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Por Paola Jasmer |
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No. 57 / Marzo 2013 |
Cuando llegaron a mis manos los poemarios de Alda Merini que la editorial Vaso Roto publicó el mismo año de su muerte yo no sabía nada de ella. Una mirada a los títulos y una hojeada superficial habían revelado que me hallaba frente a tres volúmenes de poesía mística, por lo que, en un intento de disipar la aprensión que me provocaba el enfrentarme a un género del que me había formado una serie de inútiles preconcepciones, decidí aproximarme a la obra por medio de su autora. Es difícil expresar en palabras el origen de mi recelo, pero sospecho que tenía que ver con la absurda noción de que la poesía mística no tiene cabida en el siglo XXI. En mi cabeza se oponían irreconciliablemente la imagen de un asceta recluido tras los muros de un convento, absorto en el más puro fervor religioso y la idea de una ciudad sobrepoblada, bulliciosa, indiferente ante las cuestiones espirituales y enfrascada, en cambio, en un perpetuo consumo. Cuál sería mi sorpresa al irme enterando poco a poco de la serie de eventos y circunstancias extraordinarias en la vida de Alda Merini que corresponden con la imagen idealizada del poeta místico que me había formado sin saber bien cómo. Cabe resaltar que no se trata de una correspondencia exacta, sino más bien de una especie de versión moderna de las condiciones de reclusión, desprendimiento de lo material y devoción contemplativa que yo había imaginado como indispensables para este género particular de expresión poética: Alda Merini nunca perteneció a un convento, pero pasó casi veinte años recluida en hospitales psiquiátricos; no se apegó jamás a un estricto ascetismo, pero pasó sus últimos años viviendo en la indigencia por voluntad propia; no dedicó su vida exclusivamente a la reflexión sobre temas piadosos, pero murió tras haber alcanzado un entendimiento de la divinidad a la vez íntimo y profundo. Para entonces yo ya me hallaba fascinada por esta mujer que parecía al mismo tiempo confirmar y desafiar todas mis expectativas; había sido seducida por un puñado de notas biográficas que a pesar de su tono desapegado y respetuoso no lograban disimular la efervescencia de una vida vivida con la intensidad y avidez de quien se sospecha inmortal. Y aún no había leído un sólo poema. ![]() Por otro lado, como resultado del énfasis que pone la poeta en el aspecto humano de Jesús, los conceptos del cuerpo y del amor se entretejen, poema tras poema, de manera íntima e inesperada. El Jesús de Alda Merini está atado a la carne y, por lo tanto, al dolor y al sufrimiento humanos; sin embargo, la poeta (quien, si consideramos los casi cuarenta electrochoques que recibió durante el periodo de veinte años que pasó internada en hospitales psiquiátricos, no era ajena al dolor) encuentra en ese sufrimiento la evidencia del amor de Cristo por el hombre y lo representa como una fuente de consuelo y alivio espiritual: “Sobre el hombre debilitado por el dolor y el peso del sufrimiento se volcaban los chacales, pero Cristo también desvaneció la injusticia y colocó a los primeros en el sitio de los últimos y su pan es la humillación y la fuerza de la humillación”. Ahora bien, el suplicio de la carne es sólo una de las implicaciones de la dimensión corpórea a partir de la cual Merini concibe a Jesús: el cuerpo también lo convierte en depositario del deseo, de un amor que insiste en mantenerse humano. El amor erótico impregna las páginas de la colección y otorga a algunos de los poemas una ambivalencia que genera impresión de que se está frente a la correspondencia íntima de dos amantes: La isla desierta que tú y yo, Señor, ![]() (…) Es así que la idea del encuentro adquiere mayor profundidad y se convierte eventualmente en una apropiación, en la desaparición de los límites entre sujeto y poeta. ![]() (…) Cabe señalar que la originalidad del pensamiento de Merini y la combinación de reverencia y desafío que caracteriza a su poesía la llevan en ese poemario a incluir a Lucifer y a los demonios en sus reflexiones. Lejos de negar su presencia en la vida del hombre en este esfuerzo por encontrarse con Dios, la poeta hace énfasis en la importancia de su influencia sobre la vida de los hombres. Con eso logra situar al hombre entre la virtud y el pecado, el egoísmo de Lucifer y la renuncia de los ángeles: Satanás, al hacer naufragar este amor de El diseño editorial de Vaso Roto es muy bello. El material y el color de las guardas, el grosor del papel y la simultaneidad con la que se presenta el poema original y su traducción al español le añaden otro nivel a la experiencia estética del lector y le permiten sumergirse profundamente en la belleza intrínseca del texto. La ediciones bilingües siempre implican cierto riesgo para el traductor, ya que permiten el escrutinio de su trabajo y señalan de forma inflexible las brechas lingüísticas y de sentido que acechan en toda traducción; no obstante, la posibilidad de contrastar las dos versiones también abre el diálogo con el lector y le permiten establecer un relación más estrecha con la autora. Jeannette Clariond está situada en una posición privilegiada con respecto a la poesía de la poeta por razones que van más allá de la inmersión en el texto que es obligación del traductor: tuvo la fortuna de conocer a Alda Merini y de visitarla en su pequeño departamento de Milán. El resultado de ese encuentro es un intenso respeto por la autora que se hace visible en cada una de sus elecciones de traducción, una especie de lealtad inquebrantable que en ocasiones le impide desviarse del camino propuesto por Merini pero que al mismo tiempo revela con espontaneidad la pasión ofuscante del amor a primera vista. Una cosa es clara a partir de la lectura de estos tres poemarios dedicados a la espiritualidad y al misticismo: Alda Merini consigue, en su esfuerzo por revelar el aspecto inherentemente humano de las figuras más importantes de la mitología cristiana, revelar su propia alma. Podría parecer irónico que la mente de Alda Merini, después de haberse sumergido profundamente en los abismos de la locura, haya resurgido con la lucidez y la claridad necesarias para lograr una revelación del alma a partir de la reflexión sobre el cuerpo; sin embargo, basta con adentrarse tan sólo un poco en la obra de esta mujer excepcional para convencerse de que ninguna frontera es capaz de resistírsele: en su obra se funden la prosa y la poesía, lo piadoso y lo blasfemo, el hombre y la mujer, Dios y el hombre. |
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