Lauri García Dueñas (El Salvador, 1980; vive en la Ciudad de México) Virginia y el pensamiento Virginia no ha muerto su boca es la hoja de un almendro rojo y redondo su mano es el árbol que aberra tus pupilas su lengua: orden y caos la prisa el ojal del tiempo una perdición-epifanía nada siestas tragaluces un grito táctil. Nosotras, Virginia, no moriremos la bruma habrá de cincelarnos la sien hasta hacernos gritar las vísceras. Crujirá la locura cuando miremos abajo hacia una superficie transparente y blanca llena de gusanos. Tu pensamiento mi pensamiento no dependerá jamás del mundo y sus hombres. La madre habrá tomado para sí toda la leche materna. La mujer llorará las lágrimas nocturnas de sus hijos y de pronto, la luz que nos hará desaparecer a todos dejará el mundo intacto y estaremos muertas al lado de las hermanas Brontë en un páramo salado. Y seremos eternas, Virginia, y de nosotras será la victoria. A Maruch Méndez de San Juan Chamula: Anoche la niña ebria qué niña la que los hombres grandes gustan de decir palabras entrecruzadas por si cae o apretar de la cintura por si cae la que escucha los discursos con los ojos abiertos y asiente callada a veces otras no y quiere aprender que la inteligencia no empieza por su nombre sino por el nombre de las cosas. La niña lloró cuando Maruch cantó en tzotzil y se preocupa por los pájaros muertos en la banqueta y a ella también se le ha metido adentro una mujer que le habla en voces y golpea sus paredes y membranas y sus líquidos aún observados con curiosidad por ella la otra que le dicen y cuando Maruch le cantó al trago y conjuró la posibilidad de no caerse ¡cuántas veces la niña de rodillas o en el suelo hecha trizas! o regando la intrusa soledad de los domingos la invasión de los otros que siempre creen que pueden apretarle la cintura o llegar sin ser invitados. El pájaro negro muerto en la banqueta es la señal de un final antecedido una referencia al aullante un escupir a la mujer que le han metido en las membranas y que en la noche le habla en voces un calor hacia la muerte sin morirse un aferrarse a la inteligencia de las cosas sin saber completamente la hondura del tropiezo que a uno le da por estar ebrio. Será su voluntad la que decida el conjuro que tendrá que hacer para no caerse tanto. Secas estarán las lágrimas si se respiran.
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