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No. 89 / Mayo 2016


Armand Virallonga
(Barcelona, 1990)


El guardián en la noche

Por mucho que me aleje del vientre
ahí sigue Orión,
blandiendo su espada de gato en la noche,
centinela de mi presagio cubre la guardia
desde la víspera anterior al día en que asignaron sentido a los mitos.

Nunca se ve a Orión como des del patio de mi infancia,
nunca aparece más pronto que en mi mirada.
Cuando ya no sé como volver, y tan solo
cae oscuro en la encrucijada,
haga boscaje de edificios o nube de olvido, des del eterno señala
la ruta más veloz hacia el patio de mi casa.




Pueblo a la sombra del Monolito


Era un monolito
                       tan grande,
tan grande como el Narco.
En las horas de sol justiciero,
de ese sol que despelleja y le cobra
a uno la existencia,
dejaba deslizar por la avenida principal
olores azabache.

Ellos eran un pueblo peletero.
Dedicados al ganado de unos campos yermos.
Antes de tocar las campanas; ya en misa,
luego otra vez al trabajo
y a ese corazón bruno licuado
que el día la madre repartía frigoríficos y lavadoras.

Dispararían por esa sombra,
serían sombra si tuvieran
un par de lo que hay que tener para gastarse temprano,
o un par menos de venados.

Tan solo escalar un poco la peña
el paisaje ya queda a los pies del hombre.
Tan solo a un par de atajos
 si pierdes el vértigo.
¿A quién no le iba a apetecer, en la estación seca,
un paseo por la ladera umbría?




Firmeza

Volvió para decirme que se había ido.
Para cerrar la puerta dos veces
bajó del tren, cruzó el andén de vuelta,
y los ciento treinta kilómetros
que la alejan y la acercan según da el viento.
Volvió; para llevarse el perro y unas bragas limpias,
volvió porque solo sabe joderte.

Aunque aprenderá más cátedra,
            se encarga de restregártelo,
y a comérsela a otros, créeme se dará cuenta
aún no sabe cómo explicárselo
pero la trataste mal, te lo reprocha.

Está recabreada, rebelde,
reacia al recuerdo
porque fuiste mal tipo,
y es todo lo que importa.

Fíjate si está enfadada que cruzó el andén,
que tomó los ciento treinta en llanto
a la velocidad de morderse el labio,
que vino a comprobar por si no era cierto,
que la puerta hubiese quedado forzada al marco.
Pero la puerta, solo estaba ajustada.