No. 76/Febrero 2015 |
En sentido contrario El recorrido, que es siempre el mismo, permite ver como envejecen las casas y hace brotar la pobreza de los subterráneos. El día termina cuando los perros vagos se esconden debajo de los autos estacionados. Los grafittis en el asiento de la micro, me recuerdan que ya casi no pertenezco a las ciudades. Subo el volumen del MP3 y descubro que una mujer se descubre en el vidrio, creyendo por un instante verse más joven con un asomo de orgullo. Las multitiendas cierran sus pesados portones. La mujer llora; su imagen la han borrado las luces de los autos que circulan en sentido contrario. Despedida Vestirse de rojo; caminar indiferente el tránsito a la hora de los tacos en el centro. La espalda mojada por el sudor y el sol como quien abraza en una despedida. Ver pasar la tarde de reojo Una pileta escupe en tus zapatos. Divisar a un conocido en la acera de enfrente cuando el semáforo está en rojo, ignorarlo. Sicosear a esa mujer que tanto has seguido después de tragar el último antidepresivo, ir tras ella hasta la playa, imaginarla; y contemplar el mar por entre medio de sus piernas. I Nunca hubo padre ni cervezas vacías en la mesa sólo el griterío profundamente espantoso de los sucios niños de la Autoconstrucción. Ni siquiera se extrañó un té aguachento un pan verdoso con margarina en esta copia inmunda de un Miami grotescamente tercermundista. Los recuerdos de todas las noches lo fermentan, Los cartones le horadan el párpado Y le pronostican un día más de búsqueda en los basureros. Arriba de la 3-A se sonríe con el espantoso gesto de la conformidad, no terminó sexto básico y le importa una mierda porque de seguro podrá vender cartones y pasear por el parque Balmaceda recordando a su madre, mientras los parapentes sobre el Cerro Dragón le dibujan el rostro de su hermano muerto a puñaladas. 22:00 P.M. Estabas tan blanca Laura, tus ojos nunca terminé de entenderlos, tu sonrisa contaminada me hizo bajar la cabeza. Entre tus dedos tenías un cigarro que movías de un lado a otro, para rellenarlo con eso que no entendía qué era, pero ahora lo sé. Tus dedos, Laura, parecían gusanos deformes, y pensar que yo soñé más de una vez que jugaban en mi pelo. La ciudad nos contagia Laura, nos pierde en un murmullo linfático sin que nos demos cuenta de la caída, parecemos cucarachas de espalda cuando caemos, moviendo las extremidades en caos, girando en nuestro mismo centro. No te fumes eso Laura, mírame, estoy parado en la otra esquina pensando en ti, en tus dedos, en tu capacidad de hacer que te piense a cada rato, que invente lugares donde tú y yo estamos en paz, recostados en la arena dejando pasar el exterminio de los que como tú ya estaban postergados. |
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