Pedro Serrano |
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Defensa de la poesía
Ern Malley es uno de los poetas más leídos y reconocidos en Australia. Sus poemas son tan familiares allá como en México el inicio de “Piedra de sol” o los fogonazos adjetivos de López Velarde. Forma parte del canon vanguardista del continente isla y su figura es motivo de novelas y obras de teatro, de reflexiones en torno a la naturaleza del poema y de interrogaciones sobre el modus operandi del mundo de la cultura. “He leído en libros que el arte no es fácil, pero nadie me avisó que la mente repite en su ignorancia la visión de otros. Yo sigo siendo el cisne negro de la intrusión en aguas extranjeras”, escribió Malley. “El cisne negro de la intrusión” es una imagen de indudable peso poético y su inmersión en aguas prohibidas representa con fuerza imaginativa el impulso vital de cualquier poeta al internarse en las aguas extrañas de la aventura que es escribir un poema. Sin embargo Ern Malley nunca existió. Fue inventado en los años cuarenta por dos poetas conservadores y envidiosos para burlarse de un tercero, más modernizante, que cayó redondo y lo incluyó entusiasmado en su revista, “Los Pingüinos Rabiosos”, para regocijo de los burladores y escarnio del vanguardista. Lo que nunca imaginaron los defraudadores es que sus poemas resultaran convincentes, que su fraude tuviera un sentido más profundo que la ridiculización y que su poeta se erigiera en ejemplo de cómo se pinta una autoridad. Sus poemas a dos manos y tercero en discordia se convirtieron en muestra fiel de los oscuros caminos que sigue la poesía para afincarse en los individuos, independientemente de su supuesto amo. La veracidad de su invento fue mucho mayor que la suya propia, y los poemas falseados terminaron por ser más ciertos, en una corriente que despreciaban, que los suyos propios, autorizados por su firma, voluntad e individualización. Pretendían imponer una impostación para regresar las aguas del verso a su cauce natural, y se vieron anegados por los mil manantiales con los que el lenguaje poético riega sus inicuas verdades y burla voluntades. “El cisne negro de la intrusión” irrumpe siempre, irónico e involuntario, para desenterrar los gusanillos de los versos y dejarlos allí, ajenos para siempre a las voluntades, pruritos y principios de sus autores y expuestos al uso común, irreverente y utilitario, de los lectores. Pedro Serrano
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