No. 85 / Diciembre 2015 - Enero 2016


Herberto Helder
(Madeira, 1930 - Cascais, 2015)

Traducción y nota de Blanca Luz Pulido

 
Uno de los poetas portugueses más desconcertantes y perturbadores del siglo XX. Entre las muchas clasificaciones, todas inexactas y aproximadas, que ha recibido su obra, se encuentran las de hermética, surrealista, experimental. Desde O Amor em Visita (1958) hasta A Morte sem Mestre (2014), su libertad e independencia de todo lo que no fuera seguir el rigor de sus voces internas guiaron la escritura de sus poemas y textos en prosa, que aun hoy siguen encerrando enigmas y deslumbramientos, como Apresentação do Rosto (1968), Última Ciência (1981), Do Mundo (1994), así como sus traducciones libres de poesía O Bebedor Nocturno (1968) y As Mágias (1988).

Sus últimas obras fueron A faca não corta o fogo (2008) y Servidões (2013). Enemigo de entrevistas y reconocimientos, en 1994 rechazó el premio Fernando Pessoa, uno de los más importantes que su país otorga.


Estilo*

–Si yo quisiera, enloquecería. Conozco muchas historias terribles. He visto muchas cosas, me contaron casos extraordinarios, yo mismo… En fin, a veces ya ni puedo ordenar bien todo eso. Porque, ¿sabe usted?, me despierto a las cuatro de la mañana en un cuarto vacío, enciendo un cigarro… ¿Se da cuenta? La pequeña luz del cerillo aumenta de pronto la masa de las sombras, la camisa caída sobre la silla adquiere un volumen imposible, nuestra vida… ¿ve usted?… nuestra vida, la vida entera, está allí como… como un acontecimiento excesivo… Hay que ordenarlo todo muy rápido. Por suerte, existe el estilo. ¿No sabe lo que es eso? Veamos: el estilo es un modo sutil de transferir la confusión y la violencia de la vida al plano mental de una unidad de significación. ¿Queda claro? ¿No? Bueno, es que no soportamos el desorden pasmoso de la vida. Y entonces la tomamos, la reducimos a dos o tres temas que nos planteamos. Después, por medio de una operación intelectual, decimos que esos temas están comprendidos en el tema común, digamos, del Amor y de la Muerte. ¿Comprende? Una de esas abstracciones que sirven para todo. El cigarro se consume, ¿no es así?, y regresa la calma. Pero ¿se imagina que esto siga así todas las noches, durante semanas o meses o años?

Una vez fui a un doctor.

–Doctor, estoy loco –le dije. Debo de estar loco.
–¿Hay locos en su familia? –preguntó el doctor. ¿Alcohólicos, sifilíticos?
–Claro que sí. De lo peor. Locos, alcohólicos, sifilíticos, místicos, prostitutas, homosexuales. ¿Estoy loco?
El doctor tenía sentido del humor, y me recetó barbitúricos.
–No necesito medicinas –le dije. Conozco historias tenebrosas sobre la vida. ¿De qué me sirven los barbitúricos?

La verdad es que yo no había encontrado mi estilo todavía. Pero escuche, amigo mío: conozco la historia de un hombre viejo. Conozco también la de un hombre joven. La del viejo es mejor, porque era muy viejo, ¿y qué podía esperar ya? Pero escuche, preste atención. Ese hombre viejísimo no se resignaría nunca a prescindir del amor. Amaba las flores. En medio de su soledad tenía floreros con orquídeas.

Así es el mundo, ¿qué quiere usted? Es obligatorio encontrar un estilo. Sería bueno poner grandes carteles en las calles, que hubiera anuncios en la televisión y en los cines. Busque su estilo, si no quiere echarlo todo a rodar. Yo encontré mi estilo estudiando matemáticas y oyendo un poco de música: a Joan Sebastian Bach. ¿Conoce el Concierto de Brandenburgo núm. 5?  Seguramente se acuerda de esa cosa tan simple, tan armoniosa y definitiva que es un sistema de tres ecuaciones y tres incógnitas. Primario, elemental. Resolví miles de ecuaciones. Después oía a Bach. Adquirí un estilo. Lo aplico por la noche, cuando me despierto a las cuatro de la madrugada. Es simple: cuando despierto aterrorizado, viendo cómo las grandes sombras incomprensibles se yerguen en medio del cuarto, cuando una pequeña luz surge en la punta de los dedos, y toda la inmensa melancolía del mundo parece surgir de la sangre con su voz oscura… Empiezo a practicar mi estilo. Es un ejercicio admirable. A veces aplico el método de vaciar las palabras. ¿Sabe usted cómo es? Tomo una palabra fundamental. Palabras fundamentales, curioso… Tomo una palabra fundamental: Amor, Enfermedad, Miedo, Muerte, Metamorfosis. La digo en voz baja veinte veces. Ya no significa nada. Es una forma de adquirir el estilo. Fíjese ahora en este artilugio:

Los niños enloquecen con la poesía.
Oíd por un instante cómo se quedan presos
en lo alto de ese grito, cómo la eternidad los acoge
cuando gritan y gritan.
(…)
–Y no somos más que el Poema donde los niños
se alejan locamente.

Es el fragmento de un poema. ¿Le gusta la poesía? ¿Sabe qué es la poesía? ¿Tiene miedo de la poesía? ¿Tiene el demoniaco júbilo de la poesía?

Pues vea: es también un estilo. El poeta no muere de la muerte de la poesía. Es el estilo.

¿Escucha cómo esos niños enormes gritan y gritan, entrando en la eternidad? Fíjese: somos el Poema donde ellos se alejan. ¿Cómo? Locamente. ¿Quién soportaría esos gritos magníficos? Pero el poeta los convierte en estilo.

Oiga, sea un poco más honesto. Por lo menos, sea más inteligente. Es obvio que no estoy loco. Yo no. Son los niños quienes enloquecen, y es porque no tienen un estilo.

¿Sabe de qué le estuve hablando? ¿De la vida? ¿De la manera de librarse de ella? Muy bien, no es usted estúpido, pero tampoco es muy inteligente. Lo conozco. Conozco a los de su clase. Tal vez yo mismo fui así. Practica las artes con esmero: no la poesía, sino las poesías. Se cultiva, evidentemente. Tal vez, incluso, posee un estilo con demasiada fuerza. Pero escuche bien: la locura, la tenebrosa y maravillosa locura… A fin de cuentas, ¿no sería eso más noble, digamos, más cercano al gran secreto de nuestra humanidad?

Tal vez usted sea más inteligente que yo.


 

* Texto tomado de Os passos em volta, Assírio & Alvim, Lisboa, 1997.