Juan Goytisolo
Tras dieciséis años de un mutismo poético interrumpido tan sólo por la inclusión de una docena de composiciones breves en la nueva impresión de Poemas póstumos integrada en la segunda y por ahora "definitiva" edición de sus poesías completas Las personas del verbo (Seix Barral, 1981), la figura y quehacer literario de Jaime Gil de Biedma ocupan un puesto privilegiado, en verdad casi único en el panorama español de estos tiempos. Su ascendiente confesado o indirecto en numerosos autores de las promociones inmediatamente posteriores (comparable en cierto modo al de Vicente Aleixandre en las primeras décadas de la posguerra), su inteligente operación de rescate pro domo sua de autores afines a su tesitura poética (constelación de estrellas menores con las que configuraría a la vez su tradición y linaje), su acción discreta, entre bastidores, en la vida cultural hispana (en ameno contraste con el afán de protagonismo y logorrea de algunos de sus coetáneos), unidos a otros factores e imponderables de muy distinto signo, han contribuido a potenciar su lentitud y parcidad creadoras elevándolas a veces al empíreo fabuloso del mito.
Una lectura de su escasa pero incitativa y densa obra poética puede prescindir difícilmente de este entorno y del consenso casi general que aquélla suscita. Nos guste o no, la mirada de los demás forma parte del conocimiento global de uno mismo —y la personalidad literaria de Gil de Biedma no es una excepción a la regla. Con todo, al acercarme a sus versos, procuraré ceñirme al corpus escrito de Las personas del verbo, limitándome a contraponerlo con algunas reflexiones del autor espigadas en su volumen de ensayos, El pie de la letra (Ed. Crítica, 1980). Dicho cotejo, sumamente iluminativo y revelador, abre en mi opinión nuevas y fecundas perspectivas al análisis y comprensión de la obra: teoría y práctica, poesía y crítica se hallan estrechamente vinculadas en un escritor juicioso y culto como Gil de Biedma y una lectura simultánea de ambas nos ayuda a cerner mejor la estrategia de sus desplazamientos sucesivos, el diestro manejo de sus aptitudes y talentos, su lidia difícil con unas limitaciones personales y estéticas responsables quizá de su prematura, y confiemos provisional, mudez poética.
El procedimiento de examinar a Gil con palabras de Biedma resulta menos arbitrario de lo que pudiera creerse si se tienen en cuenta las observaciones del propio autor tocante a sus finos y penetrantes ensayos acerca de Guillén, Eliot, Cernuda, Baudelaire o Espronceda: "A medias disfrazado de crítico y a medias de lector, estaba en realidad utilizando la poesía de otro para discurrir sobre la poesía que estaba yo haciendo, sobre lo que quería y no quería hacer... Incluso en el mejor de los casos, los poetas metidos a críticos de poesía nunca resultamos del todo convincentes, aunque a veces sí muy estimulantes, precisamente porque estamos hablando en secreto de nosotros mismos".
Periódico de poesía, núm. 11,
1989, UNAM/UAM, p. 48-50.
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