José Manuel Cardona (Ibiza, 1928; vive en París)
Tom Smithson muerto en su buhardilla
A Carlos Germán Belli
Te has ido Por las espirales de humo de tus dedos famélicos. Te has alzado sobre la marea encendida de Long Island Quizá para soñar mejor desde el fondo de tus párpados ecuestres en aquellos manjares que tu paladar de clown hambriento no llegó sino a intuir. Es falso decir que te has muerto, que te han vomitado para siempre como una cosa inútil. Tu sueño debe ser tan leve como el plumaje de las prostitutas de California tan grácil como uno de esos ascensores de Manhattan. Temen verte despertar a deshora para ir hacia Wall Street y decir a los fabricantes de embutidos que es hermoso dictar cartas comerciales a las rubias mecanógrafas, pero más hermoso vagar por las riberas del Hudson. Como aquel día de enero, aquel amanecer de labios jóvenes y pechos transparentes cuando dirigiste tus sueños al escaparate de dulces, tan asombrado, tan hondamente sorprendido de hallar a Dios entre las tartas de crema y sentir su peso sobre las lívidas paredes de tu estómago. Ya solo queda un revuelo de cenizas, y tu nombre voceado por el muchacho de los periódicos.
El Embeleso
“For worse? for better? but happened.” Ezra Pound
A Mariano Villangómez, Con una nostalgia inmensa
Puede que las cosas no sean Como quisiéramos que fuesen.
El río sigue su curso y lo contemplamos atónitos.
Este río será el mismo que vieran Los ojos de Heráclito aunque no sea el mismo río. Cavilo así, embelesado A orillas del Danubio Esta tarde otoñal en que fluyen las aguas, sarmentosas, como ramificadas, arrastrando vestigios de tormenta, ranúnculos, despojos ribereños de un paisaje que sí sería el mismo hace mil años. Solo el hombre es capaz de destruir Lo que nunca ha creado y que él solo cree pertenecerle. Ver para vivir no le basta, todo tiene que ser suyo, apropiárselo.
No pienso que nunca salgamos de la caverna. Lobo, tigre y buitre, vocablos que el hombre ha inventado huyendo de sí mismo, cercenando ese doble ingrato que refleja el espejo al contemplarse en él, nada tienen que ver con la naturaleza. Y, a irlos suprimiendo, borrándolos de su vida, el espejo se los devuelve intactos, convertidos en monstruos, encarnados en su especie, y serán ese homo sapiens del que hablan los libros. Pesadillas horribles nos asaltan y al despertar nos gustaría seguir soñando por no ver los cuerpos de tanto supliciado. En todas las edades, sublimando Sus propios horrores, el hombre crea los dioses a su semejanza y sacrificándolos, se engañará creyendo redimirse.
Se extinguirá la especie humana Sin haber alcanzado nunca La edad de la razón, como esas muelas que se dicen serlas del juicio, tardías, dolorosas e inútiles, vestigio como el hombre de otras edades. Perecerá también Ese embeleso que me habita A orillas del Danubio y al perderme por los campos de Córdoba que dieron su caballo al romancero o al evocar al Júcar y las hoces del Huécar y al bañarme en las fuentes siempre heladas del río Cuervo y subir a la Vega del Codorno, o cuando en Delfos, tras el crepúsculo de un día esplenderoso, me detengo entre los olivares plateados y corono mis sienes con el laurel de Apolo y evoco, emplazo a mis antepasados fundido como acuñado en el mármol de una tierra que pudo ser la mía y de la que surgió una vez la única raza humana que valía la pena así llamarse.
Aquí y ahora siento en mí crecer Y que de mí dimana como un aura celeste, límpida, etérea, grandiosa, y recuerdo a Cernuda, el hermano y guía memorable, y recuerdo con él que el hombre, sólo el hombre que él y yo sabemos, siempre quiso caer donde el amor fue suyo un día.
Viena, 31 de agosto de 1995
La Buena Nueva
A Pablo García Baena
Iba por la calle y decían de él: “este hombre es Como nosotros”. Las muchachas reían a su paso y le gastaban bromas. En los suburbios le conocían Y cuando entraba a beber un vaso de vino Alguien levantaba la copa y la voz Para decir: “A tu salud, amigo”.
También los animales de la calle Parecían conocerle: Los perros se pegaban a sus pantalones, Los gatos maullaban satisfechos. De las afueras de la ciudad el canto de los gallos le traía una salutación.
En el campo tenía sus amigos. Los campesinos de piel rugosa y Mirada abierta reían largamente y le daban racimos debajo de las parras. y le golpeaban suavemente en los hombros, y apenas hablaban porque lo sabían como ellos y el silencio era mucho más.
Una vez hubo una mujer del pueblo que le abrazó en la calle mientras le coronaba con hojas de laurel. Sus zapatos, su camisa, sus pantalones, La zamarra que usaba en el invierno, El pañuelo al cuello y la sonrisa amplia, ese andar seguro como tigre hermano, todo decía en él sus humanidad, su hombría de hombre, su llaneza de pueblo.
Hasta la tierra que cubre sus huesos es como una amapola derramada en la tierra. Una mano rugosa, florecida, acaricia en la tarde su recuerdo. Nadie llora, le saben de enredadera tibia, de jacinto y retama. Le saben uno más, un hombre bueno, un recuerdo agradable. Casi un símbolo.
Díptico a Tarragona
I
Izada como ave en blanda loma, luminosa de sol, plena de vida, ciudad de sueño blanco amanecida en vuelo venturoso de paloma.
A tus ojos de vidrio el mar se asoma, a tu talle de miel como una herida donde gime la roca adornecida de la misma cantera que hizo a Roma.
Despiertas al gritar de las gaviotas, marinera ciudad, con la alegría que prestan al amor tus manos rotas.
Dora la tarde el sol de la bahía. Cuando todo es quietud rompen las notas jubilosas de tu marinería.
II
Ciudad bajo la lluvia, con la espera de siglos dormitando en tus entrañas. Marinera de mar, que en el mar bañas tus pies de concha y nardo. Hay primavera
en tus párpados quietos, y quimera de oloroso jazmín entre espadañas. De oloroso jazmín, rosas extrañas, bajo la sombra azul de tu palmera.
Ciudad bajo la lluvia silenciosa. Torre de amor celeste amurallada como una mano tibia te acaricia.
Adusta en los cipreses, rumorosa ciudad de plenilunio. Tierra amada. Heredera de Roma y de Fenicia.
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