Fabio Morábito es un poeta, traductor, narrador y ensayista mexicano. Nació en Alejandría, en el año de 1955. Ganó el premio Carlos Pellicer en 1985 con Lotes baldíos y el premio Aguascalientes en 1991 con De lunes todo el año, entre otros. En este último libro de poemas, Fabio Morábito nos hace mirar de nueva cuenta todo lo que nos rodea. Desde el tapete persa del cuarto hasta las hormigas que aparecen en el baño al amanecer. El poeta hace de una pista de atletismo o de una cancha de tenis su campo, su prado; mastica la calle, las partes del cuerpo, la luz, las ideas, y las vuelve: son los poemas de este libro, dividido en cinco partes. En las primeras cuatro, Fabio Morábito recrea lo cotidiano y lo convierte en poesía. Un par de mocasines se convierte entonces en el nuevo paradigma del milagro. Las puertas y los árboles devienen ejemplos de la evolución humana. Y cada que el profesor pasa lista nos acercamos más y más al cuestionamiento de la existencia. Sin embargo, es la última parte del libro la que nos muestra quizá la poética de Morábito: el poeta como una vaca que “busca, cata, escoge, / separa cierta hierba que le gusta, / no es un edén el prado, es su trabajo”; o como ballena a la que “[l]e sale un chorro a veces, / una palabra vertical que rompe el tedio de los mares”. Pero también en esta quinta parte nos habla, o más bien critica el hecho de que le pidan escribir poemas inéditos: “como si supieran de memoria lo que he escrito”, dice. Y así, en otro poema, compara el fenómeno de la escritura con la picadura de una avispa en su dedo, pues éste se hincha y también la mano; y “como si la escritura fuera un avispero, / también se hinchaba”; entonces había que liberar el veneno a través de la pluma. Cabe mencionar que el tema de la paternidad tiene un lugar importante en este libro de poemas. Primero, la voz poética divaga sobre la “inconveniencia” de ser padre de un hijo solamente: “Quisiste sólo un hijo y ahora mira, / eres cuate de tu hijo y no su padre”. Después, la voz poética examina el papel del hijo –que ve a su padre asomándose por la ventana–, al que se le revela una gran verdad: la madre siempre ofrece su pecho al niño, mientras que el padre le da la espalda (“Padre que encara el mundo, / primera puerta que nos da la infancia, / primer atisbo de que no todo es pecho”). Así, a través de varios poemas, la paternidad se adivina como un eje fundamental de este libro. También hace falta señalar otros temas que trabaja Morábito: el amor y la muerte, la amistad y la vida, la relatividad, el insomnio, entre otros. Para ello utiliza diferentes imágenes, pero las más recurrentes son las de la ventana y las luces encendidas; las del paso de la luz a través de los cristales o su reflejo en otros objetos; los árboles y los jardines –sobre todo los jardines–; los aviones, los viajes en avión y la pérdida de un vuelo. Asimismo, la idea del sismo permite la exploración de la vida cotidiana, de la vida en su abstracción y de la poética una vez más, como en los siguientes versos: Las placas tectónicas se frotan allá abajo y una ruptura es inminente.
Y eso ¿cómo afecta nuestro estilo? ¿Lo hace más áspero o más fluido? […]La poesía, ¿es una falla del lenguaje de la que sale un magma ardiente?
Con todo lo anterior se logra advertir que lo habitual, lo inmediato, lo real, puede dar pie a una poética reflexiva que no por provenir de lo cotidiano deja de ser válida y asombrosa. Con un atento trabajo en el lenguaje, reflejado en versos que surgen de manera natural, como el pasto en un prado listo para ser cortado; y, empero, con un tono de voz natural y ligero, Morábito nos convence de que la poesía no siempre se encuentra en la grandilocuencia abstracta del pensamiento humano, sino que puede accederse a ella si se observa con cuidado el rumiar de una vaca.
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