Dossier Octavio Paz / Marzo - abril 2014


Con Octavio Paz


Por
Álvaro Valverde
 

La presencia de Octavio Paz es temprana en mi vida. Aunque sus libros, que coleccioné con avidez y leí con fervor, llegaron muy pronto a mi biblioteca, recuerdo como definitivo el número que le dedicó la revista Cuadernos Hispanoamericanos en 1979. Para entonces uno ya conocía Por tu cuerpo, la canción de Luis Pastor incluida en su disco Fidelidad (1975). 

En 1988 tuve ocasión de ver y escuchar por primera vez a quien ya era uno de mis maestros. Con cuánta emoción asistí a aquel homenaje madrileño del antiguo ICI.  

Debo reconocer que el Paz que a uno más le ha interesado siempre es el ensayista, el que reflexiona sobre la poesía, y que al poeta, con admirarlo, no le debe uno tanto, por más que reconozca que algunos poemas suyos (el mencionado Piedra de sol o algunos de Árbol adentro) estén entre mis favoritos, lo mismo que algunas de sus traducciones.  

El azar quiso que, recién elegido Premio Nobel, presidiera el jurado que decidió otorgar a mi libro Una oculta razón, el Loewe en 1991, el año en que lo conocí personalmente.  

La casa de modas nos citó en el desaparecido restaurante Jockey de Madrid. Llevé conmigo mi ejemplar de Poemas (1935-1975) enfundado en su precioso estuche azul (fechado en el verano del 79), donde él, que estuvo cercano y cariñoso, estampó: “Al poeta Alvaro Valverde, con amistad y admiración, Octavio Paz. Madrid, a 17 de Junio de 1991”. Fue cuando me dijo que había leído mi original en París, y que tuvo claro que apoyaría un libro al que luego dedicó elogiosas palabras: «Una oculta razón denota una gran madurez y una sabiduría psicológica poco común en autores de su edad. Confieso que cuando leí el libro pensé enseguida que detrás de esos poemas se escondía una novela, un argumento novelesco que provenía de alguien que ha vivido mucho. Poéticamente atesora una austeridad y una sobriedad que entronca más con la poesía inglesa que con la latina, pero que se ocupa de un tema tan propio de la modernidad como el de la soledad: el hombre frente a sí mismo, el hombre en su cuarto, en su jardín, el hombre a solas con sus recuerdos, con su infancia perdida»; palabras que pasaron a formar parte de la contracubierta del libro de Visor. 

En aquella comida estuvieron presentes algunos miembros del jurado como Carlos Bousoño, Francisco Brines, Antonio Colinas y Luis Antonio de Villena, que se sentó a mi lado y con el que charlé no poco en voz baja. Fue además el encargado de entregarme simbólicamente el galardón. Faltaron a la cita Gimferrer, el eterno desaparecido, y Schiavetta 

Como por aquel entonces uno colaboraba en el diario ABC, invitaron al ágape a su director, Luis María Anson. Fue el verdadero protagonista del banquete, quien acaparó casi toda la atención. Me acuerdo, por ejemplo, de las divertidas anécdotas que contó a propósito del polifacético Pedro Sainz Rodríguez, que hicieron las delicias de Paz.  

Es verdad que tiró de la memoria del escritor mexicano, quien desgranó algunos sucesos significativos de su azarosa e intensa vida. Si hubiera llevado un diario... 

Tras el encuentro, propició una reseña de mi libro para la revista Vuelta, donde me invitó a colaborar; por eso apareció allí mi poema Viaje a Cadaqués. 

Al año siguiente nuestros caminos se volvieron a cruzar. Compartimos jurado (el poeta que gana es, en la convocatoria siguiente, miembro del selecto tribunal) y al final de las deliberaciones, que fueron encendidas –Paz, no se olvide, era un hombre con criterio–, se me nombró, a instancias suyas, portavoz para la rueda de prensa posterior celebrada en el Casino de Madrid– donde se dio a conocer el título del libro ganador, del andaluz Felipe Benítez Reyes.  

Retengo, en fin, una conversación con él, calle Alcalá arriba, camino de Sol. Un diálogo, por cierto, que nunca ha cesado.