No. 79 / Mayo 2015 |
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¿Envejecen las letras? ¿Envejece la música? Por Jorge Fondebrider
Las canciones también sufren de lo mismo, con el agravante de que la música también puede contribuir al proceso de datación y envejecimiento. A veces, incluso, se trata de un proceso deliberado. Si se piensa en “When I’m Sixty Four” o en “Honey Pie”, de Paul McCartney, se observará que hay una recurrencia al music hall inglés de fines del siglo XIX y principios del siglo XX que, a esta altura, es ya una parte del ADN de los compositores pop británicos. Se trata de un efecto buscado y, a veces, de una manera de construir tensión entre una letra moderna y una música pretérita. Pero puede que la música haya envejecido a pesar de los deseos del compositor y en ese caso lo único que pueda salvarla sea Acá entonces vale la pena preguntarse si envejecen las formas de cantar. Sí, envejecen. Tengo dos ejemplos relativamente comunes: creo que hoy nadie cantaría el folklore argentino como lo cantaron en su momento Los Chalchaleros, o el folklore irlandés como lo cantaron The Dubliners. Ambas formaciones, que fueron contemporáneas, tuvieron sus momentos de gloria a fines de los años cincuenta y reinaron durante un par de décadas repitiendo un canto enfático, de voces al unísono, que, retrospectivamente, parece algo mecánico. Hoy ya nadie canta así, pero si se quiere representar ese momento de la música, basta con sumar voces y acentuar un tanto exageradamente los versos para toparnos de lleno con lo que se oía en la radio o se veía en la televisión durante buena parte de los años sesenta. Para concluir, las canciones también envejecen cuando el detalle de lo que dicen las letras deja de referir el mundo en que vivimos. Una canción tradicional, trasegada por las generaciones y el paso del tiempo, se canta apelando a su esencialidad. Pero una canción que quiso ser contemporánea, que apeló a las referencias históricas de su tiempo y, en cierta forma, a nuestra domesticidad, puede llegar a sufrir más que las canciones realmente antiguas. Vuelvo a mi condición de argentino y me apuro a señalar que, como bien observara Diego Fischerman en alguno de sus escritos, hubo un momento en que la sociedad cambió y, reformas políticas mediante, empezó a tener jornada de 8 horas de trabajo, sábado inglés, vacaciones y aguinaldo, lo cual representó el fortalecimiento de la clase media, traduciéndose en un boom de la propiedad horizontal, el masivo descanso estival, la adquisición de inmuebles en balnearios populares, etc. Nada de esto está reflejado en las letras de los tangos, a pesar de que, para cuando esa transformación se dio en la sociedad, muchos de los principales letristas todavía vivían y estaban en plena actividad. Dicho de otro modo, el tango seguía hablando de “cotorros”, “conventillos”, “casitas de los viejos” y refiriendo a un pasado hoy aún más viejo que el de los tangos viejos. Tal vez podrían trazarse analogías con el bolero y con el tipo de canción representativa de muchos crooners estadounidenses. Y no digo que se trate de malas canciones, sino de canciones que atrasan y que, llegado el caso, podrían percibirse como anticuadas. Borges decía que cuando el pasado es muy antiguo parece más moderno que el pasado reciente, y apelaba a la antigüedad greco-latina para explicar por qué le parecía más antigua la belle époque. A la luz de los hechos, habría que apelar a la belle époque para olvidarse del “hombre nuevo”.
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