En 2013, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, la galería David Zwinner de Nueva York, organizó una impresionante exposiciónde Ad Reinhardt (1913-1967). Comisariada con acierto y rigor por Robert Storr, la muestra resultaba además novedosa, presentando por primera vez sus trabajos gráficos, además de una selección de su fotografía y un gran conjunto de sus magníficas pinturas negras finales, sin duda lo mejor de su obra. Reinhardt, al terminar su época de estudiante, trabajó para distintas revistas políticas de izquierda, atacando crudamente, desde aquellas plataformas, el mundo del arte de su tiempo, que veía corrompido por las grandes cantidades de dinero que sustentaban su mercado.
Reinhardt, que estuvo activo en Nueva York desde los años 30 y hasta su temprana muerte, estuvo asociado a la galería de Betty Parsons, uno de los epicentros del Expresionismo Abstracto, movimiento al que se le asocia. Se ha dicho, a veces, que fue crítico con el mundo del arte porque no tenía el mismo éxito de sus compañeros, pero para él, la abstracción no era un estilo, sino que una manera ética de ser artista. En la exposición de Storr en Zwinner, se mostraba una imagen en la que se veía una niña, con la palabra Arte, a punto de ser arrollada por una locomotora de la que salían numerosas etiquetas con otras palabras: Banalidad, Prejuicio, Estereotipos lingüísticos, Bebida, Complejos de inferioridad, Corrupción, Persecución del dinero, Pecado. Un joven, con las palabras, Arte Abstracto, a su lado, saltaba sobre la vía para salvar a la niña.
Reinhardt, además de sus curiosos comics satíricos, escribió importantes y serios ensayos sobre arte, defendiendo en ellos precisamente la abstracción. Es famoso, y merecidamente, por los cuadros negros a los que ya nos hemos referido, y que él consideraba, sin duda de una forma romántica, como los últimos cuadros posibles. Una lectura puramente formal de estos trabajos iba a influir con fuerza tanto en el arte conceptual como el arte minimalista, cuya expresión pictórica fueron los monocromos. La obra de Reinhardt, sin embargo, no estaba muy alejada de la de Mark Rothko, y hay que interpretarla como algo poderosamente espiritual. El caso es que Reinhardt no participaba en las juergas alcohólicas de la célebre Cedar Tavern, sino que estudiaba, por ejemplo, arte chino en la Universidad. En los cincuenta, viajó, en un momento que eso no era frecuente, por la India, el Sudeste Asiático, Persia y distintos países árabes de Oriente Próximo, leyendo mientras tanto los libros religiosos de estas culturas y estudiando el papel de la abstracción en el arte islámico. Sus fotografías dan constancia de todos esos viajes.
Reinhardt había estudiado en la Universidad de Columbia, donde entabló una gran amistad con los poetas Robert Lax (1915-2000) y Thomas Merton (1915-1968), quien sería eventualmente monje trapista y uno de los más célebres autores de libros espirituales de nuestro tiempo. Los tres colaboraron en Jester, la revista humorística de la universidad, donde también coincidieron con Ed Rice, fundador posterior de la revista católica Jubilee, donde iban a colaborar de nuevo todos ellos. Merton, Lax y Reinhardt mantuvieron su amistad de por vida; existe una foto en que los tres están juntos en Kentucky de 1958, y queda, además, su correspondencia. La que hubo entre Lax y Merton se publicó a finales de los 70. No es difícil encontrar paralelismos entre la obra de Lax y la de Reinhardt, ambos fervorosos defensores de una poesía y un arte de aspiraciones transcendentes.
Robert Lax, admirado por E.E. Cummings, Kerouac, Ginsberg o Ashbery, entre otros, es un poeta menos conocido de lo que merece, aunque en los últimos años han proliferado los libros sobre él. Su obra es celebratoria de la belleza y de la vida, de una forma esencial, exenta de retóricas grandilocuentes. Algunos de sus poemas están hechos con una sola palabra por verso, o incluso una sola sílaba. Esta depuración tan extrema es sin duda semejante a la de las pinturas finales de Reinhardt. El trabajo de ambos, además, se entiende si relaciona con los votos de pobreza y silencio de Merton, su amigo monje. La personalidad de Lax es tan atractiva como enigmática. De joven colaboró con importantes medios de comunicación, como The New Yorker o Time, donde fue Poetry Editor. También dio clases en la universidad y trabajó como guionista en Hollywood. Más inusualmente, fue también un malabarista muy competente, trabajó en el circo de los hermanos Cristiani, y viajó con ellos por EEUU y Canadá. Se convirtió del Judaísmo al Catolicismo, tal y como había hecho Merton. Y en un momento dado, decidió dejarlo todo y se fue a vivir a Grecia, donde pasó más de tres décadas, sobre todo en la isla de Patmos, en una suerte de exilio voluntario, alejado del mundo literario y de sus maniobras. Para el Lax de los últimos años, fue importante la obra y el ejemplo del indio Eknath Easwaran, fundador de una influyente escuela de meditación en California, y quien tradujo y editó grandes clásicos espirituales de su país. Easwaran ideó un método de meditación que consistía en repetir interiormente y de memoria, fragmentos aprendidos de los grandes libros espirituales de todo el mundo, y fue el que adoptó el poeta americano.
Los cuadros negros finales de Reinhardt tienen algo de paraíso, de belleza silenciosa y profunda, de poderosa luz interior, de búsqueda de un estado posible de inocencia, de invitación a la contemplación. Ahora puede sorprendernos verlos en relación a sus cómics satíricos, pero sin duda la espiritualidad no está exenta de humor. El libro de poemas más conocido de su amigo Lax, es Circus on the Sun, donde el circo se presenta como una metáfora de toda la creación. Reinhadt mismo escribió que el arte es demasiado serio para ser tomado en serio.
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