño”, que pudiese haberse traducido como “Despedirse de una idea”, pero opté por “Desprenderse de…”, y lo hice propositivamente pensando en otros poemas del libro, como por ejemplo un verso de Mark Strand: “Los adioses nunca son definitivos”. No puedes despedirte de nada porque lo que pasa por tu vida está para quedarse, unas veces es costra; otras, cicatriz y, en las más afortunadas ocasiones, es llaga que no cesa de manar. Vico urgía al poeta a originarse a sí mismo, re-imaginar su propio origen desde su memoria-olvido, un registro del ser que solo la memoria poética puede recrear, más marcado en Merrill, Wright, Carson… poetas de la memoria.
Como uno de mis intereses es la relación de la poesía norteamericana con la mexicana y latinoamericana me gustaría saber si conoces traducciones de Stevens al español y cuáles te parecen buenas. Qué poetas consideras que en español hayan recibido influencia de Stevens.
Conozco la traducción de Sánchez Robayna, y otras en ediciones más pequeñas que la de Galaxia. En lo personal Sánchez Robayna me parece un excelente traductor, sé que ha creado una escuela de traductores pero en libros extensos resulta peligroso. Hay que revisar los nexos entre poetas, ver qué une a un poeta con otro. En el caso de Bishop, un verso de Fin de marzo dice: “[…] con botas de goma seguimos/ las huellas de los perros en la húmeda arena”. Cuando muere Bishop, May Swenson le dedica un poema que lleva dos versos-homenaje: “seguimos las huellas de los perros/ en la húmeda arena.” Si no fuese uno solo el traductor, no los habría hecho coincidir, y “la escuela” se notaría menos, o no se advertiría en sus sutilezas.
Elizabeth Bishop vivió en Brasil entre 1951 y 1967, y establece una relación de amor con Lota de Macedo, hermosamente contada en el libro de Carmen de Oliveira, Flores raras y banalísimas, publicado también por Vaso Roto, que le abrió las puertas del mundo cultural brasileño. Reúne una antología que cuenta con la colaboración de importantes poetas norteamericanos como W. S. Merwin, Mark Strand, James Merrill o Richard Wilbur, influencia que permea la poesía anglosajona que, a su vez, revive el gran momento creativo de la poesía brasileña en la segunda mitad del siglo XX: Manuel Bandeira, Cecilia Meireles, Carlos Drummond de Andrade, Vinícius de Moraes, João Cabral de Melo Neto o Ferreira Gullar.
Por otra parte, Octavio Paz está traduciendo El monumento de Bishop, Borges Domingo por la mañana, Neruda a Whitman, Merrill a Rilke, y alguien más a Mallarmé. Stevens tuvo relación con el grupo “Orígenes”, pero él, Eliot y Pound, fueron poetas mentales, que no es lo mismo que reflexivos o filosóficos. Mira cómo influyó Pound en la obra de Gonzalo Rojas, y Eliot en Pacheco.
Cómo ves la relación de la poesía norteamericana con la inglesa, precisamente partiendo de Wallace Stevens.
Con Stevens se da algo singularísimo precisamente por su interés en los poetas románticos, tanto alemanes como ingleses aunque, desde mi entender, todo este movimiento inicia en realidad a través de la lectura de Plutarco. Aunque gran parte de su vida la pasó en Queronea, donde fue iniciado en los misterios del dios griego Apolo, en el Oráculo de Delfos. Shakespeare parafrasea constantemente fragmentos de Vidas paralelas en Julio César, Coriolano y Antonio y Cleopatra. R.W. Emerson y los trascendentalistas estuvieron –por otra parte– muy influenciados por los Moralia. Tampoco hay que olvidar al Dr. Johnson, de quien James Boswell escribiera una brillante biografía traducida por Miguel Martínez-Lage, insuperable por parte de ambos: autor y traductor. Dryden, Browning, Milton…, todos escriben bajo el ojo conductor de Johnson.
El hecho de que los románticos volvieran a la idea del pensamiento, de la visión, de la gracia, nos obliga a retomar la poesía como adivinatoria, divina, profética, visionaria, y a regresar la mirada al origen, a los clásicos, a los textos sagrados: Eclesiastés (Ceronetti), Job (Fina García Marruz), Isaías (Charles Wright), Juan de Yepes (Gonzalo Rojas), Génesis (Lizalde). De ahí se desprende la idea de Dios, del orden, del universo, que si bien en Stevens son figuras del pensamiento, se extenderá y se analizará desde la fortaleza del poeta quien vive el arte como pasión, unidad, unión con una fuerza superior dirigida a la recuperación del Paraíso perdido.
Harold Bloom ha sido siempre mirado desde una óptica del Canon. Cuando escribe sobre religión norteamericana te da a ver –como Plutarco– una tesis sobre la moral. Plutarco también, como Bloom, estableció analogías entre dos personajes: Coriolano y Alcibíades; Lisandro y Sila; Alejandro y Julio César; Sertorio y Eumenes… Hace diez años no habría podido hacer esta traducción: tuve que leerlo y releerlo para entender el modo en que utiliza determinados conceptos. Cuando habla de “strong poet” lo toma de Nietzsche, quien alude al habla como la posibilidad de nombrar aquello que surge de la fuerza “strange”, una lucha que se libera entre lo consciente y el inconsciente. En otros libros se traduce literalmente como “fuerte” sin implicar el verdadero sentido.
Sus lecturas poéticas lo llevan siempre a dos cuestiones: 1) Lo fuerte, 2) El origen, y por origen entiendo lo re-originario de Vico quien, más que Descartes, habla de esta crítica del pensamiento puro. No se nos olvide la gran ironía desplegada por Bloom en la elección del título Western Canon, ni tampoco su gran sentido del humor, y esta ironía se advierte como mofa o burla a la religión predominante: según el DRAE en su octava acepción, canon significa “catálogo de los libros tenidos por la Iglesia católica u otra confesión religiosa como auténticamente sagrados”. No dudo que para Bloom la literatura sea una suerte de religiosidad. Pero al leer su estudio sobre Iahvé se puede advertir el conocimiento de las diversas religiones que han venido ocupando el territorio norteamericano. ¿Habrá reaccionado el lector de Plutarco como ha reaccionado ante Bloom? Emerson por otra parte fue considerado el pensador más importante de Estados Unidos, en donde no era leído como filósofo, pero sí como un académico interesado en las corrientes filosóficas europeas. Paradójicamente, filósofos y pensadores europeos pronto lo leyeron convirtiéndolo en punto de unión entre la poesía norteamericana y la poesía romántica inglesa. J. S. Mill, Coleridge, Wordsworth y Carlyle, entre otros, nos hablan de la originalidad de la ideas de Emerson, sin embargo, sería Nietzsche el primer gran filósofo en reconocer el valor de su pensamiento adoptándolo de manera tal que la tercera "consideración intempestiva", así como algunas partes de la Genealogía de la moral, son incomprensibles sin Emerson. Esta interpretación muestra, por encima de otras consideraciones, la relevancia de la obra de Emerson en el interior del canon filosófico. No hay que olvidar tampoco que Emerson escribe su libro On Nature mirando un jardín botánico de París.
Antiguamente a las antologías se les llamaba florilegios. En la palabra hay evidentemente un eco botánico. Por eso la idea y la presencia de un jardín botánico me parece ideal para concluir esta conversación. La escuela de Wallace Stevens está llamado a ser un hito en la compleja y no siempre bien correspondida relación entre la poesía norteamericana y sus lectores en México.