Jacqueline Goldberg
(Maracaibo, Venezuela, 1966)
Creí que a mis cuarenta años
el mundo clarearía suficiente.
Dije:
«poseeré una colina,
seré sedienta».
Pero he llegado a la edad de la infamia.
La hibernación dejó un cuerpo desorbitado
que malentiende los presagios.
Los hombros reprenden con dolor,
ejerzo una voz prestada.
Va sucediendo el estrago,
no hay cimiente que revierta.
El paisaje es inaudible.
No disfruto el hartazgo
augurado para mi madurez.
Este otro año me cubre de escamas,
soslaya lo importante,
lo venidero.
* * *
No existe paisaje marino
que cometa el infortunio de desaparecer
a cinco brazas de la orilla.
Ni uno que mencione su volición
pese al testimonio de los pájaros.
No conozco hombre
que resista más futuro,
se acuclille en el pozo,
nazca de sí cuando jamás quiso nacer.
Mi ansiedad es la de un peregrino,
duradera, exenta de conflicto.
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