Robert Minhinnick |
No. 83 / Octubre 2015 |
Robert Minhinnick (Neath, 1952) (Traducción del inglés de Pedro Serrano) Poeta, novelista, ensayista y traductor, Robert Minhinnick. Estudió en la Universidad de Gales, en Aberystwyth y en la Universidad de Cardiff. Activista del medio ambiente, fue cofundador de Friends of the Earth (Cymru) y Sustainable Wales. A la fecha publicó los libros de poesía The Yellow Palm (1998), A Thread in the Maze (1978), Native Ground (1979), Life Sentences (1983), The Dinosaur Park (1985), The Looters (1989), Hey Fatman (1994), Selected Poems (1999), After the Hurricane (2002), King Driftwood (2008), After the Stealth Bomber, la novela Sea Holly (2007), los ensayos Watching the Fire Eater (1992), The Green Agenda: Essays on The Environment of Wales (ed.) (1994), Badlands (1996) y To Babel and Back (2005), además del volumen de poesía galesa traducida The Adulterer's Tongue: Six Welsh Poets: A Facing-Text Anthology (2003). Carioca It‘s a 127 going to the Rodoviaria and the driver tapping his head. He’s saying I’m loco, I think: loco, the locoman, and as usual there’s a crush So already her breasts are pushing into me - a gold ring between the cups of her bikinitop - her face a thin carioca’s face but the body an oiled cuirass And the bus is bucking among the taxis on Avenida Atlantica and outside the children of the traffic islands and tunnelmouths are sharing bags of manioc and beans, sucking fishbones thrown from the lanchonettes and the driver is pulling at his eyelid Look, lookman and at last I understand but her hands are so swift I cannot feel the razor slitting the bagstraps or the velcro opening its cat’s mouth But my hands are against her breasts now, beautiful travesties silver as phosphorus and her eyes a centimetre away irreducible shots of the barraca’s aguardente - those first sips That lighten the head and stiffen the knee - and her smell a mansmell because I know that smell then somehow she is through the turnstile and I am shivering like a hummingbird shivers over its own image. Carioca Es un 127 yendo hacia la Rodoviaria y el chofer palmeándose la cabeza. Esta diciendo estoy loco, creo: loco, el locoman, y como siempre, hay apretones Y ya están sus pechos empujando contra mí —un anillo de oro en el sujetador de su bikini— su cara una delgada cara carioca pero su cuerpo una aceitada coraza el autobús va respingando entre los taxis de la Avenida Atlántica y afuera los niños de los camellones y de las entradas de los túneles están compartiendo bolsas de mandioca y frijoles, chupando huesos de pescado aventados desde las loncherías y el chofer se esta jalando un párpado Mira, miramán y al fin entiendo pero sus manos son tan rápidas que no puedo sentir la navaja rasgando las correas de la bolsa o el velcro abriendo su boca de gato Pero mis manos están ahora en sus pechos, lindas imitaciones, plateadas como el fósforo y sus ojos un centímetro más allá tragos irreducibles del aguardente de la barraca esos primeros tragos Que aclaran la cabeza y entumen las rodillas —y su olor un olor a hombre porque yo conozco ese olor y de repente ya se encuentra ella detrás del torniquete y yo me quedo temblando como tiembla un colibrí ante su propia imagen. La otra orilla 1. Tickertape For days I never opened my mouth, afraid of the stranger who would speak with my voice and the thief who lived under my tongue. Learning the language was like eating its seafood – chipirones, pulpitos – when Gotan my friend, took me to the café and every word was squidgy as a mussel under its blue door. Verbs were lemon-edged, like samphire; conjunctions beckoned with their department-store glass: how I loitered there. Then, a breakthrough. Ice-cream at the kiosko, and a glass of Malbec with Gotan in a bar made of corrugated-iron painted pink; and that afternoon, waiting for the lights to change on Rivadavia, I looked up and the sky was full of words. Immediately all the bills of lading from La Boca were blowing like the jacaranda petals around my feet, and the special offers and the final demands and the Vallejo stanzas and the bank statements and Borges’s foul copies of El Aleph and every second chapter from Kiss of the Spider Woman, all the molecules of books were adrift on the air. Next came the repossessions and the summonses, the timetables from the language school were Gotan worked, and soon the languages themselves from the sacristies of paper, and the professors from the language school throwing armfuls of idioms out of their office windows, and the secretaries of the professors from the language school photocopying their kisses and scattering them from the third storey. Then the black-browed subjunctive plummeted like a suicide and with it the future-perfect, mauve as the magnolia, and there was Menem’s manifesto and then the biographies of the disappeared disappearing as the wind hurried them down the avenidas to the sea that would greet them once again. And with them fell the love-songs that the student had written for the torturer so he might serenade his sweetheart on his day off, and behind them the empanada menus and the words on the cigarette butts and the bullets and the wine bottles and the toilet walls, and there were the epitaphs traced from the tombstones and the paint of the street names scraped off the street signs. For days I had not opened my mouth. I let Gotan do the talking and instead groaned like my father in his blue smock, his left cheek fallen, his left arm deciduous, daunted by the anarchy of his own tongue, but now, here I was with the soldiers and the corn-roasters on the Plaza de Mayo as the words fell upon us in their tickertape blessings. And in that pampero of paper were words for the desperate and words for the newborn; there was wealth for the cartoneros beyond every dream, and the beggars around us were filling their trousers with passports and telephone directories and death sentences, and there was Gotan lying on the ground with La Nacion covering his face and there I stood with arms outstretched and the letter ‘I’ dissolving in my hand like a hailstone. La Otra Orilla 1. Teletipo Durante varios días no abrí la boca para nada, temeroso del extraño que hablaría con mi voz y del ladrón que vivía bajo mi lengua. Aprender el idioma fue como comerme sus mariscos, —chipirones, pulpetes— cuando Gotan, mi amigo, me llevó al café, y cada palabra era resbalosa y dura como un mejillón en su puerta azul. Los verbos tenían bordes acitronados, como el hinojo marino; las conjunciones te llamaban con sus vidrios de tiendas de departamentos: cómo deambulé por ahí. Luego, un descubrimento. Helado en el kiosko, y una copa de Malbec con Gotan en una barra de hierro corrugado pintada de rosa; y esa tarde, esperando que cambiara el semáforo en Rivadavia, voltee hacia arriba y el cielo estaba lleno de palabras. Súbitamente todos los recibos de embarque de La Boca volaban como pétalos de jacaranda alrededor de mis pies y las ofertas especiales y las demandas finales y las estrofas de Vallejo y los estados de cuenta y las falsas copias de El aleph de Borges y cada segundo capítulo de El beso de la mujer araña, todas las moléculas de los libros por el aire a la deriva. Después llegaron las restituciones y citatorios, los horarios de la escuela de idiomas en donde Gotan trabajaba, y pronto los lenguajes mismos de las sacristías de papel, y los profesores de la escuela de idiomas lanzando brazadas de modismos por las ventanas de sus oficinas, y las secretarias y los profesores de la escuela de idiomas fotocopiando sus besos y esparciéndolos desde el tercer piso. Entonces el subjuntivo de cejas negras se precipitó como un suicida y con él el futuro perfecto, malva como la magnolia, y allí estaba el manifiesto de Menem y luego las biografías de los desaparecidos desapareciendo mientras el viento las apuraba por las avenidas hasta el mar que los acogería de nuevo. Y con ellos cayeron las canciones de amor que los estudiantes habían escrito para que el torturador le llevara serenata a su novia en su día libre, y detrás de ellos los menús de empanadas y las palabras en las colillas de los cigarrillos y las balas y las botellas de vino y las paredes de los baños, y allí estaban los epitafios copiados de las tumbas y los nombres de las calles raspados en la señalización de las calles. Durante varios días no había abierto la boca. Dejé que Gotan hablara y en lugar de eso gruñía como mi padre en su bata azul, su mejilla izquierda caída, su brazo izquierdo caducido, arredrado por la anarquía de su propia lengua, pero ahora, aquí estaba yo con los soldados y los vendedores de maíz asado de la Plaza de Mayo mientras las palabras nos caían encima con sus bendiciones de teletipo. Y en ese viento pampero de papel había palabras para el desesperado y palabras para el recién nacido; había riqueza para los cartoneros más allá de cada sueño, y los pordioseros a nuestro alrededor iban llenando sus pantalones de pasaportes y directorios telefónicos y sentencias de muerte, y allí estaba Gotan yaciendo en el suelo con La Nación tapándole el rostro y allí me quedé yo con los brazos abiertos y la sílaba "yo" disolviéndoseme en la mano como una piedra de granizo. A Day and Night in the Raw Republic Any Welsh in tonight?… Any Irish?… Any fuckin Australians? And the fruit bats cruise over the stage where the band sits but Kelly Jones doesn’t ask if there are fruit bats in tonight. Kelly Jones doesn’t understand fruit bats. Kelly Jones doesn’t see fruit bats. Kelly Jones is not DH Lawrence although they are about the same size, spare as sparrowhawks. And Kelly Jones doesn’t ask if David Herbert Lawrence is in this evening, beneath the gum trees, in the indigo dusk, gliding over the stage, or hanging upside down as fruit bats hang. Kelly Jones does not have sequin eyes or a nectar-nibbling tongue. Now the sky turns the colour of oxy acetylene. But Kelly Jones does not change key. Un día y una noche en la república cruda ¿No hay ningún galés esta noche?... ¿Ningún irlandés?... Y los murciélagos frugívoros cruzan el escenario en donde está la banda, pero Kelly Jones no pregunta si esta noche hay murciélagos frugívoros. Kelly Jones no comprende a los murciélagos frugívoros. Kelly Jones no ve los murciélagos frugívoros. Kelly Jones no es D. H. Lawrence aunque son casi del mismo porte, enjutos como gavilanes. Y Kelly Jones no pregunta si David Herbert Lawrence está esta noche, detrás de los hules, en el crepúsculo índigo, deslizándose por el escenario, o colgando de cabeza como cuelgan los murciélagos frugívoros. Kelly no tiene ojos de lentejuela o una lengua para picotear el néctar. Ahora el cielo se ha puesto color de oxiacetileno. Pero Kelly Jones no cambia de clave. |
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