No. 87 / Marzo 2016 |
La punta de la lengua. El problema del cuerpo en la poesía de Roberto Tejada Escribir sobre poesía me parece muy difícil, sobre todo si se carece, como es mi caso, de un marco teórico adecuado. Mi único recurso es hablar desde las imágenes que Roberto Tejada me propone, y en particular las formas en que creo representa la habitacion del cuerpo dentro del lenguaje. Señalar que la estructura de los poemas adquieren otro sentido desde su composición tipográfica y puntuación. Encuentro también que la manera de organizar los versos se asemeja a la constante interrupción de un proceso emocional que interviene y recoloca al poeta dentro y fuera de su propio cuerpo. Muy cercano a George Bataille y a Jacques Lacan, en su escritura hay siempre un lugar desde el afuera que sólo es legible como adentro. La política, la historia, la economía, son tramas que sostiene o desorganiza la posibilidad del encuentro erótico visto como un descubrimiento del sí mismo y del Otro. De Exedra Éxtimo, me explica Roberto, es eso que está en nosotros, que no resulta ser nosotros. Término inventado por Lacan, éxtimo es lo que está más próximo, lo más interior sin dejar de ser exterior. Construido sobre “intimidad” no es su contrario e indica que lo más íntimo está en el exterior, como un cuerpo extraño. Es una fractura constitutiva de la intimidad. Disnea Me interesa la cantidad de síntomas que hay en estos poemas. Un cuerpo que dice sin saber que lo hace o siquiera por qué lo dice pero que en su discurrir rompe el sentido lineal y fragmenta. Un yo repartido en pequeños espejos que apenas te devuelve una minúscula parte de tu imagen. Tengo con Roberto una relación de muchos años y siempre alimentamos nuestra fascinación por esa fractura, por el fragmento. No entiendo cómo esa desvinculación va acompañada por el deseo de comer y ser comido, como gesto de amor y de autodestrucción. Una especie de Alien, mi película favorita, o de esa tos a la que Kafka reconocía como a sí mismo. Los fantasmas existen, viven dentro de nosotros y, a veces, ganan —dice Stephen King. La lengua es propicia para hacerlos aparecer. Y no es un personaje menor en este libro. La lengua, además, es el órgano puente entre el adentro y el afuera. Y, según la medicina china, y antes la del médico general, es lo primero que muestra uno al doctor para saber cuál es nuestro mal. La lengua es la conexión con la madre, con el territorio identitario del idioma que otorga afecto, pero justo aquí es una identidad que se desliza porque no está engarzada ni el el género ni en el idioma sino en la mezcla. En su libro, El nuevo desorden amoroso, Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, dicen que el único acto erótico realmente igualitario es besar. A pesar de que su libro habla de la fluidez entre géneros y los distintos posicionamientos de poder en los encuentros eróticos, están en contra de Wilhem Reich y la entronización del orgasmo porque entonces, lo que propone como una liberación sexual nos invita a una genitalidad masculina. Las corazas son construidas por nosotros constantemente y nos dan nuestro carácter. La lucha entre la necesidad de reprimir las demandas instintivas, su economía entre las diferentes negociaciones entre el placer y el displacer conforman la forma exterior de nuestro cuerpo. Somos el paisaje de nuestro clima emocional, tenemos lugares imposibles de acceder, otros que se ofrecen con suavidad. Siempre hay un nuevo conflicto que puede venir de otros tiempos, de otros yo que trabajan no sólo con el exterior sino con nuestra historia articulada como geografía. La balada del archivo
El pasado violento, las voces que provienen de otras épocas vuelven a reunirse alrededor del deseo. ¿Es un deseo sexual únicamente? ¿O es un intento de entender la carne? Me pregunto si aquí el cuerpo es una continua condición de estar desubicado. No exactamente extranjero pero en la imposibilidad de reconstruir un origen, aunque sea por un momento. Esa imposibilidad de pertenencia hace que Roberto siempre esté entre no decir, decirlo todo o no poder decir correctamente. comparado a cuando intento con esto amortiguar una cierta
El cuerpo en Roberto es una dificultad con la lengua. Es en el habla en donde encuentra su mayor obstáculo. La visualidad ayuda.
Escombros en rosa y negro “Escombros en rosa y negro” es mi parte preferida. Vinculado al trabajo de un artista, Thomas Glassford, en donde la seducción es motivo de ambigüedad y en la que no sabes bien a bien si es una estética homosexual o no, porque el objeto de deseo es una posibilidad abierta. La obra a la que hace referencia está más cercana a una especie de oda a la masturbación, al encuentro sensual con uno mismo, no a la manera de Walt Whitman, como parte de la naturaleza, sino justamente en su conflicto con ella, con lo otorgado biológicamente como género y definición de lo que somos por obra del cuerpo genital. Si la identidad es perfomática, atravesada por nuestra geografía corporal que, como los paisajes, son resultados de mediaciones hecha hace tiempo y en este momento, ¿por qué preguntarse sobre lo masculino y femenino?¿Qué marca esa diferenciación entre el afuera y el adentro? mi estómago inflamándose en el momento de ceder a la embestida y entonces me doy cuenta, pensamiento de ti oh mi pequeña vergüenza, escasez de luz corriente alterna en exceso. En este texto encuentro un eco a mi propio deseo de escribir. Incapaz de llegar a algún lado, de concluir como en este caso, veo en la escritura de Tejada a alguien que, desde allá, me muestra otros caminos. |
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