No. 80 / Junio 2015 |
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Era viernes a la noche y llovía. Tal vez pasar una parte sustantiva de la noche en un taller mecánico no era la mejor perspectiva, pero fuimos. Se lo había prometido a mi amiga mexicana –a la que por razones del todo espurias voy a llamar “la Chichimeca”– y me parecía una manera bastante original de que pasara su última noche en una Buenos Aires que en su primer viaje, realizado unos años atrás, le había sido esquiva y gustado poco. Quiero ser claro: lo del taller mecánico era algo excepcional. Si bien el Tata Cedrón realizó conciertos en una verdulería de Villa del Parque, su barrio, los músicos no suelen tocar en público en sitios destinados a otros menesteres. Pero acá había habido un antecedente. En noviembre de 2014, Andrés Ehrenhaus había presentado Un obús cayendo despedaza, su último libro de cuentos, en ese mismo taller mecánico de Colegiales y, por eso, Ruth De Vicenzo, vecina del barrio, decidió tocar allí con Ángel Pulice y su quinteto, comenzando una ronda de presentaciones de Corazón criollo, el último CD grabado por Pulice & De Vicenzo. Ángel Pulice, según puede leerse en la muy recomendable página web del dúo (donde también se puede escuchar la música de sus dos primeros discos: http://www.pulice-vicenzo.com/index.htm), es un “cantautor egresado de la escuela de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC). Realizó estudios de canto lírico y popular. Posee un repertorio de valses, milongas y tangos que reflejan las vivencias actuales de los porteños oscilando entre el humor, el absurdo, la ironía y la melancolía. Un trío de guitarras lo suele acompañar continuando la línea estilística de las formaciones de Carlos Gardel, Edmundo Rivero y Nelly Omar entre otros”. Ruth De Vicenzo, en cambio, es “actriz, bailarina de tango y cantante. Estudió regie en el Teatro Colón. Desde el año 2000 dirige la compañía ‘Tango Elegante Sport’. Realizó tres giras europeas (Escocia, Irlanda, España y Francia) y fue invitada por el Consejo Real de las Artes (Escocia). Fue convocada para la quinta edición del Festival de Tango de Buenos Aires en el 2005 y al Festival de Tango de Dublín en el 2006. Participó en el ciclo ‘nuevos compositores de tango’, donde conoció a Ángel Pulice e inició su sociedad con él. Posee un selecto repertorio que rescata los tangos primeros evocando la época de oro de las cancionistas de la radio argentina e interpreta también temas compuestos por Ángel Pulice”. Uno de ellos, con el que prácticamente abrió su concierto en el taller mecánico, es “Así soy yo”. La letra de “Así soy yo” empieza diciendo: “Nací en la Reina del Plata,/ ciudad maldita, sin fe/ que al río le da la espalda/ y al inocente también./ De tanto besar la lona,/ pa' ser mejor jugador/ en una casa de empeño/ deposité el corazón”. “Qué bueno”, me susurra al oído la Chichimeca, quien hasta llegar a ese momento había visto sorprendida a un cuarteto bisoño de jóvenes músicos cantando canciones propias, de Greenday y de Gustavo Ceratti; luego, a una maestra de escuela contando, con lujo de gestos y ademanes, un cuento sobre su infancia en el sur de la provincia de Santa Fe; después, a tres hermanas armenias que contaron cómo fue la velada realizada dos días antes en el Luna Park de Buenos Aires con motivo del homenaje del genocidio turco al pueblo armenio, en el que participó un coro de 127 personas que cantó canciones folklóricas de Armenia y que ahora se veía reducido a tres personas. Hubo degustación de empanadas, de postres armenios y de vino y jugos gratuitos, y fue entonces cuando Pulice y De Vicenzo irrumpieron prácticamente a oscuras y cantaron: “Así soy yo, siempre así/ como un ave que atraviesa la noche errante/ que siempre anda al acecho y siempre está distante/ así soy yo, siempre así/ si el destino se encapricha, muy tranquilo me doy maña/ si el río viene revuelto ya estoy listo con mi caña”. La Chichimeca tenía ojos tanto para los artistas como para el público, mayoritariamente de vecinos, al que el dueño del taller mecánico había calificado como “el mejor de la cuadra”, sin olvidarse de señalar que la cuadra era “la mejor del barrio” de Colegiales. Y, mientras tanto, Pulice y De Vicenzo, acompañados por guitarras y contrabajo, seguían cantando: “Porque muchos me pagaron/ la lealtad con traición/ en una noche sin luna/ yo me volvi un cimarrón./ Si te perdí en el camino/ tal vez te hice un favor,/ cuando me trague el olvido/ me llevare tu dolor.// Así soy yo, siempre así./ Ni me agrando ni me engrupo si vengo de racha/ problema no me hago mucho por mostrar la hilacha./ Así soy yo, siempre así./ Estoy cortado por la tijera/ desafilada, y chueca de Avellaneda./ Así soy yo, siempre así”. “Avellaneda es un suburbio del sur de la ciudad”, le susurré a la Chichimeca. “Ya sé, bobo”, me dijo con una sonrisa de ésas que dejan ver todos los dientes. Y ambos oímos: “Hago lo que puedo con lo que me toca/ todos tenemos un anzuelo dentro de la boca./ Las cosas que rompí son cosas sin repuesto/ por eso es que voy liviano solamente con lo puesto./ Así soy yo, siempre así./ Pasar por la vida y salir ileso,/ ¡no existe nada más triste que eso!/ Si de pedir se trata, si hay que pedir yo pido/ que al llegar la muerte me encuentre vivo. Así soy yo, siempre seré así”. “Qué bueno”, volvió a repetir la Chichimeca y yo me sentí emocionado. Fue como cuando uno se sorprende cantando el himno de su propio país y por un momento siente algo de ese orgullo ramplón que nos dan las cosas buenas que suceden en nuestras patrias, sorprendiéndonos de que al fin y al cabo de vez en cuando sucedan. Y me quedé pensando que Ángel Pulice –que tiene algo de los viejos letristas del tango, de esos que prácticamente ya no quedan–, y Ruth De Vicenzo –que posee una de las mejores voces que uno pueda desear en una cantante, con algo de las primitivas mujeres del tango y una ferocidad latente sobre la cual Pulice, en otra parte del show, amenaza al público– eran los absolutos responsables de que la gente, protegida de la lluvia otoñal, esa noche fuera feliz. La Chichimeca entonces me hizo un gesto: ahuecó las manos, como quien hace un cuenco con ellas, en señal de agradecimiento. Transcurrido el show, todas esas personas, la Chichimeca y yo, sacamos los números que previamente nos habían repartido para ver si ganábamos algo en el sorteo que, al igual que en la presentación de Andrés Ehrenhaus, realizó el garajista. Nosotros no tuvimos suerte, pero, cuando salimos, todos fuimos conscientes de haber pasado una de esas noches extrañas y absolutamente argentinas que de tanto en tanto Buenos Aires nos permite, amparados de la lluvia por el techo del taller mecánico y de nuestros propios destinos por las virtudes de dos músicos de tango, absolutamente a contramano de todo, como debe ser.
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