No. 82 / Septiembre 2015 |
De los sueños y de sus fósiles No somos (no podemos ser) cabalmente conscientes del espacio mental que ocupamos. No conocemos las dimensiones ni topologías de la conciencia oscilante, intermitente y errática que somos. Trátese de complejos entramados neuronales y fisicoquímicos, o de un océano intangible y vital, inmaterial o para-material, o de alguna otra representación o metáfora de la mente/alma, el hecho es que estamos/somos/habitamos en ese sitio (sitiados) y nunca, nunca, nunca… conseguimos capturar sus totalidades. Sólo percibimos aspectos, tonalidades, intensidades, sombras, flujos, atoros… El poeta Ángel Miquel hace muchos años dio por cedida la batalla del saber objetivo en torno a la experiencia subjetiva/mental/consciente-inconsciente y decidió mejor asediar, a través de la escritura, la fenomenología de los sueños. Esa que se despliega cuando nos quedamos solos, metidos en nuestra vela-consciente, despojados casi de las ataduras externas de nuestros sentidos. Sólo somos dueños cabalmente de lo que soñamos. Sólo ahí sabemos que estamos solos, en el cascarón que nos contiene. Ángel Miquel despliega sus estrategias textuales para ver qué puede atrapar de esa pureza que acaece en él cada tanto. Como él mismo describe en su libro ¡Cobre, penique! la escritura de los sueños permite rearmar, re-desplegar al transmutar la experiencia extraña en palabras, y revivirla de otro modo, quizá desnaturalizada, pero también más permanente y compartible. En síntesis, la escritura de un sueño nos aclara Ángel Miquel es “hacer una descripción de su forma”; lo que inevitablemente es una reducción: se pierde el carácter experiencial extraño, polimorfo y perturbador. Se anula ese tener el cine surreal en tu cabeza o más bien sentirte metido en él, poseído por él. Pero al mismo tiempo, la escritura del sueño permite aspirar a su transmutación por la literatura, el placer de re-construir ese mundo raro en palabras, como si de detener un poco y fosilizar la materia etérea del sueño se tratara, reemplazando una a una sus partículas evanescentes y fluidas, por cristales materiales de sonido y sentido: palabras, metáforas, narraciones. Construir pequeños fósiles que, como dobles del sueño, al atraparlo en otra materia permiten mostrarlo, para que reviva, se reanime al ser leído. Pero el pequeño fósil no puede ser eficaz por sí mismo. Necesita un lector. Un paleontólogo capaz él mismo de soñar. Un sueño es quizá el mejor ejemplo de que la subjetividad y la emoción, para ser comunicadas, necesitan apelar a la experiencia similar del otro. Sólo el que ha soñado entiende la turbulencia psíquica que hay en la fuente de esa vivencia. Entiende “que se siente soñar”. Así como ninguna literatura realmente alcanza a dar cuenta de la experiencia de un trance alucinógeno, tampoco puede hacerse con los sueños más intensos, potentes extraños, laberínticos y tramados de modo prodigioso. La premisa de la empresa de escribir un sueño es ésta: se fracasa siempre. Pero hay de fracasos a fracasos. Ángel Miquel lo hace con frescura y astucia literaria, lo hace con sencillez, ojo clínico y excelente factura. Sus sueños escritos son una lección de precisión ante lo impreciso. De concisión ante lo desbordante. De esgrima escritural sutil y eficaz. Pocas cosas tan íntimas como los sueños. Libre del control interno del super-yo, del externo de la vida civil, y de la dictadura del estar en el mundo de afuera lleno de estímulos físicos poliédricos; libre de responsabilidades mayores, la psique se explora así misma, juega, inventa, discurre, se inventa, improvisa y revuelve todo durante el sueño. Con ello nos hipnotiza, nos alucina, nos mesmeriza, nos asombra. A veces nos asusta, otras nos ilusiona. Ángel Miquel destaca a menudo el placer y el privilegio que implica soñar y acordarse: el gozo de sobrevivir a nuestros sueños. La del sueño es una intimidad que obedece otras reglas (si alguna), y cuyo sentido (si lo tiene) está destinado a escapársenos. No hablo del sentido funcional sino del sentido vital/vivencial. Leer sueños escritos con astucia literaria y con poesía es a su vez una experiencia peculiar. El género en nuestra lengua al menos no es muy frecuentado. O quizá simplemente no se publican los sueños escritos, salvo, imagino, en la literatura psicoanalítica. Enfrentamos diferentes tentaciones: una es la de “interpretar”. Buscar allanar la función del texto haciéndolo un mensaje revelador de la personalidad oculta. Ángel Miquel nos previene contra eso, que en todo caso es facilón y cursi. Otra tentación es la de buscar una estética o técnica o forma literaria especial; un marcador formal que individúe el género “sueño”. Pero tampoco parece una buena ruta. La escritura del sueño, al menos eso parece pensar Miquel, y parece ejercerlo en su práctica, sólo debe obedecer a la atracción límbica del sueño mismo. Y es posible que no solo nadie sueñe de la misma manera que otro, si no que si le es fiel al sueño en el acto de escribir (que para Miquel es un acto igualmente gozoso) nadie escribirá los sueños igual que otro. Ésta es una especulación pero creo que la escritura de este libro la respalda. Entre lo más notable para mí de estos textos de Ángel Miquel encuentro su atención peculiar no sólo a la forma (a la trama) si no a la calidad sensorial/sensual/textural de algunas experiencias oníricas. Si se presenta en un sueño la noción de la materia oscura del universo, ésta se hace presente como un “mus negro plasticoso” que no se sabe si es el modelo o la cosa misma pero uno entiende de inmediato que un escritor diestro resolvió de buen modo el problema de mencionar esa elusiva experiencia, sensual, evasiva y conceptual, tan híbrida y tan emocionante; alejada de lo común. Hay otros ejemplos como la aparición en un sueño de unos anfibios/mujer llamadas ondinas; una “especie de jabón morado, que es como un pez en forma de pie”. Hay varios otros hallazgos dispersos en el libro. Se notará en seguida la necesidad del escritor de doblar un poco los referentes comunes para amoldarlos a la sensación del sueño. Por este libro sabemos que el crítico e historiador de cine Ángel Miquel considera algunos de sus sueños como dignos del cine de serie B. Llenos de monstruos, crímenes extraños, invasores extraterrestres, cataclismos, actos heróicos, sensualidad polimorfa, escapes increíbles, vuelos… Pero eso es solo la superficie. Pues el poeta Ángel Miquel, el observador delicado y fino del mundo y de sí mismo, el lector atento y escritor maduro, que también es Ángel Miquel, hace de cada pequeño episodio un gozo literario para nosotros. A pesar de todo, nos parece decir, el espacio más íntimo y bizarro y exótico e impredecible, el de los sueños, es también un espacio común, habitable y compatible por este medio, la escritura. Ahí podemos encontrar a nuestros muertos viviendo con nosotros transmutados en poesía. Ahí podemos besar a nuestros terrores y hasta desvanecer a nuestras odiosas exnovias con impunidad y hasta con alegría. Ahí podemos explayarnos. O mejor dicho: podemos dejar que se explaye nuestra psique torturada por la cotidianeidad. Saber que otros sueñan y que son capaces de bucear de entre sus sueños joyas de textos como éstos da a la vez tranquilidad y placer. La tranquilidad y el placer de pertenecer a la misma y loca especie, poseída desde adentro, desde su circuitería encefálica, por demonios y ángeles. |