Después de 15 años, Evodio Escalante ha publicado un nuevo libro de poemas. Su poemario previo, Relámpago a la izquierda –en realidad una recopilación de cuatro obras anteriores–, aparecido en 1998, parece estar aún a la espera de lectores críticos que certifiquen o desmientan el juicio de José Joaquín Blanco, quien, no obstante hacer una reseña saturada de mordacidad y tintas recargadas en lo que, según el parecer del autor de la Crónica de la poesía mexicana, son los fallos más acusados de la poesía de Escalante, se permite sin embargo hacer la siguiente afirmación: “Quizás figure Evodio Escalante, con Ricardo Castillo (El pobrecito señor X) y Jaime Reyes, como el poeta que mejor recobró el espíritu del tiempo y de la poesía que escribían o soñaban muchos jóvenes a mediados de los años setenta.” No es poca cosa el sitio que Blanco le otorga, junto a dos autores que cobran cada vez mayor relevancia para entender los rasgos de la poesía mexicana contemporánea, digamos de las últimas tres décadas. Desde luego, sería necesario comprobar si la intención que subyace en la frase de Blanco es un reconocimiento de valores estéticos trascendentes o una mera datación histórica de la poesía de Escalante, con el fin de circunscribirla a un tiempo histórico fuera del cual carece de relevancia. La mala leche del texto citado de Blanco puede hacer pensar en lo segundo, pero mi lectura personal del libro en cuestión parece afincarse más en lo primero. Como sea, esa interpretación queda ahora pendiente. Lo que me interesa por ahora reseñar es, como señalé al inicio, el nuevo libro de poemas de Evodio Escalante, Crápula. Es éste un libro que permite una primera lectura gozosa a partir del desparpajo temático, concentrado en una voz lírica que enuncia desde la madurez de la vida emociones y sentimientos humanos inmediatos: el amor y el erotismo, la muerte y la pérdida de los seres queridos. La poesía de Escalante es fruto de un autor que ha tardado quince años en publicar un nuevo libro de poesía, que conoce a fondo la tradición poética occidental y cuya escritura es ante todo un vehículo para expresar experiencias íntimas –sean estas reales o ficticias– que, si el lector consigue identificar como cercanas a sus propias experiencia o deseos, logra establecer una comunión vital, más allá del mero goce estético que provoca su lectura. He intentado en lo posible no hacer mención a la amplia trayectoria de este autor como crítico literario, por ser de sobra conocida y porque, creo, no resulta relevante para disfrutar su poesía. Preciso: la extraordinaria cultura literaria de Escalante es evidente en varios momentos del libro, pero, por fortuna, no estamos ante un libro que pretenda dar muestra de la erudición lectora del poeta. Sin duda, hay una cauda de presencias poéticas insinuadas o explicitas, sea en forma de guiños o de menciones francas, a lo largo del poemario que es posible observar desde los títulos de cada una de las cuatro secciones en que está dividido: las dos primeras, Sobre la piedra blanca y El otro Golem, sugieren la impronta de Vallejo y Borges respectivamente, en tanto que la tercera y la cuarta, Los delirios de sor Juana, y El imitador declara su nombradía, se afincan de forma diáfana en nuestra tradición literaria. Pese a lo anterior, las presencias veladas o explícitas de Góngora, Cummings, Pound, López Velarde, Paz o Sor Juana, por señalar sólo las más evidentes, no resultan un fardo que exija un conocimiento especializado al lector. Si acaso, sólo la última sección contiene textos cuya aprehensión completa requiere el reconocimiento de las referencias literarias diseminadas en el texto, en poemas como Recado al poeta sublime, Un poeta mexicano, o el que da título a esa sección, El imitador declara su nombradía, un tête à tête del poeta Escalante con el Octavio Paz poeta, cuyo escenario es, además, El Café de Nadie de Arqueles Vela:
Si lo real es inhabitable, como dices, poeta, Te cito sin encontrarte También el Café de Nadie es inhabitable Y la calle Jalisco con todos sus fotingos Y la Mabelina adorada es inhabitable […] Por metafísicas razones que deletreas con una lengua Que lleva impresas tus huellas dactilares Sólo es real la niebla debería subrayarlo o ponerlo en cursivas […]
Además de lo anterior, es inevitable recordar al Salvador Novo de Sátira: aunque los versos de Evodio Escalante no procedan directamente de dicho autor, hay cierta cercanía entre los sonetos sexuales o las décimas de La Diegada del primero y el manejo de las mismas o semejantes formas métricas del segundo. Sin duda, el título del libro, Crápula, propone la lectura de una poesía lúdica, entre lo erótico y lo francamente procaz, en poemas como Cabalgata, Romance estilo campirano, A una puta, Elogio de la tetas o el que da título al poemario. Estos textos, diseminados a lo largo de las secciones del libro, unifican la percepción que queda en el lector de estar frente a una obra que busca lo gozoso antes que lo serio, lo vital antes que lo erudito. Creo que lo primero que se puede agradecer a este poeta es ofrecernos una obra exenta de ínfulas trascendentes. En un medio poético saturado de pretensiones formales e interrogaciones sobre la esencia del poema manifestadas en la de/re/trans-construcción (agréguese aquí el prefijo de su preferencia) del lenguaje, es agradecible el gesto de regresar al lenguaje simple aunque, eso sí, bien labrado, para ofrecernos un libro de poemas que no apuesta a la famosa “unidad temática del poemario”, sino a la unidad de sentido; es decir, a la lectura de un libro que se lee amablemente, en una sola sentada, y nos deja con la sensación más sencilla pero también más benévola:
El poema no tiene nada qué decir Pero lo dice todo El poema es ciego sordo y mudo Pero lo dice todo El poema es rígido como una piedra Pero lo dice todo El poema es algo que no existe Pero lo dice todo
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