No. 75 / Diciembre 2014-Enero 2015


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Henri Michaux. Poemas del Maestro de Ho



Por Jorge Esquinca


primitivos-michaux-por-brassai.jpg Parábolas de fingida moraleja, estos cuatro poemas son una pequeña muestra del talento de Henri Michaux (1899-1984) para ensayar, tras una máscara de reminiscencia chinesca, el agudo escalpelo de la ironía. Viajero incansable, el autor de El infinito turbulento, no distinguía entre la travesía sobre la superficie terrestre y aquella otra –no menos distante e igualmente abrupta- que se hallaba en su propio interior. “Escribo para recorrerme”, decía. A lo largo de su vida, Michaux transitó por los más diversos rumbos de la escritura, la pintura y la composición musical. Su tentativa fue llevar a cabo un detallado proceso de liberación espiritual que no eludió la exploración con psicotrópicos o la escritura inspirada por dibujos de alienados mentales. Siempre al margen de la vida literaria parisina (no daba entrevistas, rehusaba ser fotografiado, no hacía presentaciones de sus libros), Michaux fue elaborando una vasta obra poética en la que verso y prosa se alternan constantemente y en la que lo mismo tienen cabida las descripciones minuciosas de estados alterados de percepción, el diario de viaje y el desdoblamiento en calculadas máscaras. Aquí una de ellas: habla el Maestro de Ho.


Las esfinges

Todo cae, dice el Maestro de Ho. Todo cae y tú ya deambulas en las ruinas de mañana.

    El hombre que te habla: Esfinge. El hombre que fuiste, el padre que tuviste: Esfinge. Entonces, ¿qué has comprendido de la Esfinge que te fue sometida?

    Una Esfinge se forma en el sitio de aquel que no disuelve, y es de Esfinge que uno muere.

    Todo endurece, dice el Maestro de Ho, todo endurece y vuelve a la cabeza. El gesto inacabado, la insuficiencia del corazón, la señal que golpea la oreja.

    La sonrisa, el rostro puro que contemplas con avidez, han de ser ellos mismos                –incomprendidos- tu plaga. Llegado el tiempo, te cubrirán con duros peñascos.

    Todo sedimenta. Todo se vuelve piedra, dice el Maestro de Ho. Del labio a la piedra, del rayo a la ruina.


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Laberinto

Laberinto la vida, laberinto la muerte.
Laberinto sin fin, dice el maestro de Ho.

Todo se hunde, nada libera.
El suicida renace a una nueva pena.

La prisión se abre a otra prisión.
El pasillo se abre a otro pasillo:

Aquel que cree desenredar la madeja de su vida
no desenreda nada.

Nada desemboca en ninguna parte.
Los siglos también viven bajo tierra, dice el Maestro de Ho.




Mundo

Aquel cuyo destino es morir, debe nacer. Una enorme desgracia es cada nacimiento, dice el Maestro de Ho. Es un enlazarse y un entrelazarse.

    Al ganar se pierde. Al avanzar se retrocede.

    La muchacha de yoni estrecho, por más grande que sea su corazón, tiene un defecto. Y es así en muchas otras cosas.

    Alejen de mí al hombre sabio, dice el Maestro de Ho. El ataúd de su saber ha limitado su razón. ¡Ah, Libertad! Dice el maestro. Aparten de mí al hombre que se sienta para pensar.

    Es mejor hablar. Hablad y no seréis ignorantes. Esperad y os aproximaréis de inmediato.

    Todo fluye, dice el Maestro de Ho. Todo desborda. Todo está ahí.

    Una mirada con alas de libélula se posa sobre la persona amada, y rima el mundo sin conocerlo aquel que debe cantarlo.




La calma

He oído a una multitud de cobardes hablar del valor, dice el Maestro de Ho. Y no me he reído.

    Nuevas leyes se han dispuesto. Nuevas leyes han llegado. Las leyes se acumulan, dice el Maestro de Ho, pero se trata siempre del mandato de la vieja enana, hojas esparcidas de un árbol ya desenraizado.

    La calma, dice el maestro.

    La calma y la inquietud. Las peregrinaciones de la cierva y la pantera hasta el punto en que al fin se encuentran. ¡Qué momento! ¡Un momento extraordinario! Y todo se vuelve tan simple, tan simple.

    La calma, dice el Maestro de Ho.

Ilustración:

Henri Michaux en su casa, París, 1943, por Brassaï 
http://elcuerpodeladuda.blogspot.mx

Pintura de Michaux
http://www.art-days.com/henri-michaux/



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