El silencio ha sido roto. Al menos en la mente, en la abstracción literaria de los lectores que desde principios del 2008 han tenido la oportunidad de leer Shhh de Christian Núñez, joven creador que a través de Unas Letras Industria Editorial acaba de publicar su segundo libro, que incluye collages del mismo autor en un alarde artístico multidisciplinario.
Shhh se estructura con una producción poética trabajada hasta sangrar, lo cual se percibe en sus versos, en sus frases cargadas de violencia, de ánimo transgresor para con y contra la sociedad esperpéntica en la que habitamos. Es un grito sordo, acallado desde las fauces que lo emiten, una negación de lo que constituye y a la vez una afirmación de la catarsis literaria como proceso de despojo, de liberación, un afán de volatilizar hasta el nihilismo en que se encuentra cimentado.
Sorprende la madurez de los temas abordados en las diversas partes que lo componen: El circo, Little child, Libro del silencio, Auschwitz, Marcha fúnebre, Las manos del ciego y Fuga mundi. Títulos en los que uno intuye de qué va la cuestión: una proyección de la niñez, risas irónicas y lágrimas bizarras que preceden al silencio desolador; el holocausto de la existencia del hombre condenado a la mortandad en solitario, la ceguera universal que se acrecienta a cada momento y, finalmente, la evasión como producto o respuesta a todo lo anterior.
Sin duda, marcadamente existencial, el libro representa el bagaje del que se compone y por ello mismo se ve enriquecido intertextualmente con las influencias que el autor ostenta. Y con justa razón. Leopoldo María Panero, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges y Fernando Pessoa son los puntales donde se sostiene el pensamiento creativo del autor y la dirección formal por la que se ha hecho un autoanálisis a través de sus lecturas. Y es que Christian Núñez es un gran lector de intelecto afilado y con una visión como pocas; así lo he comprobado al leer numerosas reseñas literarias que ha publicado en la red.
En el libro se perciben otros nexos más allá de los mencionados ya que se nota un aderezo filosófico bastante condimentado por Jean Paul Sartre, Albert Camus, Platón, etc. Referencias al cine de Polanski, a la música de Nine Inch Nails, a la pintura de Boticcelli, Klimt y otros artistas que nos introducen no sólo a las entrañas del libro, sino a la esencia misma del monstruo: la soledad, la quietud, la desesperanza, el marasmo laberíntico que nos envuelve, la indiferencia diaria a la que nos vemos sometidos y los nudillos ensangrentados que intentan derribar el muro erigido por los males de la postmodernidad.
El autor se despoja, se quita los anteojos para echar una mirada insoslayable hacia la mierda intrínseca que nos compone a todos, como seres humanos, contradictoriamente gregarios. Mediante una especie de visceralidad intelectual, las exclamaciones son lanzadas como tabiques de crítica social y, en un gran acierto, de manera exclusivamente personal, exponen sus propios demonios, sujetos y transparentados en los recursos retóricos en la construcción de imágenes y devaneos semánticos, en el afán de sublimar, de racionalizar lo que no puede ser interiorizado.
En el poema Las manos del ciego, percibimos una apologética lingüística hacia el Cratilo de Platón: “Odio los nombres de las cosas”. Percibimos también un odio constante hacia todo y hacia todos; inclusive hacia el lector. El autor no se mide a la hora de ejemplificar y abanderarse como claramente nihilista.
Con un in crescendo sostenido a lo largo de sus páginas libres, sin géneros definidos (como la literatura moderna debe ser), versos y prosa, atraviesan guiones, diálogos, soliloquios y monólogos que no evaden nada, pelean de frente, construyen una batalla perdida de antemano, hasta llegar a “Lugar común”, poema donde finalmente el silencio termina malherido y desgarrado por un grito de éxtasis y desolación.
Luego, el autor elige callar y decirles Shhh a los pinches cerdos. Al acabar su lectura, a pesar de mi consternación, escogí hacer esta reseña y responderle al autor: Preferiría no hacerlo...
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