Esta edición se llevó a cabo en un marco espléndido de cantera y granito. La ciudad de San Luis Potosí fue el punto de reunión de destacados escritores de Canadá, España, Estados Unidos, Venezuela y México. El patio central del Palacio Municipal –decorado con pinturas de temas cristianos y mitológicos que aprisionan con mansedumbre la memoria de siglos pasados– fue, durante cuatro días (del 18 al 21 de agosto), uno de los escenarios principales de la palabra.
Los escritores José Vicente Anaya, Pedro Serrano, Miguel Ángel Chávez Díaz de León, Amalia Bautista, Ana García Bergua, Paul Hoover, Jorge Valdés Díaz-Vélez, Myriam Moscona, Enrique Hernández de Jesús, Luis Tovar, Víctor Ronquillo, Miguel Ángel Quemain, Víctor Cabrera, Pierre Yves Soucy, Nicolás Alvarado, Rae Armantrout y Juan Manuel Servín, además de los escritores potosinos Elisa Carlos, Olimpia Badillo, Jaime Alfonso Sandoval, Violeta García, Irma Guadalupe Villasana y Roberto Colis dieron voz a sus poemas, ensayos y narraciones en las mesas de lectura. En lo personal, encuentro especialmente interesante que un escritor lea su obra en público, siempre hay gestos, entonaciones y aristas insospechadas que no se dejan ver cuando una está a solas con el libro.
En las mesas de lectura, las estrofas y los párrafos hicieron su aquelarre. La mayoría de los trabajos expuestos fueron de muy buena factura; acusaban el trabajo extenuante de llevar la palabra hasta sus últimas posibilidades: la poética de Rae Armantrout tuvo la voluntad de comprometerse con el mundo mediante el verso lúdico; Luis Tovar, a través una urdimbre de sensaciones, volvió sobre los pasos del recuerdo de un pasado personal para tratar de afianzarse en el hoy; Pedro Serrano evocó la vivencia íntima de espacios lejanos que pugnaban por cobrar corporeidad en la voz poética; Víctor Cabrera estructuró poderosas imágenes “salidas de la pantalla grande”, convertidas ya en voz pura. Miguel Ángel Chávez Díaz de León, en cambio, se dedicó a reír y hacer reír con su verso irreverente y alegre: “¡Dios salve al algodón, al nylon/ y al poliéster!/ ¡Gloria a la seda, la popelina, la manta y la likra!/ Benditos el satín, el lino, el terciopelo,/ el encaje y el elástico!” ; “Déjame verte los calzones/ vidita mía,/ que la tarde está triste/ y mucha es la nostalgia”. Escuchamos también a Paul Hoover, con su escritura puntual y secretamente invasora de la conciencia: “Mariposa, what a clean Word is that!/ It can fly around all day/ and never get mud on its wings./ It makes a clean sound as it passes right through/ me–/ Mud sprawls on the ground, completely helpless./ Who can ever respect it?” Amalia Bautista fue delatando con sus versos una tristeza cálida: “Tan áspero era el mundo, tan hiriente,/ que él lo difuminó para mis ojos./ Tan profundo era el corte que me hacían/ las aristas de todo lo real,/ que él decidió limarlas./ Tanto daño me hacía el movimiento/ de la vida voraz,/ que él lo detuvo en un instante.” José Vicente Anaya, atrapando la anchura del significado en poemas mínimos, leyó: “En tu cuerpo de arcilla/ germino como trigo.” De los autores potosinos, Roberto Colis leyó un cuento de su recién publicado Grimorio, en el que habla de encantamientos, fórmulas y talismanes, con una voz muy joven aún, que lucha por abrirse paso en la selva inextricable de la escritura.
Además, en el recinto sede del Festival, se presentó la exposición fotográfica "Miradas excéntricas, retratos de escritores mexicanos" de la fotógrafa Gabriela Bautista, y se inauguró la II Feria Nacional "Manuel José Othón" del libro de poesía, en la Galería Teresa Caballero.
En el evento se otorgaron los premios San Luis, al mérito literario, y Joaquín Antonio Peñalosa al mérito editorial, al poeta Eduardo Lizalde y al escritor y editor Víctor Roura, respectivamente. Ambas personalidades, además del reconocimiento por escrito, recibieron 150 mil pesos cada uno.
Eduardo Lizalde, a propósito del acontecimiento, presentó su agradecimiento a todos los implicados, afirmó que los poetas “somos seres sospechosos, extraños, en la literatura de todos los tiempos... críticos de la realidad, del poder, de las instituciones...” y dio lectura a algunos textos eróticos “y agresivos” (a decir de él mismo) –que Octavio Paz le publicó en 1988. Posteriormente leyó su “reescritura” de algunos poemas de Manuel Acuña (esto sí, en serio, gran sorpresa para una servidora). La sensación de estar escuchando aquellos viejos versos de mi juventud, desprovistos ya de sus cargas terribles de complejos edípicos, síndromes de diversos tipos, fanatismos religiosos, dependencias afectivas y melancolías enfermizas que creía menospreciar, me produjo una desazón al principio tímida, inhibida tal vez por aquella voz rotunda e irrebatible de Lizalde. Mi duda era: ¿es (poéticamente hablando) lícito reescribir a los poetas?, ¿limpiarlos?, ¿corregirlos?
Víctor Roura leyó un discurso acerca del papel de los editores en la actualidad y cuestionó el rumbo que la inmensa mayoría de ellos ha tomado: “Si las políticas contemporáneas giran en torno no a la personalidad cultivada, sino a las colectividades desilustradas, estamos entonces en medio del destino que está efectivamente a punto de alcanzarnos: si lo de menos es la instrucción, y lo de más la vacilación, tenemos que entender, porque no hay otra traducción, que la cultura se ha ido convirtiendo, ante nuestros impávidos ojos, en una especie de campo minado donde entran sólo los que gustan ser voluntariamente difuminados en la sociedad.” Dijo el editor.
Después de la clausura del festival, caminamos por las antiguas calles de rojo empedrado hasta el salón principal de la Sociedad Potosina la Lonja, donde se ofreció una cena de gala para cerrar el evento. La ocasión para mirar las iglesias y los templos en la noche de San Luis, su arquitectura barroca y neoclásica, fue el mejor broche de oro.
Y al final de todo este ritual, las reflexiones son muchas y muy variadas. Aun cuando el festival tuvo un público relativamente nutrido, las plazas y los jardines de la ciudad siempre gozaron de una concurrencia mucho mayor. No sé si sea por esa solemnidad que inevitablemente suele revestir a las celebraciones artísticas, especialmente a las poéticas y literarias; parece innegable una cierta falta de imaginación de quienes nos dedicamos a este quehacer para romper con el serio protocolo interpuesto entre lo gozoso de la palabra y la etiqueta que hay que observar en estos encuentros. Seguramente la literatura puede ser mucho más seductora de lo que a simple vista parece, falta encontrar las vías para reclutar más locos para esta nave que, sin embargo, se mueve.
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