Mario Rivero: entre lo social y lo íntimo
Por Rodrigo Lombana Riaño
Mario Rivero nace en Envigado Antioquia en 1935 y fallece en Bogotá en el 2009. Vivió en diversos países de Centro y Sudamérica, desempeñando varios oficios: cantante de tangos, actor de teatro, declamador, granjero, vendedor de libros y de obras de arte. A su vez se labró una carrera como crítico de arte en el diario El Espectador y la revista Diners; también dirigió el programa de radio Monitor y en 1972, junto a otros poetas, fundó la revista Golpe de dados. Entre sus obras encontramos: Poemas urbanos (1963), Noticiario 67 (1967), Vivo todavía (1971), Los poemas del invierno (1985), Vuelvo a las calles (1989), Poema con cámara, Camiri 1967 (1997), Del amor y su huella (1992), Flor de pena (1998), ¿Qué corazón? (1999), La elegía de las voces (2002), Balada de la gran señora (2004), entre otras.
El poeta colombiano nos sumerge en una búsqueda literaria que se caracteriza por elaborar continuas rupturas en su obra. Rupturas que hacen su poesía dinámica y que se advierten en cada etapa del poeta, ya que cada una de ellas posee rasgos muy particulares que las distancia y las distingue. La primera etapa está constituida por los libros: Poemas Urbanos, Noticiario 67, Vivo todavía, Vuelvo a las calles y Poema con cámara (Camiri 1967). En esta etapa lo importante es la poesía social, la del compromiso con el ambiente que lo rodea entre las décadas de los sesenta y ochenta. En este período la poesía de Mario Rivero estaba enfocada en la utilización de un narrador heterodiegético, es decir, de ese espectador que nos cuenta lo que ve.
De este modo, la poesía de Nicanor Parra y la de Ernesto Cardenal son hipotextos de estas primeras producciones literarias. La antipoesía de Parra se ve reflejada en Rivero a través de la intención social y de un sentido antideclamatorio. El tratamiento de un nuevo realismo que ya se forjaba desde el boom latinoamericano está presente en estas obras. No sólo se nos muestra a la sociedad en la que el poeta vive, sino, además, toma una posición crítica frente a ella.
Ernesto Cardenal enlaza y articula la presencia de objetos a su literatura, con la posibilidad de incorporar poéticamente formas que vienen de los medios masivos de comunicación a la obra. Mario Rivero lo hace a través de la fotografía, el cine y la pintura, entre otras, para expresar su animismo sin perder la connotación social que desea expresar. El libro Poemas con cámara (Camiri, 1967) y los poemas de Balada para un pistolero pop, así como Collage sobre ciertas cosas (que no se deben nombrar) nos sirven para extender este proceso creativo inscrito en la corriente exteriorista.
Esta es una poesía exteriorista que se basa en imágenes y las articula como símbolos, para conformar un todo poético. La poesía queda entre el límite de lo narrativo y lo poético, al ser convertida en crónica de hechos y sucesos que deben ser narrados, como la muerte del Che Guevara o la historia de los asesinos Bonnie y Clyde.
En su segunda etapa se observan novedosos giros en las formas verbales, lo cual logra al introducir a su obra lo íntimo y lo subjetivo, al dar una visión del mundo no como espectador, sino como actante de la misma. Este nuevo poeta autodiegético hace que los versos se impregnen de subjetividad y de un mundo interno que se transfigura por medio de las palabras.
Del amor y su huella, Flor de pena y ¿Qué corazón? son los poemarios que pertenecen a esta segunda etapa. En ellos, el poeta ya nos muestra una nueva faceta y un nuevo manejo del lenguaje que parte del empleo de un yo constante o de la temática del amor, la pena y la duda, todas ellas partícipes de una interioridad y de una ubicación del hombre en sí mismo. Esa poesía intimista se ve antecedida por el sentimiento, por situaciones o acontecimientos propios del hombre.
La utilización de formas verbales propias de dos géneros musicales como lo son el tango y el bolero le permite a Mario Rivero que sus obras tengan un ritmo y una tonalidad propia de estos estilos musicales a través de un lenguaje eminentemente popular, con alusión a temas de amor y desamor.
El tango y el bolero son subliteraturas que ayudan a transformar el lenguaje, al permitir que el yo o el sentimiento sean constantes en su obra. Estos estilos nacidos en los barrios de los estratos bajos de Cuba y Buenos Aires, abren su poesía al universo de los destinos trágicos, con crónicas de amor y de desamor que son propias a las composiciones de estos dos géneros por medio de un lenguaje coloquial, popular.
El tango se ve dibujado en el homenaje que hace Rivero a la película de Billy Wilder: Irma, la dulce, al ritmo de tango. En ella se ve ese mundo de la percanta, del desamor y la partida de la amada. El tango es una forma de narrar una historia en la que se establecen las relaciones de un yo y un tú, o un él y una ella, de una manera que la historia va hacia un desenlace trágico; la partida de ella o la pérdida del amor, y el recuerdo del dolor. Así, Mario Rivero a través la sensualidad y el erotismo, dibuja las historias de amor y desamor en cada poema con ritmo de tango o bolero.