No. 67 / Marzo 2014 |
1 ¿te has dado cuenta de cómo se parece unDurante toda la primera parte, la metáfora es exacta: la madre pare con dolor a su hijo, entre heces y orina, el hijo la parte en dos al nacer; a cambio, el hijo se vuelve una herida incurable. La existencia misma se torna una herida irreparable. Y el poeta se da cuenta que las palabras no redimen, que la escritura no redime. 2 Saúl Ordoñez ha escrito la palabra “ínferos” en el ejemplar que me ha obsequiado. No dice más. Sólo que sus palabras han salido de los “ínferos”. Esta palabra proviene de la expresión latina Descensus ad inferos: “descenso a los infiernos”, y en tiempos recientes reapareció como una de las metáforas esenciales del discurso filosófico de María Zambrano. Saúl Ordoñez lo sabe bien, sus trabajos sobre la filósofa española no nos dejarán mentir. Saúl conoce ese discurso que ve en la escritura no sólo como “una forma de defender la soledad” sino también como uno de los últimos reductos para el olvidado “descenso a los infiernos”. Descender a los infiernos es sumergirse en el fondo oscuro de la vida misma, donde yace abismáticamente oculta la raíz originaria que nos sostiene. Esa raíz no “se dice”, no “se nombra”, no “se toca”, porque el hacerlo significaría una sacudida en lo más profundo de nuestro ser. La poesía de Saúl Ordoñez se atreve a “nombrar eso”, se atreve a darle “un nombre”, un rostro. Su fuerza radica en ese descenso a los infiernos. No hay necesidad de que Saúl Ordoñez acuda a términos como “hija de puta”, “la grandísima puta”, etc., ni que suba el tono de su voz para que su poesía adquiera esa fiereza que nos desgarra el alma. 3 “No te engañes, la escritura no redime”. Saúl Ordoñez conoce ese discurso que sostiene que a través de la palabra poética “algo” se salva y “algo” se condena para siempre. Eso que no se puede “decir”, que no está permitido “decir”. Y cuando se intenta con voz temblorosa “decirlo” hay que diseccionar a la mariposa negra, hay que descender a los ínferos. Pero “Eso” que no se puede “decir” al condenarse al reino del silencio también nos condena. El nuevo libro de Ordoñez muestra que el hombre es un ser fragmentario, incompleto; siempre culpable de haber nacido, siempre culpable de su soledad que intenta redimir a través del otro: Nos amamos en otro
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