No. 74 / Noviembre 2014 |
Si consideramos el ejercicio del traductor como un momento poético de creación, todo poema trasladado de una lengua a otra es innovación que sortea obstáculos, a veces afortunada y otras no lograda en su objetivo. Hay una recuperación incompleta del poema cuya consecuencia, en el mejor de los casos, es la invención del mismo. Entonces, las preguntas que se nos espetan en la cara son categóricas y definitivas: ¿cómo no socavar la intención del autor con una aproximación demasiado literal de sus letras?, ¿cómo permanecer fiel a una lengua desde la riqueza lírica de otro idioma? Si la palabra en la poesía no es la misma que la del habla, ¿será que el traductor se enfrenta a una batalla pírrica, una condena que anuncia de antemano la pérdida? La dificultad inherente que impone la fonética de un idioma frente a otro obligó a Espaillat a tomar decisiones drásticas. Sacrifica por momentos la música de Wilbur en aras de capturar fielmente el significado y sentido de sus versos, lo cual hace sonar al poeta como un heredero de Antonio Plaza, más que de Poe o Frost. Sin embargo, la firmeza del poema nunca se pierde en su traslación lingüística: Espaillat apuesta por la fidelidad del sentido. No hay sacrificio en vano: Espaillat recrea el poema de Wilbur sin dejar los remanentes metafísicos que flotan en las estrofas del poeta –la profundidad de la existencia en vilo. ¿Puede el idioma tornarse en una barrera infranqueable para su prolongación lírica? Los residuos que permanecen tras la destilación lingüística son en general atinados y bien logrados: un remanente que a través de su mutación lingüística sigue fiel a su fuente pero también a sí mismo. Perder en ritmo para ganar en sentido o abonar en el sonido cuando es imprescindible a su significado: los juegos de palabras se malgastan e incluso se pierden. En la eterna pugna por dejar intacta la sustancia poética, Espaillat no sale del todo avante: el aliento del mundo no se disuelve en la opacidad de lo incomprensible: se captura el sentido, pero se sacrifica la musicalidad y el ritmo: In any company, he listens hardEl mundo es el abecedario con el que Wilbur construye sus poemas, mismo que decanta en una descripción lenta y matizada de sus colores y formas. Estamos frente a una estética realista muy cercana al detalle preciso de la poética imaginista de Pound, pero más próxima a la economía de Frost. No hay en Wilbur un fulgor anacrónico que a mi parecer no se justifique en el todo, ni sílabas sincopadas cuya rima no sea un eco necesario para el poema, pero en Espaillat hay gestos poéticos añejos que le restan a la equivalencia lingüística de los signos. En la poesía de Robert Wilbur cada palabra es una hoja, cada verso un tallo y de rama en rama, como la estrofa que se enraiza, el poema se bifurca en el prominente y majestuoso árbol del lenguaje, pero —al sacrificar el sonido por el sentido— el minucioso inventario del mundo que hace Wilbur no permanece intacto en los estantes líricos de Espaillat.
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