Que Acapulco Golden sea un libro que verse sobre el viaje que Malcom Lowry realizó a Acapulco en 1936 es hasta cierto punto secundario. Me interesa revisar cómo es que Jeremías Marquines enhebró el discurso poético de Acapulco Golden, ganador del premio Aguascalientes 2012. Abro el libro e inicia el proceso de desautomatización: dos columnas que saturan la hoja, cada una de ellas puede ser autónoma, pero al mismo tiempo se corresponde con la otra. La primera (del lado izquierdo) da cuenta de “las referencias escritas y orales que existen de las visitas de Malcom L. a Acapulco”, además de incluir fragmentos de obras escritas por el poeta estadounidense. La segunda columna (del lado derecho) es “un ejercicio de vida paralela y está armado a manera de contrapunteo lírico”. La intertextualidad está presente a lo largo del poemario, Marquines dialoga de manera abierta con Homero, Dereck Walcott, José Carlos Becerra, Le Clézio, Luis García Moreno, D.H. Lawrance. Inicia el poema: “Yo me llamo Malcom”. A partir del primero verso se desata una recreación producto de un ejercicio imaginativo, pero también de investigación bibliográfica. Marquines recrea, busca, inventa e imagina desde su horizonte histórico. Ese es, me parece, uno de los aciertos del libro. El autor no traiciona su tiempo, desde el aquí enhebra un poemario que va al pasado con el fin de reconstruir una historia, tal reconstrucción no es trasnochada o anacrónica, es contemporánea nuestra, sucede desde la palabra de este momento. No importa que el viaje de Lowry haya sido en 1936, pues el lector lo asume como algo cercano porque la palabra del poeta lo trae a este ahora.
Al inicio, el sujeto lírico de Acapulco Golden habla desde la primera persona, a partir de un monólogo se construye el libro e inicia la búsqueda por el reconocimiento del Lowry. La repetición como estrategia es bien empleada, pues de manera precisa delinea al personaje: “Yo soy Malcom, le digo. / Tengo la cabeza envuelta en trapos, la sensación de que nadie me mira. […] Yo soy Malcom, / he aprendido a moverme como un salvaje dentro de mis viseras. / Soy esa planta trepadora que agrieta las ruinas […] Yo soy Malcom, / ¿tú quién eres?” Irrumpe la segunda persona, los escenarios nos resultan comunes y hasta familiares, es el Acapulco de finales de la década de los treinta y es el Acapulco de hoy. ¿Pero cómo logra Marquines la narración poetizada y sobre todo, cómo logra que nos resulte tan próxima? Arriesgo una respuesta que se bifurca por dos caminos: uno, la narratividad; dos, la coloquialidad que da lugar a la inserción de elementos orales. El registro que se privilegia en Acapulco Golden es un registro cercano al habla cotidiana, hay pasajes logrados que desde su sencillez sintáctica y podría decir, vital, apuntan de manera certera a un sentido desprovisto de lírica engolada o inentendible. Por momentos el lector tiene frente a sí una poesía transparente: “¿qué cosa hay en la vida aparte de llenar los días con momentos despreciables? / ¿qué se perdió cuando dejamos de fumar en los espacios cerrados? ¿qué le pasó al universo cuando permitimos a los pollos picotear los clavos de la mesa?” No obstante, también están los pasajes que son lugares comunes: “Esperar como espera el corazón / en medio de la nada, / si es que, en verdad, algo espera.” Y por momentos da la impresión de leer lo mismo varias veces, ¿será tal vez que la historia del poeta borracho y desahuciado de la vida se explota hasta la saciedad para convertirse en una variación sobre el mismo tema? Me parece que Marquines no sale indemne de esta posibilidad.
La segunda parte del libro titulada, Epitafios al margen se compone de poemas breves basados en poemas póstumos de Lowry, pero son también una rescritura de la primera parte del libro. Encontramos ahí símbolos, gestos, guiños y palabras que ya en la parte inicial del poemario estaban. Una especie de subtítulo anuncia el rumbo que cada texto seguirá: Instrucciones para escribir borracho I, II, III, IV Y V. Después, Efecto de escribir borracho I, II, III Y IV. En esta parte el registro coloquial persiste, pero se ve disminuido por las metáforas e imágenes que persiguen un léxico más lírico. No obstante, el lugar común aparece: “Cuando Malcom Lowry escribe, / la única lámpara que alumbra / es la del infierno.”
Acapulco Golden no es producto de la improvisación, siguió un proceso cuidadoso basado en el trabajo poético y también en la investigación bibliográfica. La utilización de cada una de las estrategias poéticas es deliberada. La anécdota es secundaria en tanto el resultado del trabajo formal es bueno.