Defensa de la poesía Aguascalientes: debate sobre
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Aguascalientes 2008: En el último mes pasaron dos cosas que merecen atención y reflexión y sobre los que los lectores del Periódico de Poesía están invitados a opinar. Por un lado el Fondo de Cultura Económica publicó un Diccionario Crítico de la Literatura Mexicana que ha levantado polvos, aspavientos y ampollas. Por el otro se declaró desierto el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, que con un monto de 250 mil pesos (cerca de veintitres mil dólares), es el más importante de México. En ambos casos el dilema no está en la opinión, gustos o decisiones de determinados individuos, sino en el vínculo entre esas decisiones individuales y las instituciones que las respaldan. Ambos casos pueden ser considerados graves o banales, según la perspectiva con que se les mire. En el primero, Christopher Domínguez, un crítico de reconocida trayectoria, reunió en un libro sus intereses literarios, los organizó alfabéticamente y lo tituló Diccionario Crítico de la Literatura Mexicana (los diccionarios se titulan con mayúsculas, ojo). Domínguez tiene todo el derecho de ponerle a sus recopilaciones como quiera. Pudo nombrarlo La Biblia, si así hubiese querido. La cuestión entonces no cae en el autor, sino en el editor, que en este caso es el FCE, y la pregunta es la siguiente: ¿se trata un libro de consulta o de un libro de autor? Como trabajo de un escritor, la crítica debe revisar si su organización, argumentos, entradas y extensión de esas entradas son válidas y se justifican. Y aceptar el juego irónico que proponen, si es que lo hay. De ahí surgiría una validez y una reconocida autoridad. O se vendrá abajo por sus chapuzas, atolondramientos y caprichos. Pero como libro de consulta, quien lo respalda no es su autor sino la institución que lo publica, y lo que se incluye ahí tiene entonces una legitimación institucional. Estamos ante un problema de recepción. Desde una perspectiva podría ser un fraude y desde el otro una apuesta crítica. Decidir si el DCLM pertenece al género de las Obras completas y otros cuentos de Augusto Monterroso o a la serie de diccionarios de consulta que, como el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano, ha publicado el FCE, nos permitirá tener una idea más clara. Desde la posición de Christopher Domínguez por supuesto que el DCLM no es un fraude. ¿Pasa lo mismo desde la del FCE? En el segundo caso la valencia entre institución e individuos sería la contraria. El jurado del Aguascalientes, constituido por tres poetas de reconocida trayectoria, decidió que de doscientos manuscritos ninguno merecía el premio y lo declaró desierto. Hay que decir que los tres habían sido sus receptores. En su momento, sus libros fueron elegidos por un jurado como los mejores de su convocatoria. Pero esta vez y desde su unánime punto de vista la perspectiva era distinta: como a sus ojos ninguno tenía calidad suficiente lo declararon desierto y propusieron que se le entregara a Gerardo Deniz en reconocimiento a su trayectoria. Ambas decisiones son dudosas. Respecto a la primera, la distancia que media entre qué es mejor y qué es bueno es inconmensurable, lo que plantea un problema de legitimidad, no de legalidad. Y respecto a la segunda, la convocatoria que se les hizo para ser jurado no contemplaba esa deriva. La pregunta sería si no están, en ambos casos, excediendo sus atribuciones. Vayamos entonces un poco para atrás. José Luis Rivas obtuvo el Aguascalientes en 1986 por La transparencia del deseo, José Javier Villarreal lo ganó al año siguiente por Mar del Norte, y Jorge Esquinca en 1990 por El cardo en la voz. Sería interesante preguntarle a sus jurados si los premiaron por ser los mejores o por ser excelentes. Y sería interesante, finalmente, compararlos con los que esta vez no obtuvieron el premio. Esto nos permitiría dilucidar si lo que hubo fue un acto de justicia, uno de injustificada soberbia, o simplemente una reacción amedrentada. Desafortunadamente, el premio de poesía más importante de México no se da a un libro publicado que se escoja entre varios finalistas, lo que permitiría su discusión pública y previa, sino a un inédito, que para colmo se presenta bajo pseudónimo. El jurado se reúne, discute, toma una decisión y la comunica por medio de un acta, que la institución que otorga el premio a su vez hace pública. Hay pocas oportunidades entonces de conocer qué sucede en las entrañas del premio. La relación entre instituciones e individuos es muy distinta en los dos casos comentados, pero en ambos la confusión de entidades complica la argumentación de sus decisiones. Se trata de discernir si estamos ante ejercicios de rigor intelectual o de mandarinato. Con respecto a Gerardo Deniz, siguiendo las vías institucionales, el Periódico de Poesía lo propone oficialmente para el Premio Nacional de Ciencias y Artes en su próxima convocatoria.Pedro Serrano
P.S. NOTA: Dada la naturaleza de esta polémica no publicaremos comentarios anónimos en esta ocasión.
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