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Ajab
Alberto Cisnero
Barnacle,
Buenos Aires, 2016.


Por Javier Galarza
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No. 94 / Noviembre 2016


Supongamos que me llamo Ajab


Alberto Cisnero es una figura especial dentro de la poesía argentina. Al leerlo sentimos que estamos ante un poeta lírico. Pero su abordaje del lirismo pide una nueva definición. Podríamos tal vez hablar de un “lirismo sucio” o incluso de un “lirismo de garaje” (recordamos en este punto a las bandas de rock que, más allá de su estilo, mantienen una pureza y una crudeza de sonido). Ajab, la nueva producción del poeta, habla, por lo menos en apariencia, desde el recordado personaje de la novela Moby Dick de Melville: el capitán Ahab.
 
Pero el tono de Ajab es el de un libro político en el más amplio sentido de la palabra, esto queda demostrado en muchos de sus pasajes. Ya en el primer poema leemos “(…) entre pagar y ser pagado/ existe la diferencia del mundo (…)”. En el poema 10-  “(…) es literatura o su consiguiente,/ la emisión de un voto: cuando salga/ a matar me llamaré el infranscrito/ delinque o loco de mierda o (el hado no lo permita)/ este país es así”.

Entonces la belleza de los versos atraviesa el libro tanto como la desposesión o incluso el desprecio por una literatura distanciada de la acción. La política también se manifiesta en la elección de un estilo de escritura que no reniega ni del vuelo lírico ni del “cartoneo”. En el poema 41- leemos lo que constituye casi un arte poética del autor: “Ismael Ajab / consiguió no escribir nunca desde su corazón (…) / (escribir: / pasar por alto premisas y demostraciones / sólo ofrecer un resultado / o repetir las canciones de los mendigos)”. De aquel consejo de Rilke al señor Kappus (“no escriba poemas de amor”) hasta abrir el espacio del libro a las voces de la calle.

Al leer Ajab uno piensa en Herman Melville y para acercarnos al novelista nos fueron útiles unas palabras de la multiartista Laurie Anderson, autora de la ópera Songs and Stories From Moby Dick Laurie Anderson dice que decidió hacer la opera por la relación intima entre el espacio y el sonido. Y agrega: “Hace pensar en los perros que olfatean un agujero para descubrir cuan grande es el ambiente del otro lado”. Nos interesa ese párrafo porque las resonancias son afines a la poesía. Agrega la cantante: “Moby Dick es un libro con muy pocas descripciones sonoras (algo raro en una novela en la que se grita todo el tiempo). La musicalidad de un libro está dada por sus palabras leídas en voz alta. En ese sentido el libro de Melville es una sinfonía por su multiplicidad de voces, en timbres y registros diferentes. En realidad debería usar la palabra “voces” en lugar de “sonidos”, pero es muy difícil identificar entre todas ellas a la del autor. ¿Quién está escribiendo eso? Y ¿Desde dónde lo está escribiendo? Creo que la gran pregunta de Melvilla era ¿Qué sucede cuando un hombre sobrevive a su Dios? Porque aunque la ballena es una fuerza de la naturaleza, es Ahab quien la convierte en la encarnación del mal. La pregunta es entonces ¿por qué creamos monstruos? Y cuando los encontramos ¿Qué hacemos con ellos? Esas preguntas sin respuesta. Sigo sin saber de qué se trata Moby Dick.”

Estas palabras de Laurie Anderson nos sirvieron de brújula y de naufragio, porque el libro carece de la pretensión de una dirección única. Leemos en el poema 29-: “un libro en el sentido amplio de la palabra / es la ineficacia de un resultado”. O para ser aún más claros, en el poema 31- “(…) y yo salí a matar. no evocaremos el destino / que los libros deparan a los tibios (…)”.

Ajab da cuenta de hundimientos varios: algunos vínculos, la política, ciertos ideales irreductibles que “forman parte de la guerra” del poeta que hace de la escritura un refugio momentáneo, como una tienda de campaña, en busca de otro puesto o una nueva voz desde donde accionar. Un inventario de marcas y tatuajes junto a algunos arponazos donde el viejo capitán parece no desconocer el proverbio hindú que dice “un hombre posee solo lo que no puede perder en un naufragio”.

 

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