No. 61 / Agosto 2013 |
Esta región donde se ubican los poemas, en más de una ocasión dolida en su insularidad, muchas veces apeló a los ensueños de futuro. Tal vez como contraparte de las que circularon en tiempos de modernización acelerada, las que aparecieron a caballo del los siglos XIX y XX, se escribe este texto que fantasea el restablecimiento en otro lugar, que es siempre éste, en otro tiempo, que no deja de ser la actualidad. En la portada de este nuevo libro de Germán Arens prevalecen los tonos oscuros, la imagen se conforma solo como resultado de los brillos de luces artificiales que aparece entre el cielo que se vuelve negro y la tierra definitivamente opaca. No es fácil saber si es un atardecer o son esas luces las que proyectan una ligera luminosidad en el horizonte, una inquietante luz en la noche, algo que a nosotros, los bahienses, nos permite distinguir en lo que para otros es la posibilidad de una ciudad futurista, no otra cosa que el parque industrial local. En la misma zona, pero más al sur de esta ciudad, se instala la ficción. Desde esa primera aproximación y ya en las páginas iniciales, las dimensiones temporales y geográficas se entrelazan para el lector, se entraman en la historia, la ciencia ficción, las guerrillas urbanas, la polución ambiental y la Tercera Guerra Mundial para conformar, al ritmo del verso que irradia lo conversado, un relato por demás atractivo. Por su extensión, el título mismo se encarama en el plano del relato, la presentación con la imagen comentada y esa larga denominación ya cuentan algo, proveen datos sustanciales de la historia que vamos a conocer, una historia que nombra al planeta Tierra como escenario pero urde su recorrido en una geografía restringida, el sudoeste bonaerense, el este rionegrino. ¿El lugar elegido? ¿un axis mundi? El libro perfila una historia atravesada por niveles de ligazón disímiles, donde fluctúan los elementos costumbristas que se imponen en los pueblos pequeños con sus previsibles rutinas, junto a una mesurada imaginación muy atenta a los emergentes de ficción regionales, que van desde la anécdota en la visita cotidiana a un comercio, la incorporación de supuestas composiciones artísticas de celebridades de esa región —como el poeta Benassi o el payador Alderete—, a los relatos de encuentros con otros mundos, sin dejar de lado la protesta popular o la acción armada como formas de sublevación frente a las arbitrariedades del poder. Una invitación a un buen coctel. Es allí, en la fuerza de esos relatos locales, que son los de cualquier pueblo pequeño, donde los nombres y los apodos se dimensionan, se encarnan en historias, el nombre gana su potencial primario, encripta a cada uno de los personajes, los designa y los califica, dibuja un trazo de su presencia en la memoria colectiva. Cuando en una comunidad se nombra, se historiza, se define una identidad, incluso se puede establecer un cierto acercamiento entre niveles sociales y jerarquías. Ahí afinca este conjunto compuesto como una rapsodia bastante pareja de géneros cercanos al periodismo, al habla coloquial, al informe técnico. Sobre esa capacidad de los nombres y esta combinación de formas se resuelve el propósito del libro que se presenta en el modo del relato histórico y ensaya una proyección a un futuro que excede nuestra actualidad. De la profecía apocalíptica que abre el libro, se pasa a una larga cronología inaugurada con la campaña de Roca —que es también un acontecimiento ineludible en la fundación del pueblo—, a la llegada del ferrocarril o a los ecos locales de la Revolución Libertadora; los hechos están en la médula de la historia moderna —y a veces trágica— de este lugar del sur del país. Una sucesión cronológica se cierra con un paréntesis y un guión de diálogo que anuncia “Algo de lo sucedido en tiempos posteriores está escrito a continuación”, un guión necesario para sugerir que, por sobre todo, ésta no es una versión oficial, sino el fruto de la conversación abierta. Las textualidades a las que apela dan un efecto de mixtura que nos sitúa en la sensación de cambios que implican esa cantidad de años que transcurren desde el inicio de la Argentina moderna hasta el anunciado fin de los tiempos en el planeta y su posible restauración como ambicioso recorrido del texto. Por todo esto y por la particular apropiación de la lengua en cada uno de los poemas, es un texto que se lee al ritmo de una novela donde los personajes se conforman en la idiosincrasia del lugar, como los hermanos Cigarra, hombres con “alas traslúcidas”, el poeta Fabián Benassi o Enrique , el extraterrestre. Inscriptos en la situación por el habla o por detalles en apariencia menores como la datación de su domicilio —anclajes tanto espaciales como políticos—, ahí están estos elegidos para lo que luego será la aventura intergaláctica; no son figuras ideales sino que aparecen en medio de la acción y una carga de marginación los suele identificar, en parte por la zona en que residen, en parte, por su lugar en el sistema económico, como Barilatis que perdió el trabajo a manos de un robot en los noventa y puso una FM, como el carnicero González que ensaya infructuosamente un marketing casero de sillas rojas. Son figuras que, desde su localización específica, aparecen inscriptas directa o indirectamente en un entramado macropolítico: el menemismo, el kirchnerismo, la política exterior norteamericana. La ficción futurista siempre hace un giro sobre los acontecimientos del presente. Aunque el lenguaje es móvil, el texto prefiere sus formas quietas, aprovecha el lenguaje congelado o anquilosado de las leyes, de las cronologías al modo de las enciclopedias, o los enunciados propios del prontuario —porque en los hechos no faltan las aristas policiales—, de las formas más corrientes del lenguaje periodístico, de las instancias previsibles de la entrevista, en una disposición muchas veces formularia, muy informativa, para redirigirlos a nuevas zonas de significación. De esta manera, Arens hace la historia con un conjunto de objetos transparentes que logran la refracción (del sentido) en estos oportunos modos de combinación. |
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