II Jornadas de Poesía
y Poetas de América

 


mapa-continente-americano01.jpg

MUSEO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

IX FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN EL ZÓCALO DE LA CIUDAD DE MÉXICO

Del 9 al 10 DE OCTUBRE DE 2009

SEGUNDAS JORNADAS DE POESÍA Y POETAS DE AMÉRICA
MUSEO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
IX FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO
EN EL ZÓCALO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
9-10 DE OCTUBRE DE 2009

 

 

PROGRAMA

VIERNES 09

12:00 a 12:30
(Inauguración)

12:30 a 13:00
Carolina Escobar Sarti (Guatemala)

13:00 a 13:30
Eduardo Langagne (México)

13:30 a 14:00
video-conferencia
Juan Carlos Marset (España)

14:00 a 14:30
Pedro Serrano (México)

14:30 a 15:00
Andrés Berger-Kiss (USA-Hungría-Colombia)

15:00 a 15:30
Álvaro Miranda (Colombia)



SÁBADO 10

14:00 a 14:30

Max Rojas (México)

14:30 a 15:00
video-conferencia
Carolina Lorca(Chile)

15:00 a 15:30
Música
Santiago Behm (Chile-México)

15:30 a 16:30
Festival de poésie de Trois-Rivières
France Mongeau
Nicole Brossard
Anthony Phelps y
Stéphane Despaties (Canadá)

16:30 a 17:00
Hugo Mujica (Argentina)

17:00 a 17:30
Elsa Cross (México)

17:30 a 18:00
Panorama de la poesía latinoamericana
José María Espinasa (México)

18:00
Clausura

Moderadores:
Ana Franco Ortuño
Manuel Cuautle


Poeta invitado fuera del continente: Juan Carlos Marset

Director de las Jornadas de Poesía y Poetas de América: Manuel Cuautle



Participan:

Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, a través del Museo de la Ciudad de México, Dirección de Divulgación Cultural, Subdirección de Publicaciones y IX  Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México.
Consejería Cultural de la Embajada de España en México.
Festival de poésie de Trois-Rivières (Quebéc, Canadá).
Difusión Cultural Literatura, UNAM, www.archivopdp.unam.mx

Museo de la Ciudad de México
Pino Suárez 30
Col. Centro
México, Distrito Federal, C. P. 06800
01 55 5522 9936
www.cultura.df.gob.mx






 




Andres Berger Kiss
(Hungría, 1927)


En tus brazos

Colmo el hambre
Al rebuscar con el mismo
Ciego afán de antaño
Cuando no era más
Que boca y manos
Ansiando el sustento
De la piel erizada
-Piedra del pezón morado-
Cuando las memorias
Eran aún imposibles.




Elsa Cross
(Ciudad de México, 1946)


Fragmentos de Bomarzo

I

Viajes que no tenían fin.
Cruzábamos un mar abierto,
un piélago en los límites de la propia mente,
pasando las estribaciones
hacia pulsos desconocidos/

Viajes sin desprenderse de la costa,
como si bordeáramos sólo una taza de café,
leyendo en los vericuetos del asiento
los saltos, las hazañas—
que daban apenas una vuelta a la calle.
Éramos como esa estela anodina
del caballero sin rumbo,
desplegando sus armas y estandartes
en la orilla de la piedra quebrada.
¿Contra qué combatía? ¿Un dragón?

Mejor que contra rutinas insidiosas,
el desgaste socavando
con olas que golpeaban y golpeaban;
sagas domésticas
encubriendo la amargura de la inutilidad,
de la fatalidad,
la antiaventura.

Algo cayó también sobre ese orden
que asfixiaba las cosas en sus lugares fijos,
y fue venciendo uno tras otro
los cercos que confinaban el mundo
a esa sospechosa claridad.
Sólo un tintineo, un pequeño crujido,
y la rotura cundió aniquilando
el propio entendimiento
cuando se solazaba en sus respuestas exactas.

Aguas tenebrosísimas
que un relámpago fortuito iluminaba apenas.
Extraños para nosotros mismos
veíamos esos despojos
sin reconocer nuestras hechuras—
caparazones vacíos,
aguamalas.
Una estrella ocasional.

No es claro ni siquiera al repasar
las enteras alegorías de Bomarzo
qué fuerza nos impulsaba a llevar al límite
(¿el límite de qué?)
esa ficción de mirar la serpiente en la cuerda.
Y cuando quisimos reconocer la cuerda
por lo que era, la serpiente mordió.
Qué empujaba a encubrir lo más obvio,
disfrazándolo de aquello en que fraguábamos
una perfecta evasión,
hasta que se estrecharon igualmente
los límites de lo ilusorio,
y esos campos donde podíamos deambular
se gastaron como la ropa y los zapatos,
como las caras.

Si el poder de los límites
parecía una alambrada,
trozos de piel dejamos al cruzarlos,
apostándolo todo,
como el Loco en el borde del abismo.
Y si sobrevivimos a ese salto
fue para quedar como nubes vacías,
sin nada de donde detenernos,
o libres como el loro
que rodeaba su jaula desde afuera
mirando tras los barrotes.




Carolina Escobar Sarti
(Guatemala, 1960)


Graffiti mujer


media noche y
los cuerpos del orden
tras mis talones urbanos
dentro del abrigo mi cuerpo
dentro del cuerpo la pintura
mi poesía nueva
diáspora en paredes ajenas
incisión en el tiempo
signo insurrecto del aereosol

es mía la ciudad
Hoy.

“Debajo del asfalto
está la tierra”.

Mañana
lo pintarán de blanco
pero las paredes blancas
no hablan
regresaré
vengo del gueto sin sueño
de la tribu que cifra el viento
mi rúbrica está
está mi cuerpo.




José María Espinasa
(Ciudad de México, 1957)


Panorama de la Poesía Mexicana




Eduardo Langagne
(Ciudad de México, 1952)


Un ramo de rosas

Una es la rosa que hirió a Rilke,
quisiera por ello escarmentarla,
pero no puedo;
le temo y me fascina,
me obsesiona la rosa
memorablemente enlazada a nuestras vidas.
Elegí alguna más
de entre las milagrosas rosas de Juan Diego
que la ilusión dibuja en un ayate.
Evocaré también las rosas que Di Maggio
llevó durante siete lustros a la tumba de Marylin.
Una de ellas acompaña el ramo que te ofrezco;
no la tomé de Norma Jean,
tan solitaria y bella, desnuda y perfumada,
es una rosa traducida en la memoria,
testimonio de un amigo perdurable.
La rosa silenciosa que exhala tu perfume
la tomé de Cartola, pues la canta elegante.
Rosas,
algunas rosas para que luzcan en el sitio donde sueñas.
Rosas acaso sobre el piano
donde brotan melodías y aromas.
O encima de la mesa donde lees, escribes y descubres.
Que su color te ilumine la memoria.
Es decidirse por la rosa nuevamente,
por su sabor dulzón y por su tacto.
Sumé la rosa blanca de Martí,
que también he deseado cultivar;
la Rosa melancólica de Nicolás Guillén,
percutiendo su bongó y enamorando.
La rosa de Pellicer,
en las manos de la noche,
comparte algún secreto
con la nocturna rosa de Xavier Villaurrutia.
Aquí la rosa de la humana arquitectura de Sor Juana.
También tu rosa que aparece con la luna
y al pausar su llegada floreció en tu vientre.
Las rosas que te canto: Rosa
oscura del tiempo. Rosa
clara de la luz humedecida. Rosa
de los días inolvidables. Rosa
impasible del dolor. Rosa
del mundo. Rosa
del amor. Amorosas rosas
sólo reunidas hoy. Rosas
anónimas, sencillas, simples.
La rosa que no puedo tocar de Juan Ramón
se me marchita entre las manos.
La de Huidobro me sangra
cuando la intento florecer sobre el papel de espinas.
Rosas que son celebración para los días que vienen,
impacientes o tristes, oscuros o afligidos,
optimistas y a veces luminosos,
como el aroma de las rosas que te ofrezco en este ramo.

 





Carolina Lorca
(Quilpué, Chile)


Retrato

a)
Desde el fondo hasta la punta
se partió en dos la lengua
para poder decir,
para no mentir al hablar   y callar
cuando  fuese  necesario.
Entre todos  fue el único medio
para asentir  cuando pidieron
lo  imposible
mientras la otra mitad
estado ruinoso,  rotunda
se niega.

b)
El poeta que camina a lo largo
de palmeras decapitadas
rompe la piedra de los deseos
con la piedra de la montaña.

El poeta bajo los reflectores
es ave que, iluminada,
va a enmudecer  ciertamente
a sí mismo, también
a alguien más.




Juan Carlos Marset Fernández
(Sevilla, 1963)


Estos hierros


Para dejar de morir he puesto rejas a todo lo que me rodea por dentro de mí. Apresado entre estos hierros, he dado nombre a otro deseo, pretendo conquistar otra libertad. Nada espero, aquí dentro, que no venga de mí, nada que no haya sido mío antes de tenerlo. Soy ante mí toda mi vida. He dejado de morir porque no hay para mí otra esperanza que el pasado que persigo. Lo que aún no sé si fui. Mi vida comienza y termina en este punto de trasluz abovedada sobre la cripta que encierra el porvenir. Ávida de haber sido, a cada vuelta se completa, se enreda y trepa degollando mi expansión, destrozando mi flaqueza. Infundiendo en mi voz su providencia ciega. Mi vida entera es un pronóstico que me sobreviene y me sobrevive, el epitafio que proferirá de golpe lo que ahora me hace ser, hecha de mí, mi celda. Mi hostilidad conmigo. Mi conspiración. El vivir anticipado que atesoro con mi ruina. Lo que tomo para mí me va dejando sin nada. Soy lo que me arrebata mi propio despojo. Consumo mi muerte como únicamente un dios, en un sinvivir imposible fuera de mí. Para dejar el camino de la muerte, mi caminar de muerte, vivo encuevado en mi voz, y con esta ocupación franqueo todas mis barreras anteriores. Cuánto tiempo necesita un dios para dejar de serlo, cuánto más para estar dispuesto a no haberlo sido nunca. Ni todo tiempo ejecuta las mismas conversiones, ni con el tiempo basta. Mi sangre remonta ríos de lava helados, corre arriba por culpa de un dios que ha llegado a sucederse en mí, a confundirme con su vida. Qué puede haber más aferrado a mí, más ungido por el signo de mi desaparición retenida, que el nudo excesivo que se cierra, librándome de la muerte, entre este dios que se hunde en mí y la voz que en él me ahonda. Cuando me haya ido al lugar presagiado por mi voz, estos hierros alojarán al dios en que perduro y me apodero, reforzándolo, de un tiempo que ya no es tiempo. El tiempo sin pasar que es todo mi pasado. Proclamarán, ya sin aliento, que he dejado de morir antes de mi muerte y de mi vida.




Álvaro Miranda
(Santa Marta, Colombia)


DECIRES QUE BIEN NO SE SABE PUDIERON SER ESCRITOS POR EL MISMO DON SANCHO JIMENO, POR DON FRANCISCO DE MIRANDA O POR DON ANTONIO NARIÑO, EN EL CASTILLO DE BOCA CHICA DONDE LOS TRES, POR RAZONES Y TIEMPOS DIFERENTES O CASI IGUALES SI SE MIRA LA INTENCIÓN, FUERON PRISIONEROS. EN TODO CASO, SI NUEVOS CONDENADOS LLEGAN A ESTE LUGAR, QUE DIOS NOS AMPARE DE VER MORIR OTRA IGUANA COMO AQUÍ DICEN ESTAS PALABRAS QUE ACAECIÓ

Albatros sin fin, serafín siniestro:
la iguana viene a horcadas sobre el viento.
Cotuda iguana, la mar es tuya,
la brisa es tuya,
también es tuyo caramelo y jade,
tuya es la muerte que en la mar se aroma,
iguana buda, pacientísima señora:
leguas de mar sueña tu rostro:
Tuya la noche, el pecho en llama,
la cucaracha muerta,
la hormiga insigne.
Hoy me río de ti, se ríe el búho,
la hicotea plancha, el sabor del sueño.
Iguana, iguana, tu costruda piel,
se ríe el pico del gavilán pollero.
Iguana, iguana, cojo tu cola
y te cuelgo al techo
y tu bilis verdecita adentro,
cogotuda iguana,
caerá muy pronto en babaza al suelo.
Iguana, iguana, escupiré tu rostro,
Buda dorado de resplandor sereno.

Tu mansión iguana, tu mansión ahora,
escamosa y sola se quedará dormida.
Oh espadachín sin carne:
sobre el alto horcón yaces podrida.

Oh albatros sin fin, serafín siniestro:
te he contado a ti la historia
de la iguana y su tormento.
Albatros ven, ven, dame tu vuelo,
albatros, ven, ven, quiero otro cuento.

 

Qué hubo Lebrija,
Qué cuenta de nuevo

 
El cachicamo amamanta en sus conchas al verano;
la luz de los veranos es perla para el coco;
el coco es duro como el corazón del sapo;
la piel del sapo es salpullido para el río;
el río blanquea las yucas con el sopor del tiempo;
el sopor del tiempo brinca al corazón del viento;
el viento en los veranos se crecen con la tarde;

El límite del tiempo florece con la noche;
las noches y las tardes enhebran las mañanas;
la caspa del verano se arruncha entre las ubres de las vacas;

La piel de los veranos carcome la garganta de los hombres;
el hombre sueña la flor de los jacintos mirándose al guarapo;
la garganta se prende de molicie y escupe caliente salivazo;

El viento borra al saltamontes entre la cogitabunda garza  
las alas del verano se borran con el agua;
el agua el verano esparce el olor de los chigüiros;
los chigüiros crecen con la luz al pliegue del pantano;
la luz de los pantanos escribe con sus aguas las voces
de la ciénaga;

Las brisas mecen el vientre de las lluvias;
el vientre de las lluvias es frió como turma de marrano;
las patas del marrano trituran la clepsidra del rocío;
la acuarela del cumare se disuelve en las flechas de la lluvia;
el corazón del sapo engulle el corazón del día;
el día se agranda de muerte con la espera;
los nuches se beben la sangre del ganado en los palmiches;

El espumarajo del ganado ilumina al cagajón entre esfera;
el olor del cagajón zumba con el vuelo de los moscos;
los moscos fecundan las grietas de la tierra;
el aletear de la peste levanta toldos; los toldos soplan nubes
en la casa; las hamacas bambolean el ronquido del durmiente;
el durmiente se abraza al fantasma y a sus credos;

La noche se cuaja de estrellas y becerros;
la luna incendia la piel de los lagartos;
la piel de los lagartos se lleva la luna a la hojarasca;
la hojarasca se tulle de luna en los subfondos;
los subfondos se llenan de semen de babillas;
las babillas despiertan enroscadas de culebras;
las culebras se untan de noche por el monte;
el monte abrocha en sus fauces el pelo de los ponches;
los ponches clavan sus dientes mortuorios a la espera;
el pelo de los ponches se agria de amarillo
veneno de culebra; las culebras convulsionan de azul
en los planchones y se alejan;

Las ciénagas abrazan el reptar de las nubes en la tierra;
la tierra llena de noctámbulos grillos en las cuevas;
las cuevas murmullan epilépticas al ronquido del durmiente;
el durmiente hace caracoles de pasos entre el vapor y el
tiempo;

Las monas lazan a dúo sus gritos contar el tigre;
el tigre lleva entre sus uñas la agriera de los muertos;
los muertos apacientan dormidos por el río;
el río arrastra de los hombres su sombra entre las rayas;

Los gallos espolean la aurora en arco iris;
el arco iris amamanta el sol con el ordeño;
los cantaros de leche aroman a las mulas;
las mulas mascan la ribera del alba entre sus jetas;

El jinete levanta su sombrero y saluda
el helado infierno de la hambruna;
el día contesta con su tono azul entre la araña;
la araña tractora el silencio entre sus patas;
el tractor del hombre escribe
la biche vida entre el acero;
el tractor cascarea al comején;
la vida se siente buche de pichón peludo
y la mujer guarda en ella sus estrellas;

Las estrellas zapatean brillo de amor entre los hijos
y los sueños son solo sueños, cascarita de arroz,
viento molido entre el pilón de nácar;

Las sabanas del día envuelven el perfume
del chusca con las caobas;
las caobas encierran los relámpagos;
el trueno recorta la silueta de la bestia
entre el resoplar del bagre;
la selva aprieta el dorso empajado del moriche;
las palmas chirrían las fibras astillosas de sus vértebras; el
grajo de la cucha rancia la leche en las tinajas; las bestias
ensartan la carroña entre sus dientes; la carroña cubre de pus
las pepas de los ojos;
la pus destila por el filtro de la lengua;

Los horcones ululan fugitivos la avalancha;
el fuego arde en el palmiche
ya se acerca de eternidad el nubarrón del cielo;
la llama tiembla prendida en el azul telón alucinada;
el crimen quiebra en espinazo las bayonetas;
la savia paga al rastrojo con la sangre;
la sangre la beben placidas las bestias;
las bestias devanan la vida a sorbetazos;
el tiempo herido se parte en mantéales;
el manantial del llanto achicharra por siempre las cosechas;

La sonrisa se baja cacareando con el llanto,
machuca el pulso, se destripa;
la ceniza engrisa la mirada que
duerme tendida con la brisa;
la ceniza tuerce su boca entre las llagas;
el pensamiento piensa fosforito sus días;
la vida se hace bilis con el metal del diablo;
el horizonte enflecha la raíz del árbol en voltereta;
el mundo abatido se despierta;

Los pensamientos so luna llena por la noche;
los ecos son ecos de los ecos cuando borda la burda voz del
jornalero;

El jornalero cuchichea a la voz del amediero;
el amediero cuchichea a la voz de los tramperos;
los tramperos cuchichean al corazón de los trocheros;
la tierra los recibe, los aroma:
salamandra sedosa, bocachico baboso,
patio de anís, manzanilla en leche que refresca.

Los Guerreros amansan en sus ojos remolinos.
El remolino es Luzbel,
tempestad de fuego entre los soles,
arquero del trigo que despelleja lobos;

Lunas del Universo oteando al mundo,

Tempestad de bronces,
Calcio del mar soasando peces,
Arco de Odín persiguiendo muertos.

Hombres de acá,
vengadores desnudos
del otoño exentos,
crepúsculos al cenit eternos de la aurora,
Guerreros del pantano acuoso,
¡Álvaro Miranda,
en nombre del Lebrija saluda vuestras glorias!





France Mongeau
(Québec, 1961)
Tradución de Silvia Pratt


PENETRAMOS EN LA inteligencia
     del estanque
los aromas primero
la opacidad verdusca del agua
marfil puro después

algunos remolinos relatan
primera falacia en el hálito
     de las profundidades
la curiosidad de nuestras vacilaciones
materia viva materia
desplegada

nuestros miembros fraguados de algas
y de estremecimientos




Hugo Mujica
(Buenos Aires, 1942)


Hace apenas días

hace apenas días murió mi padre,
hace apenas tanto.

cayó sin peso,
como los párpados al llegar
la noche o una hoja
cuando el viento no arranca, acuna.

hoy no es como otras lluvias
hoy llueve por vez primera
                  sobre el mármol de su tumba.

bajo cada lluvia
podría ser yo quien yace, ahora lo sé,
                                    ahora que he muerto en otro.




Max Rojas
(Ciudad de México, 1940)


Celebración desde lo infausto
(Cuerpos 8)
fragmento


desesperanza que se acerca desde el final
                                                                                            de los jardines
y contempla los festejos que terminan como si fuera asunto          
                                                                              de su propia muerte,
su indeclinable vocación suicida que lo empuja a deslizarse    
                                                                                       por los péndulos
sin tomar en cuenta la conveniencia de encontrar un equilibrio
entre las muy contradictorias sugerencias que reciben los caballeros
que se encuentran de pie justo en el último tablón
                                                                    que detiene los andamios
que están a punto de caer y no sabe que los péndulos exigen
                                          un cuidado desmesuradamente atentocomo
cuerpos o esferas que se quedaron
detenidas en el tiempo y no requieren de mayor espacio
para ejercer su oficio de barcos
                                                      que navegan en mares circulares,
aguas esferoides donde ahogan su penar los náufragos que no
encontraron la expiación en parte alguna
y excavaron el légamo del fondo del océano
para encontrar, sin mucho éxito, algo de paz que no doliera
                                                                                    tan ruidosamente
o semejara sensación de que se acaba el mundo y los festines siguen
sin tener en donde poner en firme la cabeza,
                                 los pies en el vacío,
las uñas deteniéndose de una pared resbaladiza que va
                                                                                        pendiente abajo
sin otra salvaguardia que detenga la caída del patético
                                                                             ademán que se hace
cuando las puertas se cierran de repente
                                                                    y no hay manera de evitar
que los huesos astillados salten por arriba
                                          de las cuerdas que detienen del cogote
al espectral esqueletoso que divaga en torno a una
                                                                                                  celebración
desde lo infausto dedicada a cuerpos que no están,
como una categórica demostración de que el estar
                                              no necesariamente implica la estadía
ni lo incorpóreo puede sustituir a lo corpóreo
                                                   en casos de una extrema urgencia,
una terrible cremazón de cuerpos que ardieron
                                                                                        desde siempre




Pedro Serrano
(México, 1957)


Jacal en el plan

Un jacal en que entráramos,
techado aquel de niños,
carbón al viento y basurillas
en los pajares de maíz.
En medio de las vacas,
a la partida de los peones,
sin hibernación ni guarida,
olisqueamos huellas humanas,
ruido sólo nosotros.
Un camioncillo de plástico,
sin ruedas, enterrado,
nos mira atento.
Sobras de trashumancia,
sin risas y sin ruido,
al cabo de la pizca.
El plan es un mar dorado
en que nos calentamos
como mazorcas al sol.
 



{moscomment}