LA PRESENCIA DESIERTA
Por Carmen Sánchez
Que cada poeta reúna bajo un solo título el grueso de su obra es una
tradición occidental que tiene un antecedente notable y primordial en Leave of Grass
de Walt Withman. El proyecto de escribir un libro que concentre la
propia creación, y que crece y cambia con los años, es también indicio
de la búsqueda larga e íntima sobre la propia naturaleza, y de la
fidelidad que se requiere al momento de reportar los hallazgos.
A partir de su primera publicación: Permanencia en los puertos (UNAM, 1982), Javier Sicilia (México, 1956) se planteó como título y suma de su obra La presencia desierta, nombre que cifra la fuente misma de donde procede su poesía.
Así que La presencia desierta. Poesía, 1982-2004, reúne aquella primera Permanencia en los puertos; un segundo libro con igual nombre, La presencia desierta (1985); Dejamiento; Oro (1990); Trinidad (1992); Vigilias (1994); Pascua (2000) y Lectio (2004).
Los poemas que componen esta última edición de La presencia desierta
avisan del trabajo pacientemente elaborado a partir de la presencia
misteriosa de Dios que, apenas vislumbrado, rebosa en el ánimo del
poeta, en su mirada sobre el mundo.
Javier Sicilia somete la riqueza de esos breves vestigios que deja la
Divinidad –como el mar sobre la arena, para utilizar una de sus
metáforas dilectas para referirse a Dios– en formas caras a la lengua
española. Métrica y ritmo apretadísmos, cadenciosos, exactos,
aprisionan la embriagadora experiencia y estallan en esquirlas únicas
en nuestra lengua, renovando el lenguaje y el mundo de la imagen y las
metáforas de la mística castellana, a despecho de la tradición que
resguarda los temas, personajes y metáforas (como las referencias a la
Sunamita del Cantar, para referirse al Alma), que alguna vez inmortalizó san Juan de la Cruz, como deja ver este fragmento de “Las bodas místicas”:
Déjame ir, Señor, no pidas tanto.
No ves que soy indigna de tu cuerpo,
que el mar no toca el cielo y se contenta
con dibujar su forma entre las aguas.
A contracorriente, en un mundo donde los poetas raramente se atreven a
hablar de Dios, o de su experiencia religiosa, la poesía de Javier
Sicilia se constriñe celosamente a los misterios de la Otredad que se
revela sutilmente en el día a día; el poeta escucha y transcribe
dócilmente las resonancias de la Presencia, de Dios, con quien topa a
cada momento: en él mismo, en cada rostro, en cada cosa vista, amada.
Este es el matiz confesional: si en otros versos hallamos los trayectos
de la pasión humana, del desencuentro o de las más variadas penas y
pesares, el recorrido que nos deja ver la obra de Sicilia es el de una
búsqueda de esa presencia desierta y de los encuentros abismales,
pletóricos de luz que han de estrecharse en versos cultivados para
estallar mejor. Y cuánta intimidad muestra el poeta, por cierto:
Presérvame de mí, del impaciente
apetito de ser alguien, y cuando
despojado me encuentre en tu pendiente
presérvame de ti, dame el olvido
y quede al fin Tu rostro iluminado
la vasta soledad do siempre has sido.
Más que tratarse de una poesía católica, o de un poeta católico, que es
ciertamente una adjetivación ambigua en un país donde tantos poetas son
bautizados, los poemas de la Presencia desierta
recogen elementos caros a la percepción de la relación entre el alma y
Dios, comunes a la humanidad entera, aún cuando se resguarda a la
sombra de la espiritualidad occidental, y de la suya propia: figuras y
temas capitales de la Biblia, pero siempre como una vía posible para
describir esa experiencia compartida por hombres de todas las épocas.
No hay una distancia clara, por ejemplo, entre la poesía de Sicilia y
los versos del místico sufi Sheikh Ansari:
La vida de mi cuerpo palpita sólo por Ti.
Mi corazón late resignado a Tu voluntad.
Si la hierba creciera sobre mis cenizas
cada brizna temblaría con devoción a Ti.
Es este un libro breve y riguroso que narra la búsqueda y los
encuentros con la divinidad; una experiencia intransferible, pero
también universal y que puede revelar al lector bien dispuesto no sólo
la permanencia de la rica métrica española, sino la innegable
espiritualidad que también nos compone.
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