No. 57 / Marzo 2013 |
Es verano en el hemisferio sur. Después del bullicio de fin de año, las grandes ciudades toman un aspecto desolado; el calor en el asfalto expulsa a los habitantes y los lleva a buscar tierras más frescas. Decidir dónde ir a refugiarse y con quién, en ocasiones, no es tarea fácil, incluso llevarse a una misma puede ser un desafío. La paciencia (Bajo la luna, 2009) comienza con “A nivel del mar”, un primer piso frente a la rambla permite una suerte de avistaje de peatones, vehículos y barcos anclados, hay un yo que contempla los objetos en movimiento y más allá la naturaleza expuesta en la bahía como una estampa adulterada. Ya en la arena los veraneantes pasarán a formar parte del todo “…Silla, lona libros/cremas, un sombrero: pocas cosas/siempre más/de las que una puede cargar/miramos a nuestro alrededor/buscando símiles/es domingo y esta playa se llena/de familias completas de lugareños…” Está el lugar que se habita circunstancialmente, la medida de las cosas desconocidas y el cuerpo que contiene un saber, con el correr de los días, no aparece el acostumbramiento. Hay preguntas, recurrencias de los estados, un ir y venir, como el caminar, como si todos los interrogantes quedaran a salvo sin respuestas: “…tal vez el hombre ahí sentado esperaba/la vuelta de los barcos pesqueros/ cuando la península era -dicen- un pueblito/ postrado esperaba el atardecer/ te prestan una casa y aunque no quieras/ te involucra en la vida que tuvo su dueño”. Pero hay algo que se evidencia por sobre lo descriptivo y es el estado interior de quien relata, sus cavilaciones, como si desde allí hiciera un abordaje de lo exterior, entonces están los silencios, las reflexiones, pero también las voces de reproche y el agua como refugio “…Una mujer sumergida en el desolado mar/se mueve apenas/observa con cautela su aura líquida.” Y estos otros versos: “Sentada frente al ventanal estoy/ a sus anchas, no a las mías;…” Las jornadas se suceden, hay distracciones y un poco de humor, un buen espectáculo matutino playero es la depredación en el mundo animal con intervención humana; otro plan que se convierte en obsesión es el cruce a una isla y las diferentes formas de hacerlo. Hay lugares y muslos flameando en un ida y vuelta por la península. La compañía, con quien se comparte el viaje es, una mirada donde encontrarse. Liliana García Carril, ha publicado los libros de poemas Correspondencia incompleta (1996) La mujer de al lado (2004) y la novela Maribel (1999), compiló y prologó el libro de poemas de Lorenzo García Vega No mueras sin laberinto (2005) y la antología de poemas El libro de los gatos (2009). La segunda parte del libro “A cierta altura” abre con un epígrafe de unos versos del poema “Paciencia” de Denise Levertov. El paisaje es la paciencia, no es inalterable pero no tiene voz, por consiguiente todo aquello que en él sucede es anclado en el poema a través de la mirada de quien escribe. Por momentos esa paciencia lo sobrevuela todo y es allí cuando podemos pensar en ella como reflejo que alcanza también a quien observa. “Un planeta etéreo la niebla y se desploma/ sobre el mundo: este paisaje quieto de la sierra y ellas/ sin moverse de las reposeras/ animales obstinados en marcar un territorio/ entre nubes/ ni nos vemos, dicen/ y hablan de un desacuerdo esencial/ entonces se hace la hora de comer.” Del mar fueron hacia las sierras y las contingencias quedaron plasmadas en tres momentos “Alimentos - Elementos – Tránsitos”. En el primero “Alimentos” las escenas están marcadas por el ritual de la comida, los horarios rígidos, las miradas entre desconocidos, la masticación, parecen autómatas con sonido ambiental. “Algún sentido tendrá esta comida que nos traen./Entre la desconfianza/y la entrega/algo de resignación nos anima:/comemos a horario/sujetas a un lugar/un par de horas al día.” En “Elementos” el sentimiento del yo se imprime en el paisaje y las imágenes se mezclan entre el descubrimiento de senderos y la sinuosidad de los pensamientos, “…Camino entre montañas, avanzo/por un camino hecho para ser caminado/y hacer creer al que camina que avanza/por donde la montaña se deja;/la vegetación enmarañada da la impresión/de ser lo que es: la marcha obedece. Yuyos, arbustos/plantas silvestres, nombres que desconozco./me abandono a la idea de baldío que da la maleza/no sé qué pensar.” La última parte de este libro es “Tránsitos”, donde la geografía refiere un estado de ánimo, la viajera continúa hacia adelante, avanza y se apropia del lugar, lleva el cuerpo y sus circunstancias pero la inquietud de la mente no se desvanece con el paseo; me recuerda algo de lo que Paul Bowles en “Días y viajes” señala, los mejores libros de viajes son aquellos donde se presenta un conflicto entre el escritor y el lugar. Una poeta que viaja y escribe, pero sobre todo contempla, poniendo el acento en las dos acepciones que puede tener el término, la forma atenta de mirar algo material o físico y la meditación espiritual. El silencio como un modo de guardar para sí lo que luego otros leeremos. |
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