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Rodolfo Hinostroza: “La poesía está en el corazón de las cosas” Por Víctor Cabrera
El poeta peruano Rodolfo Hinostroza, autor de Consejero del lobo y del emblemático Contra Natura, está en México y esta vez llegó para quedarse, al menos por una larga temporada, para impartir un diplomado en gastronomía del Perú en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Aprovechando el viaje, a principios de diciembre pasado acudí a la Casa del Escritor de la Sogem, para hablar de poesía, de su relación con México y, sobre todo, de cocina.
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¿Qué lo ha traído a México en esta ocasión? Nunca he contado las veces que he venido, pero son alrededor de veinte veces en más de treinta años, y siempre me prometí vivir algún día en México. Lo intenté alguna vez, pero nunca me quedé mucho tiempo, máximo seis meses, pero ahora creo que me ha llegado el tiempo de quedarme realmente a pasar una temporada. Creo que a todo latinoamericano le llega su momento de establecerse en esto que es La Meca de América Latina. A mi entender, México es el país más importante de América Latina, culturalmente, políticamente, creo que, así como en alguna época nos íbamos a París, a todos los latinoamericanos nos toca regresar a México en algún momento. No obstante el tono profundo y grave de su voz y la seriedad con que Hinostroza dice estas palabras, es posible advertir un poso emotivo en ellas, como si las pronunciara desde una isla lejana y no desde una calle de Coyoacán. ¿Cuál es su relación con la poesía mexicana? Es muy larga y muy antigua, muy antigua y muy profunda. Hace muchos años que yo leo poesía mexicana, conozco a Octavio Paz, a López Velarde, a Efraín Huerta. Comencé a venir aquí en el año 76, me hice amigo de todo un grupo de poetas mexicanos, los jóvenes poetas de entonces, como Marco Antonio Campos. También conocí en aquella época a Octavio Paz y a un buen número de poetas que él me presentó. Conozco bastante de los jóvenes poetas y de cualquier generación porque realmente me he interesado mucho en el fenómeno de la poesía mexicana. Para mí, hay tres grandes países productores de poetas: uno es Chile, otro es México y el otro es Perú, es ahí donde se concentra mucha de la mejor poesía latinoamericana, en estos tres grandes países, yo creo que justamente por eso tenemos un diálogo muy vivo con México. A pesar de que Chile y Perú han tenido esta especie de tradición de vanguardia, si puede decirse así, a diferencia de México, en donde se observa una línea de mayor continuidad. Es cierto, es cierto, tenemos mucha poesía de vanguardia, siempre ha habido, en Perú y en Chile, esa cosa. Huidobro, por ejemplo, del que emergieron todos, Vallejo, los surrealistas que rompen el esquema, Oquendo de Amat. Muy cierto. Ha habido un gran parentesco con Chile, con todo y las diferencias políticas y de una gran guerra que hubo entre ambos países y en la que Perú fue el perdedor, lo que generó muchos resquemores y resentimientos. A pesar de eso creo que nos ha acercado esa tradición de vanguardia. Por ejemplo, hace poco armamos un mini escándalo con el amigo Raúl Zurita, al que yo respeto mucho. Lo hicimos en el último o penúltimo festival Chile Poesía, que estuvo dedicado al Perú. Ahí Zurita y yo nos subimos nada menos que al barco monitor Huáscar, que fue un trofeo de guerra ganado por los chilenos, donde murieron un montón de héroes, y entonces leímos poesía a bordo de ese barco, frente a Talcahuano, con un viento impresionante. Yo leí un poema absolutamnte pacifista, medio anarquista, inclusive, y Raúl leyó unos poemas de amor y otros sobre las víctimas de la tortura en Chile y todas las cosas espantosas que vivió. Quisimos hacer un acercamiento en la palabra de los poetas buscando la paz, buscando tender un puente entre ambos países, lo que me parece muy importante: un acto de reconciliación simbólica entre Perú y Chile. Hubo críticas de algunos escritores muy reaccionarios en los dos países, pero fue bien visto en general por la gente que está harta de las secuelas de esta guerra que no nos dejan vivir en paz todavía. El poeta se crispa, toma un respiro antes de continuar: Yo me acuerdo que cuando era muchacho, cuando todavía no había estos resentimientos, había mucho tráfico, fluidez de poetas que íbamos y veníamos entre Perú y Chile, mucho movimiento. Había un tránsito constante en los años sesenta, antes de Allende, por ejemplo, o con Allende, antes de los golpes de Estado que hubo en Perú y en Chile. Esto de las grandes dictaduras que hubo después fue lo que separó a los pueblos, lo que reavivó las rencillas que ya había, las enconó. Ahora coincidimos, ambos tenemos procesos democráticos, ambos países estamos encabezados por un presidente elegido, tenemos ideas políticas si no similares al menos conciliables, entonces buscamos justamente un acercamiento de lo civil, volver a tender un puente a través de la poesía. Es usted nativo de un país de tradiciones añejas muy arraigadas, en buena medida conservador, como el resto de las naciones latinoamericanas, y que sin embargo ha producido una de las poesías no sólo más vitales, sino notoria y conscientemente transgresora del orbe hispánico, ¿a qué atribuye usted este hecho paradójico? ¿Qué será? Bueno, yo no me puedo meter en el pellejo de los surrealistas que hacían estas cosas en el Perú o de Vallejo cuando se pone a hacer Trilce. En ese momento había un gran movimiento y en el aire había grandes antenas para captar todas aquellas rarezas. Los movimientos rupturistas comienzan en Perú con aquellos locos de Orkopata, en los años veinte, a cuatro mil metros de altura, en Puno, un sitio completamente alejado del mundo. Ahí, para que te des una idea, mandaban a los presos políticos… El Gulag peruano… (Hinostroza sonríe) … Exactamente, un Gulag en mitad de las montañas. Ahí nace una generación de poetas fantásticos que venían de Buenos Aires y que crean un ghetto de rupturistas, como respuesta a otros poetas, muy, muy conservadores de aquella época, muy casados con esa idea que mencionas: la tradición de la poesía romántica latinoamericana, muy arraigada en el paisaje local, en la patria y todas esas cosas. Entonces, allá fueron esos poetas a crear ese polo de ruptura con sus propios medios, en un sitio muy miserable, en plenos Andes, sabrá Dios por qué, francamente… Dicen que porque pertenecen al signo de acuario… De pronto, recuerdo que Hinostroza es, además de un poeta celebrado, un aficionado confeso de la astrología. Reímos francamente. La cosa es que tienen ese interés en innovar, en decir otras cosas, en crear esa ruptura que después van a aprovechar el propio Vallejo o Martín Adán, por ejemplo. Y, bueno, es un fenómeno que se produce esporádicamente en la poesía del Perú, para abrir una ventana y renovar un poco nuestra poesía. Una línea que de alguna manera usted también ha cultivado y continuado, si pensamos en Contra Natura… En el caso de Contra Natura se trataba de llegar a los límites de lo que yo venía haciendo en aquel entonces en el trabajo poético formal, era seguir con una forma planteada hasta sus últimas consecuencias. Plantearme primero una matriz formal en torno a ese mismo libro para producir en carne viva, para entrar de lleno en la propia materia poética… Resulta que entonces, a finales de los años sesenta, hace ya cuarenta años, vivíamos también un aire de ruptura, había mucho trabajo sobre estructuras poéticas y todo eso. En esa época yo ya había trabajado muchas de esas cosas, había trabajado la poesía de Mallarmé, por ejemplo, entonces tenía una noción espacial de la poesía. Yo escribí una tesis sobre Mallarmé, un trabajo sobre el espacio poético tratando de descifrar cómo había escrito Un coup de des, explicando didácticamente cómo se armaba y desarmaba este poema. O sea, en aquel momento estaba muy cerca de las vanguardias europeas, utilizando el destornillador para ver cómo se había hecho la cosa y sirviéndome al mismo tiempo de esas indagaciones. En más de una ocasión ha manifestado su desencanto, o mejor, su no creencia en la poesía social, entendida como una en la que el compromiso ideológico o de clase anula en buena medida el hecho poético. Sin embargo, vivimos una época en la que muchos de poetas exigen una toma de bandera que, además, se manifieste en el texto. ¿Cuál es su opinión al respecto? Esa tendencia tiene más de cincuenta años, no es nada nuevo. Ya en las épocas de Rusia, de la Unión Soviética, se pedía a los poetas alinearse a algún credo. De una manera u otra es la misma historia, se habla de poesía de clases, de poetas burgueses, como si la poesía fuera una bufanda de lujo. Los poetas estamos metidos en la maraña misma de las cosas, la poesía está en el corazón de las cosas, que no vengan a decirnos que estamos fuera de la historia, esas son patrañas. Todo depende de cómo se desteje el tejido de la poesía. Precisamente, hablando de esa señora pomadosa, en un poema usted ha escrito: “Y por entonces la Realidad era una impetuosa fantasmagoría/ cierto impulso en la materia del ánima humana lo conduce a negar el pasado.” ¿Es posible, entonces, escribir una poesía de espaldas a la historia? Se puede intentar, por supuesto. Se puede pasar por alto la historia, no sé, refugiarse en el inconsciente, como los poetas surrealistas, por ejemplo. El inconsciente es ahistórico, finalmente, el tiempo no transcurre por el inconsciente. Sin embargo, los movimientos artísticos, las corrientes son históricos. No se puede dar la espalda a la historia, la historia está en todas partes, en todas las cosas, está en el tiempo. Lo que sí puedes hacer es trascender hacia un plano ahistórico, donde el tiempo transcurra de otra manera, imponerte un tipo de expresión en que la historia no transcurra, como hicieron los surrealistas. Hace algunos meses [octubre de 2007] participó como invitado de honor en El vértigo de los aires, un encuentro de jóvenes poetas latinoamericanos celebrado en esta ciudad, ¿tuvo oportunidad de escucharlos?, ¿cuál es su opinión sobre esas obras incipientes? Escuché algunos, no pude escuchar a todos porque había muchas lecturas simultáneas. Por lo que pude oír, me parece que hay una especie de vuelta a la cotidianeidad, se habla mucho de lo cotidiano, del amor cotidiano, de la vida cotidiana. Confluyen mucho en una poesía de fácil acceso, por sus temas y su discurso. Hay una especie de rumor, se escucha un rumor general que me hace pensar que la cosa va hacia allá, que esa es la mainstream, que la corriente va hacia eso pero sin que haya algo que se destaque verdaderamente, que emerja del conjunto con una voz fuerte o con personalidad, por lo menos a mí no me ha tocado escucharlo. Aunque espero que sí, se nota que va a aparecer, que de toda esta especie de rumor poético puede salir una voz nueva y potente. Por último, en 2006 obtuvo no un par —me aclara usted— sino tres reconocimientos por un libro de gastronomía peruana [Primicias de cocina peruana, 2005], ¿de qué manera son compatibles la cocina y la poesía?, ¿es acaso la gastronomía otra forma del quehacer poético? Claro que sí, son absolutamente compatibles. Los más grandes poetas han sido gastrónomos. No hay ninguna incompatibilidad, todo lo contrario. En mi caso, esto forma parte de una tradición familiar. Mi familia vive dentro de la tradición palativa, gastronómica, y a mí me ha tocado seguirla. También a mi hermana, ella es cocinera y no es casual que ella sea profesora nada menos de que de menú internacional y de cocina peruana. Todos hemos sido cocineros porque hemos sido formados por la misma tía, la gran cocinera que es tía Luchita y quien nos formó desde chiquitos. Nosotros veíamos cómo se mataba el chancho, cómo se hacían los macizos, todo hasta los ocho años. En esa casa comíamos como reyes y se te quedan los olores, los sabores, las texturas todo se te va quedando. Hay cosas que no se olvidan en absoluto. Es una de las cosas más gratas a la memoria. El paladar no se olvida de nada. Un sabor lo puede uno recordar como un elefante, durante decenios. Cuando uno prueba un nuevo sabor se da cuenta que lo ha identificado porque fue utilizado hace veinte años, exactamente eso mismo me he ocurrido a mí. Eso hizo que yo, cuando volví de Francia a Lima, me especializase en el periodismo gastronómico. Como tú, yo también entrevistaba a mucha gente y me fui orientando hacia el periodismo gastronómico. Iba a los restaurantes y escribía notas para la prensa, después tuve mis propias revistas gastronómicas en Perú y todo, yo tenía que ir a degustar y después sentarme a escribir con aquella modorra. Subí 20 kilos mientras me dediqué a escribir reseñas de cocina. Al mirar al poeta saborear con cierta nostalgia aquellas épocas pantagruélicas no puedo reprimir una carcajada que inmediatamente hace eco en la de él. Es que una de las mesas más lujosas de América Latina es la peruana, es fantástica. Ahorita es una de las mesas más importantes de la costa occidental, la más importante de la costa del Pacífico. Sobre todo en lo que se refiere a pescados y mariscos, que son la gran revolución de la cocina peruana. Hay un fondo de cocina prehispánica y colonial y toda la cosa, pero hay una especie de nouvelle cuisine, muy moderna. Esta cocina se funda en el conocimiento de un material impecable, de una calidad superior, que constituyen el pescado y los mariscos peruanos que se dan, se reproducen, justo en la corriente de Humboldt, una corriente fría que lleva un plancton muy nutritivo que hace que los peces ahí sean inmensos, gordos, grasosos, un alimento delicioso lo mismo que los mariscos. Es curioso, porque en Perú el paladar de la gente ha emigrado hacia el mar. Lima es una ciudad que siempre miró hacia la tierra, una ciudad amurallada que era un fortín contra los piratas que la asediaban ocho, diez meses. Entonces, por temor o vé tú a saber por qué, le dimos la espalda al mar que teníamos ahí, a un costado y los últimos cincuenta años, por decir una cifra, se ha mirado hacia el mar… ¿Por qué? Por influencia tal vez de los pueblos emigrantes que llegaban al Perú, que eran todos costeros, tanto los japoneses, que eran de Okinawa, como los italianos, que eran de Génova o los chinos, que eran de Cantón, todos eran puertos y todos tenían cocinas basadas en pescados y mariscos. Todas estas personas que llegaron a Perú en el último siglo trajeron costumbres alimentarias marinas y después descubrimos que teníamos todo eso y de mejor calidad, entonces la gente se volvió loca, se inventaron unos platos de pescados y mariscos absolutamente inverosímiles, como cien variedades de cebiche, platos realmente desaforados. Por allá ha aparecido una cantidad de cosas que verdaderamente fastuosas: hay, por ejemplo, un restaurante con un buffet que tiene 600 platos. Debe ser un record Guiness de buffets, imagínate ¡¡¡600 platos!!! Esa es la revolución gastronómica peruana, y yo he asistido, la he auspiciado, también estoy involucrado en ella. Estoy muy orgulloso de haberlo hecho y este libro es el resultado de todo eso, de haberme involucrado en mucho de la cocina peruana, haber descubierto algunas tendencias nuevas. Como periodista tuve el honor de descubrir lo que ahora se llama la cocina Nikei, que es la mezcla de las cocinas japonesa y peruana, yo la identifiqué y le di ese nombre ―como el del índice de valores Nikei― que finalmente se le quedó. Nikei es lo que nace fuera, en este caso la cocina que inventó esta gente fuera de Japón. Es el encuentro de dos grandes cocinas que no se da siempre ni en todas partes. Porque fíjate que en Perú ha habido seis mil japoneses nada más y han hecho una gran cocina, mientras que en Brasil hay tres millones de japoneses que no crearon ningún gran plato, porque Brasil no tiene una gran cocina. Perú sí, Perú se encontró con Japón y de ahí nació nuestra gran cocina actual. Perú puso la sazón y los japoneses el corte.
Después de tomarle algunas fotos que aderecen esta entrevista me despido de Hinostroza con el apetito abierto y salgo a la tarde coyoacanense en busca de algún sushi bar imposible que ofrezca en su menú una orden de tacos de sashimi.
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