En la actualidad, los conceptos de arte y azar son inseparables, como la vida y el caos. La física y la teoría social contemporáneas se sitúan desde el principio de incertidumbre de Heisenberg, que comienza en la física cuántica y se expande a toda la esfera social. Hoy en día, los físicos reconocen que más de la mitad de la materia conocida en el universo corresponde a materia oscura imposible de caracterizar desde nuestros paradigmas epistemológicos. Arte y azar se entrelazan en diversas técnicas de composición visual. Hay técnicas que se realizan con un menor control entre los materiales y el soporte de la obra. A este respecto, podemos pensar en el dripping de Jackson Pollock o en el polvo de mármol esparcido por Antoni Tapies en sus cuadros. La fotografía y el cine documental se plantean también desde el azar de situaciones y escenarios, en los que el espacio, la luz y los actores, responden a su propio devenir. En el performance, el azar es uno de los participantes que no pueden faltar.
El arte de siglo XX abrió las posibilidades al azar como elemento de creación artística. El poema-sinfonía, poema-constelación, Un Coup de dés de Mallarmé (1897), que revolucionó nuestro concepto de la espacialidad y la tipografía como herramientas literarias, es un canto al azar, ya que por primera vez, debido a la distribución de las palabras en la página, al uso de mayúsculas y minúsculas, negritas, redondas y cursivas, así como a la incorporación de blancos activos, el lector pudo leer al azar los mensajes del texto. La configuración textual ya no era lineal, convencional, sino que permitía que el azar interviniera a través de la voluntad de lectura del lector. Además, el tema medular del poema es la fuerza del azar, precisamente la idea de que “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard” (un tiro de dados jamás abolirá el azar) es el hilo conductor del poema.
Durante toda la historia del arte en general y de la literatura en particular, imperó la idea de que el artista es un sujeto que crea, que manipula signos para configurar una obra. Incluso, en ciertos periodos del arte, la voluntad del artista fue exaltada a un plano casi omnipotente, casi divino, de creador supremo, de divinidad. No olvidemos a este respecto las ilustrativas palabras de Vicente Huidobro, “el poeta es un pequeño dios”, en las que con toda claridad se pone de manifiesto el inmenso poder que tiene el artista sobre su objeto, o el incipit de varias obras literarias clásicas en las que el autor invoca a las musas para ser instrumento de su voz.
A finales del siglo XIX, con el surgimiento del romanticismo y su insistencia en la individualidad y en la expresión del yo, el imaginario colectivo convirtió al artista en un ser excéntrico, fuera de la realidad, distinto al resto de la gente, alguien con la capacidad de interpretar el mundo. Con el surgimiento de las vanguardias estéticas, a comienzos del siglo XX, este paradigma comenzó a cambiar drásticamente. Luego de siglos en los que el arte se movía y evolucionaba por bloques más o menos uniformes, es decir, una corriente artística surgía, fruto de su momento histórico particular, se desarrollaba en distintos géneros y latitudes y finalmente se dejaba de lado para dar paso a una nueva, en el siglo XX muchos movimientos artísticos empiezan a seguir este proceso en forma paralela: surgen al mismo tiempo, se desarrollan al mismo tiempo, ejercen una influencia recíproca, dialogan entre sí.
A este nuevo panorama no podemos dejar de sumar los vertiginosos avances científicos y tecnológicos que tuvieron lugar, así como las guerras civiles y mundiales que ejercieron un impacto incuestionable en la manera de ver el mundo que tenían los artistas del incipiente siglo XX. Al constatar la fragilidad humana a la luz de los conflictos armados y del poder cada vez mayor de la máquina frente al individuo, al ver frustradas las esperanzas que se habían puesto en el que creían sería un siglo de progreso y abundancia, los artistas de las llamadas vanguardias históricas comenzaron a replantearse la noción de arte, la función de las instituciones artísticas y el papel del artista en el mundo. Preocupados por la constatación de que la verdad no es una ni es inamovible, comenzaron a exponer realidades múltiples o una misma realidad vista desde distintos ángulos (como es claro en el cubismo). También, comenzaron a cuestionar la validez de la voz del arte como guía, generador de conciencia y conocimiento, y empezaron a plantear el arte como duda, como experimento, como vía incierta. Asimismo, desde sus diversas disciplinas, los artistas cuestionaron la posibilidad de comunicar qué tiene el lenguaje y propusieron híbridos, intentando borrar los límites establecidos tradicionalmente en las manifestaciones artísticas. De este modo, las pinturas comenzaron a parecerse cada vez más a esculturas y viceversa, los géneros literarios se mezclaron, la música comenzó a experimentar las posibilidades de la improvisación, entre otros muchos ejemplos que podrían citarse.
En todo este proceso, que indudablemente se ha acentuado en la actualidad, los artistas fueron cediendo un poco de ese poder total que tenían sobre la obra. Esto no quiere decir que hayan perdido por completo su papel como configuradores, como creadores. Sin embargo, sí puede afirmarse que, en una gran cantidad de manifestaciones artísticas producidas a partir del siglo XX y ahora en el XXI, hay un cambio de foco del sujeto-artista al objeto-obra y un énfasis indiscutible en la importancia de la participación del receptor.
Víctimas de la antes mencionada sensación de fragilidad ante el mundo, experimentada históricamente de primera mano por los artistas de las vanguardias, y heredada y actualizada por los de las postvanguardias, entre otras preocupaciones temáticas y estructurales, los artistas comenzaron a reflexionar y a aludir explícitamente a la participación del azar en el proceso de creación artística, en algunas ocasiones de manera más radical que en otras. Por ejemplo, los poetas dadaístas tenían un método de creación plenamente fundado en el azar, el cual se burlaba del autor como figura de autoridad, dejaba en el olvido a las tan estimadas musas de los poetas, y hacía de la escritura de poesía una actividad que podía realizar cualquiera que tuviera a la mano tijeras y periódico.
Sin embargo, con esta desacralización de la escritura poética, con esta “democratización” de la labor artística (ya no sólo unos cuantos elegidos o inspirados pueden crear poesía, según los dadaístas), se incorporó un elemento que será central en las propuestas de poesía visual y después en las de la poesía perceptual: el juego, a través de una configuración y re-configuración lúdica del proceso artístico.
Los poetas visuales no se sustraen al encanto del azar y lo incorporan en sus propuestas. En el artículo Azar, Arbitrario, Tiros, el poeta concreto Décio Pignatari considera que el azar es un elemento constitutivo esencial del nuevo arte (refiriéndose a la poesía concreta), el cual se encuentra precisamente entre lo racional y lo intuitivo. Y, por su parte, André Breton habló del “azar objetivo”, al cual definió como “viento de lo eventual” para la creación artística.
En el poema visual, la incorporación del azar se encuentra en la faceta de creación cuando el autor lo emplea como base o influencia de sus decisiones de composición, tanto en el plano verbal como en el plano visual, pero, sobre todo, interviene en la fase de decodificación que realiza el lector. En algunos iconotextos coexisten numerosos textos y numerosos elementos de composición y es el lector quien elige la dirección de la lectura que va a realizar. De este modo, jerarquiza los elementos de la composición iconotextual. Este azar (que no exista necesariamente una lectura programada o previsible, sino una que dependa de las circunstancias específicas del lector individual en un momento particular) está ligado también a la sorpresa y a la capacidad de renovación del poema visual. Un mismo lector puede realizar varias lecturas distintas de un iconotexto o puede realizar una especie de “lectura en paneo” donde cada vez privilegie distintos aspectos de combinación con distintos resultados.
El azar está presente no sólo como elemento esencial en la reconfiguración del iconotexto, sino como tema explícito. Un ejemplo que lo demuestra a todas luces es el poema visual Azar, del mexicano Felipe Ehrenberg Enriquez, que se encuentra en Beau Geste Press, editada en Londres en 1943, y citado en la Antología de poesía experimental de Millán.
En Azar, de Felipe Ehrenberg, nos encontramos ante una página en blanco en la que leemos un texto escrito en letra manuscrita, presentado aparentemente sin un cuidado de disposición particular, ya que no se encuentra centrado, ni alineado a ningún margen. El texto dice lo siguiente: “(en esta página iba a aparecer (así, aparecer) un ensayo sobre el azar, pero algo me hizo cambiar de parecer.)”
Sobra decir que el tema es precisamente el azar y no es gratuito que el texto esté escrito con letra manuscrita, puesto que ésta remite a la huella de una persona, de un individuo en particular (el autor). La manera en que está escrito el texto nos remite también a la idea de bosquejo, de nota provisional. Por otro lado, se insiste en el azar desde que se dice: “(en esta página iba a aparecer (así, aparecer)”, como si el ensayo sobre el azar pudiera “aparecer” en una página por obra del destino y no por esfuerzo de un autor potencial. Luego, cuando el autor dice: “pero algo me hizo cambiar de parecer”, la vaguedad del indefinido “algo” remite de nuevo a un hecho azaroso. El autor no explica de manera clara qué fue lo que lo hizo cambiar de parecer para no escribir el ensayo sobre el azar. Simplemente alude a que “algo” lo hizo cambiar de idea. No obstante, llama la atención que a pesar de la insistencia en el azar, el autor en cierta medida intenta recuperar el control de su creación. Se trata, pues, de una simulación del azar.* Cuando Ehrenberg dice: “algo me hizo cambiar de parecer” en cierta medida recupera su voluntad sobre el texto; fue precisamente él quien al final cambió de opinión y no escribió el ensayo sobre el azar, aunque no es de menor importancia el hecho de que hubo “algo” (evidentemente el azar) que se interpuso en su creación.
El poema visual El azar, de Medina, es otro ejemplo en el que el tema es lo arbitrario. El autor distribuye letras y objetos que parecen letras de distintos tipos, colores y formas para crear el mensaje “el azar ordena todo”. El mensaje no se transmite exclusivamente por la suma de contenidos semánticos de cada elemento del sintagma, sino que también está dado (o visualmente enfatizado) por el empleo de los elementos en el espacio. Al colocar las letras de manera desordenada (pero legible) el autor refuerza visualmente la idea de caos, si bien un caos estructurado o configurado por él. Cabe subrayar aquí el aparente contraste semántico entre “azar” y “orden”, el cual subyace en toda la concepción estética de las vanguardias y posvanguardias.
A raíz del surgimiento y perfeccionamiento de las computadoras, se ha creado la denominada “ciberpoesía aleatoria”, la cual consiste en lo siguiente: un programa de computadora (al cual generalmente se puede acceder vía Internet) incluye una serie de palabras o frases que pueden ser manipuladas por el usuario. Hay un botón que se encarga de permutar y combinar al azar las frases y palabras creando el poema aleatorio. Cabe subrayar aquí la enorme participación que tiene el usuario en la configuración del texto.
Al igual que los experimentos dadaístas y su método para hacer un poema y así como las técnicas de cut-up y fold-up de William Burroughs (de los cuales la poesía aleatoria no es sino una variante que incorpora la tecnología), la poesía aleatoria representa una democratización del acto artístico y una desacralización del proceso de creación artística.
Por citar un ejemplo, el programa “Poetry CreatOR2” (http://xenon.stanford.edu/~esincoff/poetry/jpoetry.html) despliega una interfaz visualmente sencilla. En un fondo de color azul intenso, se encuentra un recuadro y las instrucciones para interactuar con el programa.
Interactuar con el programa es muy sencillo. Al oprimir la pestaña “properties”, se despliega una ventana en la cual el perceptor-reconfigurador debe incluir la siguiente información: subject, subject synonym, title, author, gender. Una vez que esos campos se han llenado con la información que el usuario decide incluir, se da clic en la pestaña “ok” y luego en “generate”. En una fracción de segundo, uno ve aparecer ante sus ojos el texto configurado por el programa, a partir de los elementos incluidos. En esto podemos ver la relación temporal presente en el mundo contemporáneo y la cual se refleja en la ciberpoesía: todo sucede rápido y el tiempo de respuesta es prácticamente inmediato. De este modo, las propuestas de poesía aleatoria enfatizan el producto por encima del proceso y desacralizan nuestra concepción del acto de escritura. Un programa es capaz de producir un poema en fracciones de segundo. Adiós tiempos de maduración del poema, adiós inspiración, adiós musas.
A continuación, incluyo el texto que produjo el programa como fruto de mi interacción con él.
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