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Sònia Hernández
(Tarrasa, España, 1976)

Podríamos habernos encontrado
en mitad de cualquier abismo,
perdidos en mitad de un pasillo
en una casa sin muros
o en una historia sin recuerdos.
Entonces podríamos haber jugado
a construir relatos que no pesan,
a inventar cuerpos inmutables
que se viven en el deseo
y se mantienen lejos del aire
que corrompe a los otros dioses
porque son de piedra y se erosionan
con el agua que da vida
a los nuestros.
Pero tú me buscas en los miembros
perdidos en otros sueños como éste,
condenado a acudir al recuerdo
de lo que ya no se siente
pero sigue latiendo como las estrellas
que viven en la sombra de los destellos
de su muerte,
mientras yo sigo en la contienda
del desierto de los fantasmas,
en el paraíso de los expulsados del infierno
derribando las paredes de mi casa.
¿Cómo vamos a seguir
a partir de ahora,
desde este punto que nos une
y nos condena a no ser
más que otros de tantos,
neblinas entre las brumas
en las que se deshacen
los cuerpos, los sueños
y los males?

 

* * *

 

Un simple e inocente intercambio
regía las normas del juego
en que he ido acumulando, también,
derrotas y pérdidas aprendiendo
los atributos del único final posible
sin ganancias ni victorias.

El trueque de un significado
por otro, las imágenes y la vida contenidas
en un sol en la tarde
del verano de la infancia
por el sosiego de la lección aprendida
entre las hojas en el suelo del otoño.

Entrego una escena del recuerdo
porque otra me viene dada,
día a día, constantemente.
La primera palabra robada:
la fórmula mágica
que convertía el misterio del principio
en eternas posibilidades.
Después se pierde la promesa
del primer nombre
al tornarse en la sabiduría
de todos los que vinieron después.

Una palabra en cada pérdida
hasta la ausencia de las frases
y el vacío del mundo
antes por ellas dibujado.
La oscuridad, el silencio,

final del juego, la derrota.

 


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