No. 82 / Septiembre 2015



Juana Bignozzi. La voz propia
Por Mariela Castañeda


Contaba Bignozzi que a todo decía no. En esta costumbre según la autora, herencia paternal, encuentro no solo una actitud de vida, sino un guiño absoluto hacia su obra: una poética que, a fuerza de negar, terminaba afirmando (¿no es así como toda identidad se desplaza?). En Bignozzi el reverso de la negación tuvo que ver con la construcción de una voz propia, que parece habitar todo el poema, que no se agota, y no permite concesiones. 


Afirmarse, sin embargo, no significa en la poeta argentina dejar la duda de lado. Al contrario, este ejercicio de cuestionamiento inauguró siempre otro espacio de construcción, en donde de igual manera, la respuesta siempre surge de un núcleo inquebrantable, una voz sólida y generosa. Suficiente ver su poema “Función social de la poesía”:

si toda vida es referencia a nuestra vida
espero dejar una palabra
que ampare a alguien
en estas tardes inhóspitas de recuerdos

Vuelvo a la negación, Bignozzi desata ahí una furia apolínea: no descarta accesoriamente, ni enumera desde el vértigo o el hartazgo. Encuentra, o mejor dicho, deja caer los límites de su voz, como quien hace una cartografía desde el negativo de una foto.

no entenderé del mundo más que lo entendido por todos
no olvidaré en el final el principio
no creeré en el signo sobre los otros
menos en la luz única sobre mí1

Ahora, que bajo oscuros augurios nos amparamos bajo la palabra, resuena la voz de la poeta argentina al aventurar respuestas a la siempre compleja, pero necesaria pregunta: ¿por qué escribir poesía? Hallo esperanzador que la respuesta de Bignozzi parta siempre de la certeza de que existe y debe existir un lugar para la poesía, y, desde ese planteamiento, matiza, en un ejercicio de filigrana, lo que implica desde sus ojos. Hace clara que la respuesta es propia, es de oficio. No habla ningún absoluto, canta únicamente la poeta:

¿ayudan las palabras de los poetas a los propios poetas?
¿ayuda al camino de los poetas
el desamparo de su propia anécdota?
¿ayuda mi presencia en tu destino
a mi propio destino?
¿mi compañía en tanta pasión desgraciada
se convierte en compañía de mi nebulosa pasión?2

¿Qué permanece luego de esa constante manía de negar? Me parece que es obra del agua sobre la roca; sólo una lenta paciencia pudo pulir el núcleo pétreo de un ser como Bignozzi: duro de convicciones y certezas desde muy temprana edad. Luego vinieron otra clase de precisiones, las que eran necesarias desde el oficio, que mucho tuvieron que ver con la poesía que ella denominaba ideológica, no política. Al final, me parece que todo giraba alrededor de una misma preocupación: enunciarse, decirse, y esperar que lo dicho dejara una huella, o un consuelo a los demás. Lo que rescato de Bignozzi a diferencia de las viejas voces gastadas que se enuncian desde el podio de la poesía como acto de redención de masas, es que su decir era un acto honesto, que comprendía sus alcances y que no albergó pretensiones huecas, o propagandísticas. Su decir para los demás partía de lo que deseaba decirse a sí:

Esperé ser la anfitriona elemental
de una estructura no corrompida
ofrecer entregas y apuestas
abandonar mi ciudad sin la sombra de la sal
ni de su adiós y memoria viva
ahora soy dueña de un sistema de condenas y salvaciones
de aceptaciones y rechazos
de una lista de buenos trabajos
de un lejano sabor a vida
de una única forma de limpiarme
en soledad

 


1 Fragmento del poema “Cadáver por la palabra persona por la gente”.
2 Interior con poeta, 1993.


Fotografía de Juana Bignozzi tomada de la revista La Tempestad.