Max es un niño chilango. Lo sé porque los primeros versos del libro dicen: “A Max le dolían los ojos/ de tanto smog y aire insano”. Además, en una ilustración panorámica de la ciudad aparece, inconfundible, el World Trade Center (conocido por los nostálgicos globalifóbicos como Hotel de México.) Pienso: El nombre Max es popular en países angloparlantes y el ilustrador tiene nombre anglosajón. Concluyo: el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2006 se ha globalizado. Pero… ¿Por qué Max no se llama, por ejemplo, Ge (nombre cantonés muy popular)? ¿Por qué Max no se parece a un pigmeo congolés y sí a Jack (protagonista de la película The Nightmare Before Christmas de Tim Burton)? Rectifico: Max es un inmigrante: su ambiente y sus aventuras pertenecen a una tradición extranjera. Veamos. Ahora debo demostrar que Max es un inmigrante. El vínculo Max-Jack que sugerí arriba me conduce al primer poemario ilustrado de Tim Burton: La melancólica muerte de Chico Ostra (Anagrama, 1999). Allí encontramos tres historias oculares (en versos irregulares pero rimados): “La mirona”, “Ojos de clavo” y “La niña de muchos ojos”. En el poema de Chico Tóxico el traductor escribe: “Quienes de verdad lo amamos/ lo llamamos siempre Max.” Coincidencia, deliciosa coincidencia. El espantoso chico dibujado por Burton se parece a un pino de boliche y respira sustancias tóxicas para sobrevivir. Un día lo sacan al jardín y muere asfixiado por el aire puro. Así son los poemas de Burton: rítmicamente alegres y temáticamente macabros. Sus personajes tienen biografías trágicas y muertes anodinas (Chico Ostra es asesinado y tragado por sus padres debido a sus cualidades afrodisíacas). Burton tiene, en lo pictórico y en lo poético, un antecedente directo y reconocido: Edward Gorey (Chicago, 1925- Yarmouth, 2000) quien escribió y dibujó alrededor de cien libros macabros que se hicieron muy populares entre niños y adultos. Su talento poético es mayor que el de Burton: algunos de sus textos (The Eleventh Episode en Amphigorey Too, 1975, edición bilingüe en editorial Valdemar, Madrid, 2003, por ejemplo) están escritos en tetrámetros yámbicos rimados. Sus personajes tienen vidas absurdas y muertes atroces; sus ilustraciones son siempre en blanco y negro. Hay un texto llamado El Arenque en Salazón donde, sin motivo aparente, un hombre amarra un arenque a una cuerda, lo cuelga de un clavo y se marcha. Es absurdo (su anécdota carece de causa y propósito comprensibles) y el mismo Gorey llamaba a su trabajo literary nonsense. En uno de sus libros (A Limerick, 1973) rinde un homenaje a Edward Lear (Londres, 1812- Sanremo, 1888) quien escribió e ilustró piezas llamadas limericks; de una innovadora musicalidad poética basada en la rima, la anáfora y el uso abundante de neologismos. El género poético ilustrado del nonsense fue popularizado por él y Lewis Carroll. Queda trazado un recorrido: un par de autores decimonónicos e ingleses (Lear y Carroll) escriben (ilustran también) poemas absurdos y alegres. Un par de autores estadounidenses (Gorey y Burton) hacen lo mismo y lo aderezan con anécdotas macabras. Un autor hispanoamericano escribe un poemario basado en la trivialización de un hecho trágico y en la posible comicidad de sus personajes; el texto no es risible pues Amara no es ni macabro ni suficientemente absurdo; los desordenados trazos negros del cuerpo de Max me recuerdan a Chico Mancha de Burton y al Bebé Bestial de Gorey, pero el resto de las imágenes sólo se distingue de las típicas ilustraciones infantiles por su falta de color. El libro no es la plena expresión hispanoamericana de un género anglosajón; tampoco es un poemario infantil como cualquier otro; padece una identidad indefinida, confusa, vacilante. No excluyo la posibilidad de que la historia del ojo extirpado seduzca a la imaginación curiosa que desea conocer las regiones impenetrables de la vida urbana (la noche, el baño de niñas, el acordeón en un examen, el drenaje). El niño (y en esto reside el éxito del literary nonsense) siente una atracción natural hacia lo anormal antes de ser reprimido por las convenciones sociales. La familia de Max está formada por personajes simpáticos y sicóticos, lo cual es atípico, pues las familias de los protagonistas de libros infantiles suelen ser normales y esquemáticas.
“Los poemas del ojo” me parecen los mejores del libro; en ellos Max, el falso hispanoamericano descerebrado (la ausencia de su ojo evidencia la vacuidad de su cráneo), ya no está. Amara renuncia a su frenesí exclamativo y a la tradición creativa en la que ineficazmente se inscriben Max y su familia; el ojo mira asombrado y con discreción la belleza poética de la vida marina: una morsa cumple la tarea paciente de ser isla, una medusa baila al ritmo de un pañuelo y su tristeza, una anguila conjura la oscuridad. Mi afición a lo macabro me obliga a imaginar que Max fue asesinado por un genuino chilango globalifóbico y que su ojo feliz mira para siempre y para nosotros bajo el mar.
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