Entrevistas
Entrevista con Kepa Murua
Óscar Santos
Entrevista realizada con motivo de la publicación del libro Lo que veo yo cada noche.
Oscuridad. De noche todo parece quieto, pero la mente se mueve de un lugar de la realidad, donde hemos estados concentrados, a otro del sueño, donde se ve el mundo de otra forma. Podría ser el misterio o la sorpresa que se siente al vivir fuera de lo que sucede durante el día.
Hoy es difícil encontrar un poeta con voz propia. En tu caso es indiscutible. ¿Cómo se llega hasta ahí?
Trabajando intensamente, leyendo a otros escritores, escribiendo casi todos los días, seleccionando textos, reescribiendo poemas y apostando por lo que se cree que se debe escribir en cada momento, pese a las dificultades que surgen en el camino.
¿Cómo es tu proceso de creación?
Me levanto temprano, escribo un par de horas. Por la mañana atiendo a mis compromisos profesionales y por la tarde continúo con el trabajo. Después de cenar, si tengo fuerzas, me gusta volver sobre lo escrito. En el caso de la poesía, dejo que los poemas vayan apareciendo durante el día: solo he de fijarme en lo que sucede alrededor y dejar que mi mente guarde las imágenes que mis ojos capturan. Previamente he pensado sobre la estructura del libro, la extensión de los poemas, he elegido el tono de la voz o la línea que podría reflejar lo que quiero contar y lo que debo callar.
¿Cuando escribes eres consciente de que tienes lectores que esperan tus libros como el maná?
No lo había pensado. Respeto al lector, pero en el proceso de creación su presencia no es importante. Las dudas que surgen en el texto o las ideas que defiendo responden a una apuesta literaria. Una vez publicado, ojalá no los decepcione.
En algunos círculos se te considera un poeta de culto. ¿Cómo se lleva esa etiqueta?
Ni bien ni mal, pero no me gusta. A la etiqueta de culto le suelen seguir otras que considero que no me retratan. Me considero un hombre humilde, escribo desde la periferia, la soledad me ha acompañado en numerosas épocas de mi vida y aunque soy un poeta con un registro propio, no creo que sea tan raro o tan difícil como se dice.
Una de las muchísimas cosas que tiene tu literatura es que dignifica el oficio. ¿Cómo se sobrevive desde esa independencia tan real y sincera?
Con dificultades, con perseverancia, con motivación. No es fácil, pero si se quiere escribir de verdad se debe continuar con la línea marcada por los maestros y dignificar el oficio con cada libro y con cada palabra pronunciada o dada.
En Lo que veo yo cada noche, magnífico poemario, se encuentra tu poesía con letras mayúsculas, la que fue y es. ¿Hacia dónde camina Kepa ahora?
Vivo más sabiamente porque escribo con más consciencia que antes. Me estoy convirtiendo en un artesano de la palabra que se concentra en su trabajo, en un meticuloso escritor. Quién me iba a decir a mí que me convertiría en un hombre serio que huye de los focos, que en la intimidad descubre la mejor de sus sonrisas y que, además, escribe como si fuera una marca de la casa, con un humor nuevo, con una luz diferente. Creo que es necesario hacerlo con el fin de templar los nervios, calmar el ánimo y concentrarse de lleno en el trabajo que nos espera cada día.
Soy consciente de que ahora recurro a una economía verbal que busca ese volumen justo que permite que la atención se centre en la calidad de la voz, en su tejido, como un traje de Balenciaga, que evitaba los añadidos y se centraba en los elementos más puros y básicos, hasta alcanzar la sencillez deseada por el modisto. Hablo de lo primordial: de la profundidad que nace de la visión de un hombre maduro, después de haber investigado lo suyo.
En estos últimos poemas donde un velo de ternura envuelve preguntas, búsquedas, silencios... hay un equilibrio perfecto entre la palabra, su significado y la belleza. ¿Cómo se busca ese equilibrio, esa armonía, esa música? ¿Cuánto hay de pasión y obsesión?
En Lo que veo yo cada noche prevalece la ternura ante todo, la esperanza en un camino de la felicidad y de la poesía en el que estoy inmerso desde hace años. Ya no miro para dentro, sino que escribo desde dentro para fuera, para que mis textos sirvan a los demás. Espero haber acertado. He de dejar que el tiempo vuele sobre la arena de mis escritos. Si los borra, no pasa nada. Si prevalece algo, una palabra, una frase, un poema, sabré que no ha sido en vano. En cuanto a las obsesiones personales o profesionales, intento que no interfieran demasiado ni en mi vida ni en mi trabajo. Ahí reside el equilibrio.
© Oscar Santos, escritor y periodista.
Reseña a Lo que veo yo cada noche de Kepa Murua, por Isabel Alamar.
“La poesía es un machete ético y estético”
Entrevista con Balam Rodrigo
David Anuar
Recientemente, Armando Salgado te hizo una excelente entrevista que fue publicada el 12 de marzo en La Gualdra (suplemento cultural de La Jornada de Zacatecas) en el número 330. Trataré, en lo posible, de explorar otros meandros, a la vez que haré referencia a esa entrevista para profundizar o retomar algunas de tus palabras. Bueno, Balam, como poetas conocemos la importancia del nombrar, en este sentido, tu nombre no es “común”, ¿qué me puedes decir al respecto, hay alguna historia detrás de él?
Hay una historia muy particular. Mi nombre tiene que ver, además de que tuve una bisabuela maya, con el hecho de que mi padre y mi madre fueron lectores, de pocos libros –me aclara–, y entre esos pocos estaba el Popol Vuh. Mi padre decidió ponerme entonces Balam por el primer hombre de maíz, Balam Quitzé. De hecho, ese iba a ser mi nombre. Es un nombre maya, muy del sur, muy centroamericano también, hay que recordar que la influencia de la cultura maya no es solo en la península, sino que va desde Chiapas hasta Honduras. Lo curioso está en que mi madre dijo “momento, por qué se va a llamar Balam Quitzé, si yo también quiero colaborar con uno de los nombres de este chamaco.” Entonces, mi madre, ella me dijo así, que desde niña, en tercero o cuarto de primaria, leyó el Poema del Mío Cid, y se enamoró del Cid campeador, Rodrigo Díaz de Vivar. Ella entonces se prometió que cuando tuviese a su primer hijo varón le iba a poner de nombre Rodrigo. Mis dos nombres propios y que utilizo como escritor, están marcados por lo literario. Entre las confusiones que ha generado mi nombre, además de que soy creyente cristiano evangélico, es que algunos hermanos me decían Balaam, como el de la Biblia, y pues yo les decía que no soy de Beor ni hablo como burro, entonces mi nombre no es hebreo, ni arameo o sumerio, es maya. Lo otro es que muchos me dicen Rodrigo Balam, porque piensan que es mi apellido, sobre todo porque aquí en la península es un apellido común, pero no, es mi nombre. Esa es la historia, no puedo decir que estuviese marcado o signado para la escritura, pero sí al menos acuerpado por un nombre literario.
Recuerdo que en algunas charlas anteriores que hemos tenido, me has contado que te dedicas a la escritura de tiempo completo. ¿Cómo le haces?
Creérsela y proponérsela. Soy un hombre de fe. Recuerdo que cuando comencé esto decidí dejar la academia por un lado, y tampoco seguir una carrera de orden religioso, un pastorado. Me dije, “si he podido vivir o sobrevivir con los otros oficios que he ejercido, por qué no habría de ser la escritura uno de esos oficios.” Me propuse hacerlo de una manera disciplinada y que muchas de las cosas que yo hiciera como trabajo estuvieran relacionadas con la escritura. Trabajo como loco todo el tiempo y me estoy inventando cosas, imparto talleres, hago corrección de estilo… Otra cosa que ha sucedido es que mis libros han tenido la bendición de recibir premios y eso me ha dado dinero que me permite comprar tiempo para prolongar este sueño. Pero eso sí, no me quedo en la hamaca de los premios ni a ser mecido por los vientos de la fama, porque me parecen accesorios e inútiles. Siempre me estoy reinventando. Mi último libro es el que no he escrito y el que voy a escribir, y son varios y no solo de un género. Entonces siempre estoy buscando la manera de sobrevivir y mantener a mi familia a través de este oficio que, además, me parece muy noble, aunque es muy complicado desde la poesía. Ahora, por ejemplo, tuve mi reingreso al Sistema Nacional de Creadores, que es una manera de vivir decorosamente. Hay que reconocer que entre las obligaciones del Estado está el dar apoyos a la cultura. El gobierno no me mantiene y menos me da nada, simplemente yo apelo al derecho que tengo de participar y en caso de ser seleccionado, pues cumplir ética y cabalmente. Lo que a veces sucede es que el mismo creador le exige a los políticos y él mismo no se ve en el espejo, pues no cumple con lo que promete, entonces está peor que un político, pues se supone que somos parte de esa aparente conciencia, la intelectualidad y el pensamiento crítico, y a veces eso no sucede.
Sabemos que todo oficio requiere de pericia técnica, de tiempo, de disciplina, ¿cómo es tu proceso de escritura?, ¿cómo da a luz Balam Rodrigo a sus libros?
Van surgiendo ideas de libros que quiero escribir, que no he podido escribir y otros que voy escribiendo poco a poco. En promedio, una idea, si podemos ponerle números, puede durar 1 ó 2 años para que se geste, y hasta 10 años para que madure y logre escribirla. Soy muy obsesivo con el trabajo. Voy trabajando entre 4 ó 5 ideas de libros a la vez, que no siempre terminan o culminan, pero de esas al menos 3 las voy trabajando mentalmente. Leo, investigo sobre los temas, releo autores, y por disparatado que suene, escribo todo a mano, hago notas en libretas y voy dándole forma al libro. Me ha sucedido, por ejemplo, con Braille para sordos [2013], que fue uno de los primeros libros que yo quise escribir combinando fotografía y poesía, pero cuando tuve la idea no tenía los arrestos técnicos ni creativos para lograrlo, no era el momento. Después, cuando sentí e intuí que era el momento tras haber visto arte y documentarme y tener notas y todo un bagaje interno, me llegó un golpe obsesivo de trabajo y el libro salió en menos 10 días, trabajando día y noche. Así es como trabajo, cuando llega el momento necesito, debo escribirlo, me pongo a trabajar y a veces no duermo durante 3 o 4 días. En los últimos libros que he escrito de ese modo están Braille para sordos, y el Libro centroamericano de los muertos [2018], lo hice en 9 días, pero estuve como dos semanas sin casi dormir, muy malhumorado con la familia, y eso sí, fue el primer libro que pude escribir con el ruido de mis hijos jugando por todos lados. Muchos necesitan como cierta música y esos clichés, la verdad es que todo lo hago en mi ámbito familiar o doméstico, escribo en la casa, en la mesa, cuando estoy comiendo, o en el estudio. Ahora estoy trabajando 5 libros que estoy pergeñando, dos de ensayo a la par que estoy reescribiendo otros 3. Eso sí, yo creo que he escrito libros muy malos y decido publicarlos, porque tengo el descaro de hacerlo, pero me sirven para saber lo que ya no quiero hacer o para darle un punto final y cerrar un capítulo creativo.
Recuerdo que Jaime Sabines decía que antes de ser poetas había que aprender a ser humanos, en este sentido, ¿cuáles son los otros oficios que han forjado ese lado humano de Balam Rodrigo?
Hace unos años una escritora de Polonia me pidió algunos poemas para traducirlos con sus alumnos. Entre las cosas que me preguntaba, le interesaba saber qué oficios había ejercido. Hice un listado muy grande y ahí pude darme cuenta de todos los oficios que había tenido. El primero, y que ejercía con mi padre, fue el de vendedor ambulante, comerciante callejero, de ambos lados de la frontera. Ese oficio me gusta mucho, siempre he sido comerciante de un modo u otro. También trabajé haciendo censo en el llamado Tortibono de la CONASUPO, iba por las colonias repartiendo tarjetas y censando. Fui escribano de un militar en San Cristóbal, gracias a un tío que tenía muy mala ortografía y me pidió que yo lo sustituyera. Con mi familia tuvimos una fonda, ahí fui mesero y tortero. En la calle, junto a mis hermanos, vendíamos pollo, fruta, coco, galletas en paquetitos. En la Ciudad de México ejercí muchos más oficios, seguí vendiendo en la calle, fui pintor de brocha gorda en las casas, velador, lavaplatos, cocinero de mariscos, y aprovechando los constantes viajes a Chiapas, llevábamos y vendíamos ropa de segunda, americana. También en la Ciudad de México vendí queso, café, artesanías, lupas y libros en la Facultad de Ciencias. Trabajé en un programa de televisión como asesor, fui colector científico, profesor universitario en la UNAM, y también en preparatoria y secundaria. Otra cosa que hice fue contestar teléfonos en los programas de televisión, igual en telefonía. Fui jugador profesional de futbol en Chiapas y en Pumas. También fui predicador. Ahora he estado metido en otros oficios como revisor técnico de libros, editor, cuidador de colecciones de poesía, tallerista. Y seguro se me escapan algunos oficios, pero mira que no tendría empacho en ejercerlos de nuevo, ahora hasta vendo mis libros de poesía, a veces, cuando se deja.
Ahora hablabas un poco sobre la frontera y tus experiencias como comerciante desde niño. Sabemos que la poesía es un fenómeno universal, pero al mismo tiempo localizado geográfica y temporalmente, al leer tu obra me ha parecido percibir un posicionamiento, un lugar de escritura muy propio, ¿desde dónde escribe Balam Rodrigo?
Cuando yo comencé a escribir poesía se debió a una necesidad de saber cuál era mi lugar en el mundo en términos identitarios. Me di cuenta de que los chiapanecos, no porque seamos especiales ni mucho menos, pertenecíamos a otra latitud dentro de ese cliché que es la mexicanidad. Me di cuenta que no era mexicano como los otros del centro o el norte del país. Y gracias a mi padre, que fue un gran centroamericano porque fue un gran chiapaneco, adquirí conciencia de eso, porque él nos platicaba cómo fue discriminado cuando era niño en la Ciudad de México por ser del sur. Eso me hizo darme cuenta cuál era mi lugar identitario en el mundo. Entonces, me dije, tengo que encontrar un modo, una manera de reivindicar mi centroamericaneidad, mi sureñidad y mi ser como chiapaneco. Eso lo encontré en la escritura. Particularmente en la poesía, porque ahí encontré la libertad de poder escribir muy cercano a la forma de hablar del Soconusco, y de transformar esa forma de ser y de vivir en un estado de conciencia poético, escritural y proyectarlo en la página. Cuál fue mi sorpresa… que algunas de las primeras personas que leyeron mis textos, incluidos algunos jurados, pensaron que yo tenía una influencia neobarrosa de Sudamérica, pero no, en realidad estaba reflejando las formas del habla del Soconusco. Todo ese bagaje que yo adquirí en la niñez, esas experiencias fronterizas, esos límites creados, me han permitido ahora posicionar, como decís, una geopoética en términos de lenguaje. Y la globalización ha venido a exacerbar los ánimos locales, lo que ahora se ha llamado la glocalidad. Yo me di cuenta de que podía sacar mucho más de la escritura si yo lo hacía tal como yo era cuando hablaba, para ser honesto y consecuente conmigo mismo. Y esto no para verlo como algo regional o provinciano, la idea era sacarlo de ahí y atender a lo universal, entonces eso me llevó a los estados de conciencia de lenguaje fronterizo, para lograr un maridaje en términos poéticos. Cada vez más, mi escritura, al menos en la trilogía de libros reciente que estoy acabando de escribir [Marabunta, Libro centroamericano de los muertos y un libro de ensayo que está en proceso de escritura], también hay un posicionamiento ético, si primero yo estaba tan metido en el logismo y en reflejar ese estado del lenguaje, después quise reflejar ese estado de inconformidad y manifestar mi queja, mi pesadumbre, mi decepción ante la infamia, ante la injusticia social, pero que primero fuese poesía, literatura. Y bueno, ahí están esos libros de carácter testimonial y documental que creo yo tan necesarios.
Este posicionamiento geopoético, en un primer momento estético, también te ha llevado a un posicionamiento ético, frente a algo que le decías a Armando Salgado en una entrevista reciente, que te había tocado hacer poesía con las sílabas del horror, haciendo referencia a tu trilogía centroamericana. Sin embargo, también me parece que en tu poesía es posible identificar otras sílabas como el silencio o Dios como en Iceberg negro [2015] o Colibrije [2016]. A tu parecer, ¿qué otras sílabas hay en la poesía de Balam Rodrigo, y si es posible establecer etapas en ese silabario?
Sí. Podría agregar algunas sílabas. Primero la de una erótica vegetal, que es posible advertir en mis primeros libros y su relación con el fasto vegetal. El paisaje y los escenarios naturales de Chiapas, los ríos, la selva, la ceiba, los sabinos. Además, estudié bilogía y me enfoqué en botánica, lo cual amplió mi horizonte, al darme una visión científica del mundo natural. Otra sílaba es el mar, que tiene todas mis admiraciones y que encierra muchas interrogantes. Como soconusquense, además nos llaman costeños o mareños, hay una forma de ver el mundo desde el mar. Hay muchas sílabas de mar, muchas sílabas de arena en mi poesía, desde Poemas de mar amaranto [2005] hasta la reunión de buena parte de mi poesía sobre este tema que es Libro de sal [2013]. En los intersticios de todos mis libros aparece mi vinculo personal con Dios, el Dios del cristianismo, con Jehová, cuya culminación aparece en Iceberg negro [2015], que es un libro de un atribulado deslumbramiento de mi relación con Dios y también una lucha feroz porque dejé la ciencia por un lado, pero también el trabajo teológico, pastoral. En ese libro escribí sobre esas tribulaciones, y sobre todo ese silencio, que siendo de un lugar tropical, Iceberg negro es una interrogación muy nórdica, del hombre frente a la página en blanco, ese congelamiento, el hombre frente a un iceberg, un témpano, uno puede ver a Dios, ahí, en la inmensidad. Y el silencio como esa blancura permanente, esa inédita página de Dios tan gigante. Otras sílabas son la exploración de la fotografía y el arte plástico. Por ejemplo, en la tercera parte de Libelo de varia necrología [2008], en Braille para sordos [2013], o en Sobras reunidas [2016]. He tratado de ir cambiando y de responder a muchas preguntas con otras interrogantes. Estas son varias de las maneras o derroteros en los que me he metido.
Quizá yo agregaría una sílaba más a tu silabario. Me parece que en Sobras reunidas [2016] hay unas sílabas de un Balam que deseamos ver más, un Balam irónico, mordaz, que muerde a los poetas. Pasemos a otras cosas, recientemente, en una entrevista que te hizo Elio Enríquez para un diario de Chiapas, te preguntaba qué era para ti la poesía, y respondiste que un “machetazo de maravilla”, ¿qué es la poesía para Balam Rodrigo?
Para mí la poesía es un machete ético y estético, necesario para decapitar la estupidez, la infamia, la cabeza anestesiada de la banalidad, de la escritura sentimentaloide. Creo que aquellos poetas que somos del sur de México y de Centroamérica tenemos un vínculo muy orgánico con el machete. Yo de niño y aún hasta hace poco así limpiaba el patio. El machete para nosotros, no creo yo que estemos hechos de pluma y espada, eso se me haría muy burgués y occidental, sino de machete y maleza. Me atrevo a decir que mucho del ritmo de la poesía centroamericana y del sur de México se debe al ritmo con el que se limpia usando el machete, ese taaaz, taaaz, en el monte, en la selva, uno puede escuchar ese sonido rítmico y armónico. Muchos de los poetas centroamericanos y del sur de México, que técnicamente podrían acusarse de imperfección, tenemos ese ritmo. Con el machete desbrozamos la selva, limpiamos el lugar donde vamos a pasar un rato en el campo, para iniciar una guerrilla, para pelear, para defendernos, pero también le sacamos punta a nuestro lápiz. Yo intento, en mucho, que mi poesía sea un machetazo con la lengua, la lengua como un machete de dos filos que pueda decapitar la anestesiada estupidez. También un poco pretendo cambiar la figura del machete cargada de violencia por este otro machete poético para desbrozar la maleza de la injusticia y de ahí creo yo mucho de la poesía testimonial o social que me he propuesto escribir últimamente. Y entre esas se encuentra la poesía de Sobras reunidas, ahí están los machetazos que intento asestarle al mundillo literario de los poetas que me parece tan banal, tan aburrido, tan megalómano, ¿no? Entonces lo que me gustaría hacer con esa fauna nociva es desbrozarla un poco, sobre todo los que tienen esas maneras tan reprobables de actuar frente a los demás, desde el aparente poder, casi como dictadores, que les hace sentir una superioridad intelectual frente a la persona común y corriente. Para ellos sí levanto mi machete más ácido por la vía del humor, la coloquialidad, la ironía del sur y Centroamérica.
Hemos hablado de la maravilla que intentas usar para despertar a los adormilados, para iluminar conciencias, pero también creo que podemos hablar de otro tipo de maravilla. Creo que frente a la banalidad de nuestro mundo contemporáneo, un elemento sustancial y consustancial de la poesía debe ser, precisamente, la maravilla. ¿Cuándo nació en Balam la maravilla de la poesía?, ¿cómo fue tu primer contacto con ella?
Le debo mucho a las historias que me contaba mi padre. Él era un gran conversador. El vendía en la calle desde los 4 años, y entonces él iba recogiendo historias. Una de las cosas que yo recuerdo de mi más profunda infancia es él contándonos historias de mi abuelo, de espantos, de mitos, de leyendas del pueblo de Chiapas. Él inventaba cuentos e historias, era una forma de educarnos. La oralidad en la gente del sur es primordial. En mi familia es tan importante lo que vivimos como lo que soñamos, entonces cuando nos vemos platicamos sí de la vida cotidiana pero sobre todo de lo que soñamos. Platicar de los sueños es una cosa que siempre me maravilló, el lenguaje encantatorio que tienen, lo que Octavio Paz dice, la poesía debe cantar y contar. Luego, con el tiempo, otra de las vías de maravilla que encontré fue la lectura de la Biblia, sus historias y poesía profunda. Sumando a lo anterior, en mi pueblo hay una danza de los moros y los cristianos, los chavaricos, y que son danzas verbales. El Cantar de Roldán y los Doce pares de Francia son romances en octosílabos cantados por los danzantes. Ahí estaba escuchando yo poesía en estado primigenio, ahí comencé a educar la musicalidad del oído. También de niño me enfermaba mucho y entonces me la pasaba leyendo, mis padres me incentivaron, y aunque no había muchos libros en mi casa, ellos me compraron la Enciclopedia de Readers Digest, y yo me la leí toda, como cinco veces, ahí un poco inició mi encantamiento por el lenguaje. Pero yo creo que todo comenzó con la oralidad, las leyendas, los cuentos, y también escuchar las oraciones, los ensalmos, los rezos, aunque yo no soy católico, pues íbamos a velorios, a los rezos, salíamos a pedir conserva en el día de muertos.
Sin lectores no hay literatura, y sin quien escuche no hay oralidad. Digo, uno mismo puede ser su propia escucha o lector. Entonces, para cerrar esta charla, yo quisiera que me contaras la experiencia o anécdota más entrañable con uno de tus lectores.
Hay varias, pero la que quiero contar es la del poeta José Luis Amparo, que es nayarita y escribe una poesía lírica muy poderosa. Él dejó mucho tiempo de escribir. Cuando lo conocí me platicó lo que ahora voy a relatar. Él es médico, se casó, y a su esposa no le gustaba mucho la poesía ni los poetas. Un poco lo obligó a dejar ese mundo. Después de que sus hijos se fueron a la universidad y terminó de criarlos, se divorció, y se fue a poner un dispensario médico a Sonora, por ciudad Obregón en un lugar llamado Cócorit. Ahí conoció a una muchacha joven, se enamoró de ella, y ese cambio hizo que volviera a escribir. Pero él me dijo “mira algo que me ayudó a decidirme a escribir y a volver a participar en concursos, es que una vez yo me encontré en internet un libro tuyo que se llama Silencia [2007]”. Pero como él no sabía cómo imprimirlo o no quería, escribió todo el libro a mano en una libreta, lo recreó. Y me contó que ese libro lo ayudó a despertar después de tantos años, y lo influyó mucho para meterse de nuevo en la poesía. Saber que alguien recreó a mano un libro mío fue muy conmovedor. Uno nunca se imagina lo que sucede con un libro…
13 de marzo de 2018, Mérida, Yucatán
No. 104 / Noviembre 2017
Entrevista
Luisa Manero Serna
¿Cuándo y cómo te decidiste a agarrar una guitarra y cantar?
Tiene que haber sido muy chico. Había una guitarra en la casa que me quedaba gigante, y siempre tenía la intención… bueno, como la sensación de que iba a cantar. Y comenzaron a aparecer las bandas, primos mayores me enseñaron distintas músicas, entonces de muy chico decidí dedicarme a tocar.
¿Qué tipo de música te enseñaban?
Música punk, punk rock.
¡Ah, qué bien! ¿Como qué bandas?
Sex Pistols, Los Ramones, La Polla Records… Así que empecé con eso, y, bueno, estaba muy chico… Y creo que era antes de que agarrara la guitarra, que mi tío estaba en el coro de la iglesia, y en el colegio estaban haciendo unos talleres de guitarra, y yo entré a uno de esos. Entonces aprendí algunos villancicos, e inmediatamente quedé como una de las voces del curso, y empecé a cantar en el colegio. Entonces de chico empecé a entrar al mundo de la actuación sobre el escenario, la interpretación. Y ahí me quedé. Todavía estoy ahí.
¿Cómo consideras que han ido cambiando tus composiciones, desde las primeras hasta las actuales? ¿Cómo te sientes respecto a lo primero que escribiste?
Las primeras canciones que hice fueron a los catorce o quince años, y eran composiciones que tenían que ver con la observación de mi alrededor, y eran un poco maquilladas por el mensaje punk, de odio a la tradición, y no obedezcas nada, y… bueno, entre más lejos de casa era mejor. Esas fueron las primeras. Después empecé a escribir a los veinticuatro, pegué un salto en el tiempo. Y esas composiciones tienen más que ver con mi fuero interno, mi relación con la vida, con la naturaleza, con el conocimiento; eran abstractas, tenían que ver con el imaginario de lo sensorial y lo simbólico. En ese tiempo empecé a escribir canciones que tenían que ver con mi relación con el espíritu, una cosa así. Eran como hechas en caminatas a partir del soliloquio. Era un cuadro bastante íntimo. Y ahora, cuando llegué a Valparaíso, mis composiciones señalaban mi llegada al puerto, cómo veía la ciudad, mis primeros amores, que entre ellos era la ciudad misma, las motivaciones que había para querer realizar música… Quería transparentar la poética de la canción. Eran un poco oscuras antes, herméticas, y ahora trataba de darles más transparencia. Con mi siguiente disco ya me había unido al modo de expresarse del puerto. De la gente que me interesó, y empecé a cantar un poco lo que los otros querían que yo cantara. Y ahora estoy en una época en donde he seguido la línea de la lectura del mundo, y trato de llegar a una fusión con lo femenino. Una internalización desarrollada también hacia los demás. La verdad (risas) no sé cómo lo hago, me salen palabras de la nada. Pero ahora no sé en qué estoy. A lo mejor si el próximo año me haces la entrevista, te podría decir en qué estaba (risa). Pero ahora no sé en qué estoy. He estado pintando más, suelo hacer eso como forma de meditación, para no tener temas contingentes dándome vueltas, sino estar tratando de profundizar desde el silencio, evaluándolo desde lo más profundo.
¿Te acuerdas de la primera vez que te presentaste en un escenario?
Eso fue cuando tenía la banda punk, como a los quince, fue en San Antonio, en el puerto, creo que fue una discoteca, para un beneficio de un incendio que había habido. Nos invitaron, nos inscribimos, y tocamos ahí. Fue una locura, lo que más me impresionó fue que la gente saltara a bailar, que estuvieran haciendo lo que yo había venido haciendo antes. Vi que estaba funcionando, estaba contento de eso. Después fueron tocatas pequeñas, se armó una especie de movimiento. Había muchas bandas punk, había como ocho, pero nosotros fuimos una de las más importantes. Como la segunda más importante, la primera se llamaba Disciplina Rebelde, que eran un poco mayores que nosotros. Teníamos tocatas en sindicatos, en la escuela, en casas de amigos… No dejamos que se nos fueran las ganas de tocar, y tratamos de agarrar público, de mantener el movimiento.
¿Alguna vez te ha interesado volver a tocar punk?
Sí he tocado. Tengo una banda que se llama Los Preferidos del Ruido. Hace poco, el año pasado, estábamos vivos, tocando. Así que sí he vuelto muchas veces. Todo el rato, cuando estoy sobre el escenario no siento que sea distinto a estar tocando punk. Y a veces, bueno, me pongo medio meloso, caigo en la pausa, veo el aire, y tengo una sensación de catedral. De coro en las nubes. Pero no siempre es así. La mayoría de las veces. Es una intercalación. Estoy un rato, digamos, en el animal, luego me separo de él… floto, o me hundo en las rocas… algo así.
¿Qué artistas han dejado una huella en tu música?
Empezando por los Sex Pistols, y también muchos escritores. Vicente Huidobro, Van Gogh en la pintura… Oscar Wilde, Dostoyevski… Sí…
Ah, por cierto, (risa) ¿qué opinas de que te digan el Bob Dylan chileno?
No puedo decir nada, sé que Bob Dylan estaba de moda justo en el momento en que aparecí, entonces de ahí se agarraron. Tratando de comparar siempre…
Ya sé… Es que pienso que tu música no se parece nada a la de Bob Dylan…
¡Nada, nada! Nada que ver. No pueden ver algo original sin tacharlo de algo.
Y siempre un europeo o norteamericano…
Claro...
Pero bueno. También eres pintor. ¿Nos podrías platicar sobre tu incursión en la pintura?
Sí. Desde siempre estuve metido en la pintura, y hacía cuadros motivados por el regalo, regalos a mi mamá, a mi abuela, a mi tía… Y luego hubo una época en que empecé a dibujar mucho para hacer las portadas de la banda. Dibujaba más que estudiar en el colegio. Anotaba, y luego daba vuelta a la página para seguir dibujando. Se juntaban de pronto la materia y los dibujos en el cuaderno. Pero cuando llegué a Valparaíso, entré a un taller, estuve mucho tiempo pintando en el campo en Chile, en una comunidad chiquita, una zona rural con tres casas y una escuela… Fui a este taller y me encontré a un pintor. Se volvió un amigo, de hecho cuando venía para allá me reencontré con él, hacía mucho que no lo veía, como cinco años. Él fue mi maestro. Porque en la escuela pintábamos y los profesores nos borraban todo. Decidí no ser borrado. Estuve diario pintando, dibujando, aprendiendo de él la técnica… Pintábamos sin parar. La pintura para mí es una manera de ver otro tipo de cosas que están alrededor del fenómeno del color, o de la situación del tiempo. No puedes resolver una situación del cuadro, entonces tienes que devorar algo que está infinitamente invisible. Estás buscándolo, buscándolo, abriendo cajones de aspiración, o de imágenes. Porque finalmente estás pintando una imagen total, pero te está buscando esa imagen en pequeños trozos que se van desencadenando. Entonces puedes ver fenómenos, como que estás mirando para el otro lado, y de pronto tu mano se movió sola y era justo el trazo perfecto. He trabajado sobre el presente sin mucho pensamiento. El pensamiento queda ausente. Entonces lo que se va viendo es otro tipo de pensamiento que está en otro tipo de atención. Como ver que cae una gota, y antes no sabías cómo resolver el cuadro, y de pronto te das cuenta de que quedó perfecto. Y de ahí te vas a otro lado… Es finalmente una búsqueda de libertad.
¿Es figurativo lo que haces?
Es más expresivo. Agarro el cuadro y hecho de todo. Le tiro agua, tiro la pintura, luego borro todo eso, voy rayando, y va apareciendo algo que es una lectura. Por eso me gusta. Porque me da la libertad de una lectura inconsciente, más incondicional. Es un regalo, al final. Me da la sensación de que no lo hice yo, de que tú estuviste ahí poniéndole el color, pero ya que corresponde a otro tipo de atención, todo llegó de allá, del inconsciente. Aparece una cara, con ese reloj, con ese brillo que parece un tren… Es una situación psicológica o de estado de ánimo, pero más que nada es la expresión. Te darás cuenta de que no me gusta tanto hablar de mi biografía, pero sí de mi obra.
Pero está bien, el punto es que hables de lo que quieras.
¿Sí está bien?
Claro. Y acerca de tu poesía, ¿podrías caracterizar cuál es tu búsqueda estética o personal en tu labor poética?
Estoy aprendiendo a escribir. Mi primer libro se llama Inspiron, es una poesía automática. Lo hice en un mes. Hice muchos poemas, y les agregué encabezados, relatos, como cuentos que narran dónde está el personaje… Por eso se llama Inspiron, Inspiron es mi personaje. Y desde él salen los poemas. Hay uno que dice que está subiendo al camión, se bañó en calzoncillos, en boxers, es decir, se bañó improvisadamente, y de pronto ve una chica al fondo, la ve leyendo, y se acerca así nada más. Y le escribe el poema. Entonces aparece el proceso de descomposición, digamos, de la relación. La chica era una poeta y terminó yéndose a otro lado y no la vio más. Es una especie de cuento con el poema central. Es una mutación que tiene que ver con la lectura, con el acto de leer, y le sacas una ceja a un poema, una oreja al otro, y vas formando un género entre la carne y los corazones, y todo lo que va de la mano de un poema. Entran también las palabras que vienen de otra gente, pues a uno lo enseñaron otros a hablar, y así se convierte en la composición de un monstruo. Pueden ser estas palabras contradictorias que vienen de distintos lados pero que pegan muy bien en una frase, que se vuelven juntas casi perfectas. Pensé hacer el libro como un relato automático, y desde ahí tenía que darle sentido.
Hoy presentas tu libro Velocidad crucero, felicidad lucero…
Sí. El de hoy lo hice aquí en México. Son crónicas poéticas de un viaje de Saltillo al DF, doce poemas los hice automáticamente arriba de la camioneta, luego hay otros que los hice acá en el DF, acerca de caminatas, amigos que hice… y luego de vuelta al viaje, fui al norte, después al sur…
¿A qué partes fuiste?
Fui a Querétaro, Pachuca, Nuevo León, Nuevo Laredo, Torreón, Saltillo, Monterrey, Morelia, Tulum, acá en el DF, Celaya, Córdoba, Jalapa… Recorrí harto y de ahí salió ese libro. Que fue cuando me subí a la camioneta, que empezaba a escribir. En los lugares no escribía, ni en el hotel… Tal vez algunas cosas en un bar, cuando estábamos próximos a subirnos al bus, o sentando en un café escribí algo… Son sobre el viaje en sí.
Escribir letras de canciones es distinto de escribir poesía. ¿Cómo diferenciarías tus letras de tus poemas, y cómo has experimentado esa diferencia?
Todas las canciones son distintas, vienen de distintos lados. Todas tratan de resolver el asunto del amor, la tragedia… Algunas tratan de adelantarse en el tiempo, las leo y pienso que hablan de la proximidad de la muerte. Otras son la sensación que tienes de ti mismo, la interpretación del alma, del espíritu. A veces las canciones parecen de amor pero en realidad estoy hablándome a mí mismo. Esas son los significados de las letras que hago. Yo me pongo en la situación de que yo soy el elemento abstracto, y las canciones son el elemento sólido que tienen que ver con la práctica de la vida, pero yo en realidad soy el caos y constituyo esta cosa como palabras sueltas que andan girando, y la presencia de ese momento. Le he hecho canciones a la sensación del espíritu, y de cómo se va, cómo vuelve, cómo se forma y se logra, de vez en cuando, decir o no decir. Resolverse. No se resuelve nunca, nunca es definitivo. Es infinito, solamente se puede dar unos pasos, uno se vuelve y ya no está. Pero ahí está la sensación de la compañía, que uno no puede vislumbrar del todo, está a punto… es como la búsqueda en sí misma. Y también es el encuentro que existe, esta sensación de que hay algo y que tiene palabras. Si las canciones tienen una razón… cuando escribí una, tuve la sensación de que la canción era como una estrella, que se separaba de mí, y subía y subía, y yo estaba rodeado de gente que estaba en otra cosa, pero esa sensación con la intimidad ya me había enganchado.
Ya. ¿Y cuáles son tus próximos proyectos en música, poesía y pintura?
Seguir adelante (risas), escribiendo, pintando… Tengo ahora un taller nuevo. Así que voy a llegar a pintar, tengo una exposición en Valparaíso el 1° de diciembre. Estaré de vuelta con exposiciones, también voy a enseñar el libro cuando llegue a Chile, porque no había lanzado nunca un libro, es la primera vez. También voy a sacar un disco el próximo año, en marzo debería estar listo. Y seguiré tocando, como siempre.
No. 106 / Febrero 2018
Entrevista
Memoria histórica de la Facultad de Filosofía y Letras:
Ricardo Migueles
®Borzelli Photography
¿Se es poeta de tiempo completo?
Yo creo que sí. Aunque la mayoría de los que escribimos poesía trabajamos en algo, (risas), es decir, muchos son profesores, dan conferencias, trabajan en periódicos, en editoriales, en otras cosas. Aquí en la facultad hay bastantes poetas, pero en mi caso el hecho de estar escribiendo, lo hago sin ninguna disciplina, no soy un poeta que planee un libro como si lo hacía Víctor Manuel Cárdenas, magnífico poeta de Colima que murió este año, quien decía —bueno, voy por este libro— y trabajaba ciertas horas cada día. Yo, en cambio, trabajo poemas como se me van ocurriendo, a la hora que sea, a veces a las dos de la mañana, a veces es caminando, y así los escribo hasta que siento que se termina y luego ya un día con más calma me pongo a pasarlos a la computadora y a corregir. Ahí los voy almacenando hasta que los junto en un libro. Pero sí, es uno poeta de tiempo completo, yo siempre estoy leyendo poesía a diario, y también en un momento que se me ocurre algo, paro lo que esté haciendo, y lo escribo. Ahora, un poeta de tiempo completo como Rilke, quien estaba subsidiado por sus amigas aristócratas, pues entonces, sí, ¡a todo dar! Ese era el FONCA de Rilke. Pero bueno, la mayoría de nosotros trabajamos en otras cosas. Ahora, cuando se me presenta una imagen, un pretexto poético, necesito enunciarlo, es decir, ver las cosas y sólo tener la impresión de alguna frase no es recomendable. En el momento en que ya hay un enunciado creo que ya puede haber una semilla de un poema. Seguramente otros, y seguramente Alberto Blanco, quien es además un artista plástico y músico, tendrán otras formas de que se les aparezca esa percepción poética. Gonzalo Rojas decía que de pronto algo le hacía un zumbido. ¿Qué quiere decir eso? pues que le llamaba la atención algo, y ahí también él trataba de atrapar ese zumbido, a esa especie de abeja invisible con algún enunciado.
Es bien sabido su gusto por la poesía de Miguel Hernández, si la poesía nunca ha sido consumida en masa ¿por qué fue tan temida por las dictaduras europeas y latinoamericanas en el siglo XX?
Mira, la poesía puede ser muy contundente, hay un cierto parentesco con la publicidad la cual se basa en crear enunciados que tengan una contundencia y que permanezcan en la memoria, un enunciado fuerte puede mover muchas cosas y circular muy fácilmente. La poesía circula mucho en la red, mucho más que en libros, donde los tirajes son de quinientos ejemplares y en la red, en cambio, circula lo que sea. Yo estoy dando una clase de poesía y les digo a ver busquen el poema “Imprecación” de Olga Orozco y lo buscan en la red y pues ahí está. Como son cortos los poemas o al menos más cortos que la narrativa, en general, son de acción corta y hay mucho material en la red. Marco Antonio Campos mencionaba este mismo fenómeno en una entrevista que leí la semana pasada, yo lo he podido observar en las clases. Miguel Hernández fue un poeta que ya tenía una fuerte formación mucho antes de la guerra civil española y cuando ocurre esta, él entra como combatiente y escribe poemas a propósito donde enfatiza la cuestión de la arenga de la agitación, y con la gran eficacia de Hernández que tenía una capacidad para la síntesis a través de una metáfora o como sea. Entonces pues si se podría volver algo agitador. No creo que un régimen se fije tanto en eso pero como se cuela, el poema, como si fueran mosquitos la información, entonces si puede resultar algo que tenga esa función social.
¿Cómo es que la poesía, si acaso, contribuye a mejorar la calidad de vida de un país?
La poesía es algo que las personas necesitan y que satisfacen mucho a través de las canciones, digamos que el hermano sonoro de la poesía son las canciones igual como la necesidad de la narrativa la gente la satisface leyendo novelas sino viendo la televisión o películas. El cine es una gran escuela de narratología y nos enseña mucho a ver la verosimilitud, la coherencia de una historia, la interpretación, los ritmos, y en el caso de la poesía la poesía circula en los enunciados, de gran parte de las canciones. Los poetas digamos sólo de libro, son consumidos por una región muy pequeña de la población, yo diría que muchos de los lectores de poesía también la escriben, aunque no la publiquen. Y eso hace que sea un grupo muy pequeño, pero la poesía enriquece nuestra percepción de la realidad, nos hace ver cosas que de otra manera en el silencio, en la mudez, en las palabras repetidas y en los lugares comunes no las podemos ver.
®Borzelli Photography
Con cuarenta y dos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ¿cómo recuerda aquella visita que hizo Julio Cortázar al auditorio Justo Sierra allá por los años ochenta?
Bueno, yo fui por Julio Cortázar al Sanborns de los azulejos, luego lo metí en un taxi, tenía miedo de que no fuera a entrar, pues él era muy grandote, pero si cupo y lo traje aquí, al auditorio Justo Sierra, el cual es un auditorio muy grande. Estaba abarrotado hasta en el escenario, había gente sentada al pie de la mesa, fue muy emocionante esa llegada de Cortázar. Yo, incluso, la cuento en una novela, la única que he escrito, que se llama Amaneceres del Husar (Alfaguara, 1996), nada más que no la cuento con sus nombres, Cortázar ahí aparece como el general, la transformo en clave como en el ejército, porque es una novela de juego y ya.
El auditorio está tomado desde hace diecisiete años por un grupo, y es una barbaridad que no los hayan podido o querido sacar. Ahí, habría que haberle dicho a la UNESCO, la cual declaro al espacio de ciudad universitaria como patrimonio cultural de la humanidad, que una parte de la universidad es propiedad privada de un grupo y que entonces no es completamente patrimonio mundial. Yo creo que deberían sacarlos. Es un problema que no han resuelto las personas a las que les corresponde, a nosotros sólo nos corresponde opinar. Ahí, en el auditorio Justo Sierra, estaba el cineclub de los domingos, que era magnífico, había muy buenas experiencias lástima que ya no hay.
¿Cuál sería el consejo para quienes se acaban de dar cuenta que les gusta escribir algo que se parece a la poesía?
Yo creo que lo mejor es escribirlo y compartirlo, tanto el proceso de escritura como el resultado con amigos, estar abierto a los consejos, a compartir un entusiasmo, lo bueno de los talleres de creación literaria es que uno encuentra personas que están haciendo lo mismo con el mismo entusiasmo, y eso es lo que más enriquece, más que incluso la coordinación de un profesor. El encuentro con otros que hacen los mismo es lo mejor, uno hace sus talleres de manera horizontal, creo que todos los poetas que escriben, tienen o tuvieron sus lectores favoritos, someten sus textos a plática con otros. Sobre todo la experiencia de escribir es una experiencia muy satisfactoria y un gran placer cuando uno dice: —Ah caray esto no sé cómo me salió, me salió muy bien— se emociona uno mucho, hace una fiesta uno mismo en el interior de sí mismo cada vez que algo sale. La invitación es a compartir el resultado de la escritura y a seguir leyendo poetas. Preocuparse por publicar no es tan importante. Hay que entrar en los circuitos habituales de periódicos, revistas, la red, para darle impulso a eso. Yo todo el tiempo estoy leyendo a nuevos poetas, poetas como Roberto Juarroz, como Olga Orozco, como Eugenio Montejo, como Piedad Bonet. En lengua española hay extraordinarios poetas. Me gusta también la poesía de Fernando Fernández, ex alumno mío, quien tiene además un programa en el IMER. El radio es perfecto para transmitir la poesía, la poesía es corta y uno oye el poema completo, una experiencia muy motivadora. Hay poemas que se dejan oír mejor que otros. La televisión no es un medio ideal para la poesía mas sí para la invitación a su lectura. Tú lees un poema al aire en televisión y a los treinta segundos los productores se están angustiando, en cambio en el radio puedes escuchar un poema de cinco minutos y no pasa nada.
Entrevista a Argel Corpus
Ricardo Migueles
Qué raro se siente ser entrevistado. Es como ser invitado a una casa y convertirse en el anfitrión.
No sé. Es rara la pregunta. No sé si me sabía poeta. A mí no me interesaba leer pero sí me gustaba que me leyeran. Estoy seguro que de todos los poemas que oí, en mi casa o en radio UNAM, no entendí ni uno. En las primarias en las que estuve no recuerdo a un solo profesor que nos leyera algo del libro de lecturas de español. ¿Tú recuerdas esos libros? Yo como que recuerdo que en ellos había fragmentos de Don Quijote, poemas enteros de Reyes, de Ibarbourou, de Mistral, de nuestros Contemporáneos, posiblemente de Lorca y de Alberti, pero no recuerdo a uno sólo de mis profesores leyéndome un poema. Supongo que ellos no tenían el hábito de leerlos y no entendían como para qué. A veces uno se pregunta cómo es que uno termina por estudiar letras luego de pasar tantos años sin entender mucho de ellas, ¿no te pasa? Para regresar a tu pregunta, yo no entendía nada pero tal vez de manera intuitiva sentía su importancia, oía los sonidos de las palabras, y quedaba muy a gusto con ellos. Todo esto es una especulación. Así que hay que tomarla como eso. ¿Cuándo empecé a escribir? En la secundaria. En esa edad es cuando la poesía nos visita a todos, creo. No sé si fue una revelación pero sí recuerdo el impulso. La sensación me gustó tanto que todavía perdura.
¿Qué ventajas crees que tiene un poeta profesor de poesía sobre otro poeta que no lo es?
Miguel Hernández nunca fue a la escuela y es un gran poeta. Según Auden los poetas tienen que dedicarse a cualquier labor que no involucre el uso del idioma como herramienta principal, es decir, un poeta no debería de ser traductor, ni crítico, ni maestro de literatura, ni académico. Una sociedad así parece interesante. Imagínate la premisa: el poeta puede dedicarse a cualquier cosa. Quizá esto evita la monotonía. Pero con nosotros, ¿qué opciones de trabajo nos deja? Esa idea de Auden es una de las más ajenas en mi entorno (y por eso casi nunca la digo en voz alta). Muchos de mis amigos sí son poetas y además traductores, profesores, o escriben diccionarios, o llevan a cabo cualquier tipo de profesión que tiene que ver con el idioma. Para mí, si pudiera escoger, sería ejemplar que los poetas de ahora fueran como los del siglo XVI: militares, espías, empresarios exitosos de teatro, o como algunos del XX: diplomáticos, banqueros. ¿No serían más entretenidas las fiestas del FONCA?
En tu poema “Recuerdo” del libro Los días pasan y se llevan su lumbre al final están estos versos: “Y con el cuerpo, a veces reclinado/ a veces amodorrado, presentía/ un mundo muy terso y sin accidentes/ El mundo de mis diez años”. ¿Cómo presientes el mundo ahora?
Terrible. El mundo me parece una pesadilla ahora. Parece que no hay amor. No quiero decir que en mi vida personal no haya amor, existe abundantemente, quiero decir que noto que la gente anda muy enojada. Creo que hay muchos agravios por ahí, de distintos órdenes, que jamás han encontrado una salida y sin duda eso tensa la vida cotidiana. ¿Será que la poesía le debe a su público un lenguaje con el que se pueda decir la realidad que nos circunda? ¿Será que nos falta un lenguaje imaginativo para nombrar las causas y combatir el desconsuelo? Habría que escribir mucho sobre esto. Cuando oigo las noticias pienso ¿cómo fue que llegamos a este estado de cosas? y en mis horas tranquilas me digo “esto también pasará”, como se decían los poetas medievales que algo sabían de dificultades.
¿Qué buscas cuando escribes poesía? Si no buscas nada, ¿para qué escribes?
Todo empieza con un ritmo en mi cabeza. Un ritmo con palabras. Supongo que si el ritmo fuera abstracto yo hubiera sido músico pero no fue así y sí lo lamento un poco. Me hubiera gustado ponerlos a bailar. Lo que busco es escribir ese ritmo.
¿Has experimentado algún tipo de decepción con respecto a la poesía o a la creación poética? Si es así, ¿en qué sentido?
No creo. El oficio de poeta es muy humilde. Él me ha dado la satisfacción de practicarlo. Hay que estar agradecido.
Los días pasan y se llevan su lumbre además de ser el título de tu primer libro de poemas, es también un verso que, en mi lectura, lo más crucial en él es saber qué es esa “lumbre” ya que se presta para varias metáforas. ¿A qué te refieres con esa “lumbre”?
A la luz. Los días se llevan su luz y nos dejan a oscuras. Diario. Ese verso se me ocurrió un día que entré a un cementerio. Iba al sepelio de un familiar. Era ya tarde-caída y de pronto el verso apareció en mi cabeza como una certeza. Fue contundente. Así que lo escogí como título del libro. Puede ser que además de la luz, la lumbre del título conmemore la vida que ese día despedí. Eso.
Si es el caso, ¿qué consejo le das a tus alumnos que muestran una notable habilidad lírica?
Que escriban mucho y mal para luego tirarlo todo y empezar a escribir mejor.