No. 57 / Febrero 2013

 

Del gusto de haberlo conocido

Mariana Ortiz Maciel

homenaje-nuno-ruiz.jpgEl primer poema de Bonifaz Nuño con el que me encontré, fue el número 24 de Los demonios y los días, aquel que fue escrito “para los que quieren mover el mundo/ con su corazón solitario”.Cuando tiempo después leía despacio y mil veces este poemario para mi tesis de licenciatura, me empezaron a preocupar terriblemente sus últimos versos: “Entiendo que no debe ser, que acaso/ hay quien, sin saberlo, me necesita./ Yo lo necesito también. Ahora/ lo digo en voz alta, simplemente. Escribí al principio: tiendo la mano. Espero que alguno lo comprenda”. De pronto supe que era mi deber ir a decirle a ese Rubén que yo lo comprendía, que todo era cierto, que sus palabras eran alta brujería. Empecé entonces a sacar cuentas y descubrí, que aquel hombre de treinta y tres años que había escrito esos poemas, ahora tendría ya más de ochenta.

Tuve la fortuna de conocerlo en el homenaje que le hicieron en la Biblioteca Central de la UNAM, en el año 2008. Esa tarde todavía se dio y nos dio el gusto de hablarnos con una lucidez que hasta dolía, como en sus poemas. Me invadió entonces la sensación, esa casi mística, de estar de veras frente a un poeta.

Siguiendo con mi acecho me puse a leer De otro modo el hombre, la entrevista que Josefina Estrada le hizo al poeta por esos mismos años. Fue una delicia eso de poder conocer algunas de sus historias mejor guardadas, convertidas en tantos y tan adoloridos poemas de amor, como aquella de la famosa dedicatoria de El manto y la corona: “Aquí debería estar tu nombre”, hecha para la mujer que le hizo conocer, como dice la canción, ‘todo el bien y todo el mal’.

Como me sucede con Borges, me era difícil imaginar a Rubén Bonifaz Nuño siendo un niño, pero me encontré con un recuerdo suyo que me lo retrató. Aquel de su amiguito de la escuela, que al preguntarle cómo era Rubén en ese entonces contestó: “No sabía pelear, pero nunca se rajaba”.

Con esa impresión me he quedado yo también de Bonifaz, la del hombre que no se raja, la del que acepta el dolor como se acepta el goce, teniendo siempre con que pagar por él: “Cuando me acuerdo, se me sube/ lo mexicano a la cabeza,/ y me dan ganas de decir que nada/ se me ha dado de gorra; que todo cuanto tengo lo he pagado; que pago cuando pierdo, estoy conforme, y cuando gano, pago;/ porque soy hombre, y porque tengo.”

homenajes-de-otro-modo-el-hombre.jpgNo es cosa fácil, ni mover al mundo, ni estar solo. Ya lo sabía Bonifaz a los treinta y tres, como lo supo hasta sus ochenta y nueve años. Quizá por esto insistió tanto en el deber de ser valientes, para asumir como nuestro, hasta que calé, aquello que desde un principio fue prestado: “Porque todo es prestado; se nos prestan/ la casa, el despertar, la compañía,/ el sentimiento temeroso, el simple/ cambio de la amistad, y el júbilo/ de ganarse otra vez, y nuevamente/ el alegre perder al encontrarse.”

Era así como Bonifaz entendía lo que era ser hombre, incluso se podría decir, lo que era ser mexicano. Aceptar el préstamo a ‘lo macho’.

Quién sabe si conocer al poeta sea conocer al hombre. Pero la dignidad con que Bonifaz vivió, es de la misma grandeza que hay en su poesía; la del que creía en héroes y guerreros, después de haber sentido la rabia y la ternura de vivir, en ese oscuro camino a la vejez, la del que nunca olvidó la importancia de hacer de la palabra y la hermandad un fuego de pobres.