Toda la poesía
Pura López Colomé (México, 1952) es una de las piezas fundamentales de la poesía mexicana actual en los ámbitos de la creación y la traducción. Aunque también se ha desenvuelto con autoridad en el ensayo, son estos ámbitos los que le han dispensado, a mi parecer, mayor número de lectores, o bien, la distinción del lector y de la crítica. En realidad se trata de vasos comunicantes. Al fraguar sus propios poemas y al poner en nuestro idioma los de los demás, trabaja a fin de cuentas con la misma sustancia, la de la poesía, ese común denominador que puede llevarla a experimentar tentativamente la relación con la obra personal y la ajena como un inmarcesible ejercicio de transcreación, para decirlo con Haroldo de Campos.
Si bien ha vertido al español a Rilke y a Brecht, la traducción de Pura López Colomé procede sobre todo del inglés e incluye versiones de William Carlos Williams, Hilda Doolittle, Samuel Beckett, Philip Larkin y, como es sabido, de Seamus Heaney, ofreciéndonos una de las aproximaciones más solventes del Premio Nobel irlandés, entre las que se encuentran las de los volúmenes Isla de las estaciones y Viendo visiones, aparecidos en México. El hecho de que haya revisitado después algunas de estas voces a través del ensayo, como lo constata en Afluentes, libro en dicho género publicado en 2010, nos permite deducir que, además de un espacio para la revelación y el conocimiento, Pura López Colomé ha asumido la poesía como una actividad lúdica, vaya, una instancia vital para el gozo anímico, donde los intereses o las preocupaciones literarias cobran la naturalidad de una querencia.
Lo que intento asentar es que López Colomé ha traducido por gusto una familia de autores entrañables con los que, por lo demás, ha venido dialogando en su trabajo de creación. Basta echar un ojo a los epígrafes, que confirman las correspondencias entre la dimensión trascendental de la tradición lírica anglosajona, por llamarla de una manera, y la densidad espiritual latente en la poeta mexicana. No obstante, debido quizás a la levedad de su atmósfera, su poesía escapa a las clasificaciones. Fiel a la constelación de recurrencias que la caracterizan —el ser, la memoria, el topos divino, los silenciosos rituales cotidianos—, apegada a un sistema de referentes de orden sagrado, resulta inasible a las definiciones.
Y tal vez justamente por ello: por una suerte de ubicuidad a la que semeja estar destinada en su condición de errante ingravidez.
Así, los Poemas reunidos 1985-2012 de la poeta mexicana nos muestran paradójicamente una suma poética cuya totalidad no garantiza una conclusión. Podemos advertir una inclinación mística y, a la par, un fuerte componente reflexivo sobre la naturaleza de las cosas, lo que añade un cariz filosófico distinto al de índole religioso en una feliz alianza de Platón y Lucrecio. Por otro lado, hay a lo largo de esta vasta compilación de setecientas páginas un realismo anecdótico que no solemos encontrar usualmente en la poesía de resonancia mística o de resolución intelectual. Porque la de López Colomé no es tampoco, como apuntamos, una escritura sujeta a taxonomías. Junto al influjo del teólogo Jacob Boehme y los ecos del iluminado Angelus Silesius; la evocación de Sor Juana y de Emily Dickinson, o de la palabra trémula de Paul Celan, induce una frecuencia poética en la que la soledad y el contemptus mundi devienen un lugar ameno, la distancia propicia para la experimentación de esa oquedad interior, ese margen de extrañamiento del que surgen
los poemas.
Leer de modo continuo el corpus poético de López Colomé invita a visualizar la línea evolutiva de un proceso de búsqueda que ha tenido por señuelo la consecución de un misterio supremo, el que cobija el ocurrir de la existencia material y el de la no menos inquietante materialidad del vacío; el enigma de las causas y los efectos, que parecen venir de ninguna parte y dirigirse a ninguna otra. Pero lo meritorio es que la autora ha sabido incorporar a tal disquisición la mitología de la memoria, la observación de la realidad doméstica, el imperceptible e ignorado microcosmos de la física, las presuntas edades del tiempo y los accidentes de la geología, los fenómenos del azar. Dueña de una prosodia hecha a la medida del silencio o de la enunciación, Pura López Colomé ha concebido en versos cortos y de mediana longitud, un ejemplo de coherencia retórica respecto a su propia poética. Con una proyección textual que podríamos juzgar minimalista, ha planteado igual distintas formas de rendimiento del espacio caligráfico, imprimiendo a su obra las suficientes variantes para reinventarse, abriéndose al futuro.
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