No. 87 / Marzo 2016 |
Breve derrota en derredor del mundo 1. El corazón del mundo, la poesía
Oblida’t de tot regrés:
Decía Baudelaire que el poeta era un traductor, un descifrador, y al parecer eso nos legó a sus lectores. A veces al leer poesía surge la pregunta acerca de qué será lo que invita a pensar si el escrito, en forma de poema, contiene algo especial que nos seduzca o, al menos, nos permita reconocer “ese algo especial”. Tal vez, malentendiendo las cosas, parece que un libro escrito sobre la base de voces fragmentadas, ideas sueltas, ritmos específicos y, en el mejor de los casos, un breve momento de la vida, nos indique que estamos en la intromisión de un acto que podemos referir como poesía. Metáforas, comparaciones, discursos cuasi emotivos, imaginación desbordada son otros de los elementos que, por momentos, nos hace pensar en la presencia de la poesía. Joyce, sobre bases tomasinas, fue, tal vez, uno de los últimos, pese a lo que digan, que se atrevió a formular algunas características y fundamentos propios de la poesía (no hablo de la academia), lo cual nos permite ver y entender que la poesía y su expresión lírica —encubierta, por cierto— es la vencedora en la búsqueda de una expresión que caracterice a la poética, sobre todo la que actualmente se escribe. Desasirse del mundo, entrar en otro sentido de la vivencia, se piensa y enuncia como poesía: contar una historia, y que ésta posea además de todo lo anterior, un rictus dramático cargado de sentido, directo e indirecto al mismo tiempo. Que cuide el idioma, se apodere de un ritmo, más allá de lo discutido de su libertad y transforme el lenguaje coloquial en una solución propia de la historia, son situaciones que poco a poco, salvo excepciones, imperan como posturas que los poetas, o los que así se hacen llamar, han tirado sin reparar en nada, han tirado de peor forma que los dados al azar. Tal vez en un acto que podríamos considerar de soberbia o pedantería intelectual, decidimos que Anábasis o el regreso de la guerra que cantó Saint-John Perse –que en cierta forma, más que otra cosa era un retorno, no sé si eterno, pero si era un acto de búsqueda que desde el historiador Jenofonte se convirtió en evocaciones, homéricas o virgilianas– algo intuía, lo mismo que quizás sólo otro isleño entendió y repitió la dosis con Omeros, el poeta y nobel antillano Derek Walcott, y entre ambos no hay duda que dejaron muy alta la cuota. O tal vez, como rasgo mitológico, del que hablaba en sus Radiaciones, Ernst Jünger, quien al referirse al acto creativo nos decía que algún poeta de nuestro tiempo que quisiera expresar bien el anhelo de reposo y que sintiera al ser humano arrojado al límite de la aniquilación tendría que continuar el sentido de la Odisea, pero con un nuevo poema épico. La poesía mexicana encarece (el sustantivo raíz es caro) y padece la ausencia del sentido dramático y no digamos épico en su poesía, por eso ahora al encontrar una voz sui generis nos enfrenta a los que escribimos poesía, al acto de quitarnos el sombrero —sin obviar a Rimbaud, por supuesto— cuando éste aparece en medio de una búsqueda, porque la poesía eso es, un libro que contiene los elementos suficientes para erguirse más que en un libro de poemas , en uno de los pocos libros que contienen poesía dentro de nuestra tradición. Cuando afirmamos que en algún poema no se percibe tradición alguna, tal vez olvidemos que la poesía, sin importar su lengua, es en sí una tradición. La tradición poética proviene de Homero y de ahí para adelante todos nos sumergimos en su vino tinto. Entre las turbulencias de su ritmo, todos acompañamos a los héroes en sus triunfos y fracasos. Aunque a decir verdad, el hombre sólo canta sus fracasos, busca su retorno, busca la casa del ser aunque por desgracia no sepamos dónde se encuentra, por eso escribimos aunque al final de la búsqueda sólo alcancemos a balbucear como si fuera un eco: “Luz, más luz”.
La poesía de Julio Eutiquio Sarabia busca discretamente el absoluto, donde se subsume la realidad entre la potencia del lenguaje y su forma expuesta de manera cuidadosa sin el temor que sus versos fracasen en el sinsentido de nuestra expresión, a veces empobrecida y maltratada, emputecida, decía Efraín Huerta, por los propios poetas. Así podríamos juzgar sus vecindades rítmicas a Gerardo Déniz con variaciones acentuales y temáticas, más próximas en cuanto a construcción a Lezama Lima, sin caer en sus dilectas inmediaciones al orfismo; sus evocaciones a Saint John Perse o René Char, de los que no podría negar su hipócrita lectura ni sus escarceos con uno y otro, su no oculta pasión por algunos poetas del siglo de oro, son algunos de los brazos del delta que deseamos amarrar a sus influencias. Esto sería irrelevante porque al leer descubrimos que el alambique creativo del poeta avecindado en Puebla toma de poetas, narradores, escritores, ensayistas, o incluso algún antropólogo perdido en la ciudad de México, su materia para contar y cantar en sus poemas. Éstos se hallan presentes en los versos, el ritmo, la estructura, la armonía de su ars poetica. Si deseáramos ponernos técnicos, estaríamos en problemas, porque sus recursos muy variados están en función de cada verso, estrofa, poema, sección o libro. Desde Cerca de la orilla, hasta Tesitura, la aplicación técnica del poeta, excepto las formas clásicas (como soneto, pareados, endechas o silvas, entre otras) es inagotable. Así como la medida del verso no responde sino a la necesidad de la propia expresión, con clara preferencia de los llamados versos mayores, incluidos el versículo y la poesía en prosa, que no la triste expresión de prosa poética. Aunque no rechaza la posibilidad de introducir incluso una colección de heptasílabos para crear una canción en medio de su poema ( “¿Vendrá para la pascua?”). Asimismo, nos encontramos con metáforas, analogías, metáforas analógicas, correspondencias, bueno hasta licencias capricciosas, pensando en el más puro Goya, es decir, rococó. Si quisiéramos ser ingenuos encontraríamos solo poesía. Desde el primer poema el poeta pareciera seguir el eterno y encomiable consejo de Ezra Pound: Hazlo nuevo. “Adiós muchachos” se intitula la primera parte del poemario, que pareciera evocar, aun necesariamente aquel viejo tango de Gardel, pero no es sino una correspondencia de la vida popular y de la muchachada que el poeta convocará como a las filas de un ejército de bohemios pendencieros para establecer “el punto inalterable de la trama”, donde todo confluye en esa historia, sin importar dato que interfiera entre la Historia y su historia. Pero el poeta insinúa que, como al más puro estilo de las leyendas dispersas entre la población, a él “no le contaron sino que estuvo ahí”: recurso usado desde Pushkin para dar verosimilitud a sus historias. En el fondo sabe que todo fabulador es un filólogo, un descifrador, la más puro estilo de Baudelaire, donde su historia y la de las palabras corren de la mano. Pero sobre todo sabe que “el poeta entre más personal, local y peculiar resulte de su propio tiempo más próximo estará al corazón de la poesía”, como indica el enorme poeta Auden. Hago constar que cuánto vi ocurrió Expresión que el poeta reafirma poco más adelante en alguna correspondencia con Auden respecto a la postura del poeta y del Estado, sobre todo que aquí Sarabia parece destinatario de la Carta de año nuevo que el formidable inglés mandó evocativamente a otros poetas que subyacen en sus versos, donde critica a las democracias y hace que los sargentos rivales corran de aquí para allá, pero más que para pelear, lo hacen sólo para averiguar que hacen ahí. Así, los peltastas que convoca Sarabia, recordando el hermoso vocablo frigio referente a las infanterías o ¿a los muchachos que se despiden, presentes en Jenofonte y su retirada? ¿O será gratuita la procesión de los diez mil, que en este caso no rebasan la centena? El poeta se forja dentro de “Cierta profana escritura” que usa con la intención e intuición de que su historia sin sacrificar su acento lírico evoque, más que una tragedia, el sentido épico de la vida. Otro regreso hacia la vida.
Estar ahí. Cantar es destino. No solo por la infancia sino por la derrota. Desde nuestro lejano origen pedimos a la musa nos inspire, nos permita elevar la voz para contar nuestro viaje por El tenue derredor del mundo. Eso hace Julio Eutiquio Sarabia cuando nos cuenta su odisea o su anábasis, o simplemente su regreso después de la derrota por ese lugar que él llama mundo, que sabemos que en el fondo un poeta no tiene otra intención. Desde el epígrafe que abre su primer poemario, Cerca de la orilla (1993), Sarabia preguntaba con Novalis“qué podemos hacer con nuestro amor y nuestra lealtad en el mundo”. Sarabia no ha quitado la palabra del renglón y continúa con aquel firmante del manifiesto en una noche de 1797 en Tubinga. Cuando dicen que sólo se escribe un solo poema a lo largo de la vida, a veces titubeo hasta que leo mis propios poemas y entiendo que nunca hay dos temas en la poesía, pero sabemos que sólo los verdaderos poetas encuentran ese tema, esa pregunta, esa duda, esa obsesión. Julio Eutiquio avisaba, los poetas avisan siempre, que ver es asomarse a la orilla y detenerse allí. En ese libro también nos anunciaba (incluso entre paréntesis) de una reconstrucción constante de la ronda vivida también por Ulises. Hace más de veinte años tal vez nos participaba su aventura sobre el canto que ahora presenta alrededor del mundo. Digamos que extrañamente tenue. Tenue que deriva de atenuar, de labrar en fino, o tal vez sin importancia porque el mundo sólo se puede observar de esa manera. Tiempo después se vuelve a preguntar, como si lo preguntado no hubiera quedado en claro: ¿Quién soy?... El poeta se pregunta por su identidad, pero le resulta incómodo. Tal vez no la sepa pero sabe de su condición trashumante por el mundo, sabe que sólo el peregrinar es lo que él es. Nada quiero sumar que pese tanto. El poeta se alista para el viaje desde su anunciación para Mudar de vida (2003), y vuelve a los paréntesis para indicar que (habráse visto asaz propósito irrisorio: altivo Yo, Ilión sitiada). O será que cuando exclama ¡Carajo, Sarabia, qué boca tan propensa a los umbrales!, ¿entendamos que siempre sabe que en él está la evocación de él mismo? Vemos que el poeta, a la manera de Pirandello, oscila entre su dentro y fuera de la creación- El propio Zaid (1976) debería agregar una adenda a sus apreciaciones sobre Catulo, Cardenal o Paz y agregar a Vallejo o a ese tal Sarabia. Dicho sea de paso, ¿no será una probada de nuestra tradición? Enfatizo: La tradición en la poesía es sólo una y no distingue latitudes. En Sarabia siempre tenemos dos cosas (entre muchas otras): algo que se parece a la religión y cierta insinuación de la bohemia mitológica. Pero en el fondo y a diferencia de los poetas antiguos, Sarabia sabe que los dioses nos han dejado solos y ningún dios las guía en los preámbulos/ ni el Estado les condona ejercicios/ de riguroso cumplimiento, y los oráculos no son sino voces ocurridas en las calles, sin mayor riesgo que de el presagio de un organillero. Sin embargo, el poeta sabe y admite que la reconstrucción mítica o la revaloración mítica no sólo es un rasgo necesario de la poesía contemporánea a la que debe devolverle su condición de discurso crítico, pleno y actual. Además, debe cargarlo no de rencor o admiración falsa sino del espíritu cotidiano de la ironía que convive con nosotros en toda circunstancia. Aquiles, dijeron los más próximos/ estacionaba su Camaro al doblar la esquina. Como reverberación obligada, parafraseo a Eduardo Milán para referirme a Sarabia, cuando se describe las actitudes marginales del poeta, en aquellos que eligen su marginalidad en el lenguaje mismo, creando una alteración en el código poético, pues en el caso del poeta su marginalidad puede entenderse mayormente en el sentido joyciano, pues trata de romper cierta vacuidad irresponsable o incierta de la poesía de que ahora se escribe e inscribe en los derroteros nacionales para adentrarse en el cuidado de la palabra, de la expresión, del narrar como misión altísima de la poesía, pero siempre desde los márgenes, desde la infame turba. Más adelante no hay paso —ni prosa que haga falta Sarabia sabe que la poesía necesita solista, pues ahora incluso los poetas se mueven en coro y corro, pero él sabe que encontrará el templo de sus mercaderes, y acude a ese maravilloso canto décimo de Saint-John Perse para distinguir algunas de las miserias de la condición humana, pues él sabe que al poeta nunca lo vieron entre la muchedumbre. Es importante señalar que éste último libro ya se avizoraba desde Tesitura (2008), cuando en su “Oración al levantarse” nos anuncia que en la danza de “Kashima/ el tenue sentido del mundo proviene del aroma...”, es decir, ya sabe que el sentido será en derredor del mundo como una seductora y olorosa danza. Él sabe que el tenue derredor del mundo sólo es una batalla de la que volverán los fariseos, tal vez cada vez sean más pero, como Septimus, está de pie y en espera de volver a pisar la calle. 4. Thalassa, Thalassa, otra ausencia de mar… Pero los verdaderos viajeros son aquellos que parten por partir… Para los que nacemos en una ciudad o entre montes, lejanos al mar, éste se nos convierte, por alguna extraña razón poética, y la abordarlo siempre tenemos que hacerlo desde la extrañeza. Al parecer no hay otro camino. El poeta, aunque sabe que cuando lo encuentre por primera vez éste le saldrá al encuentro por todas partes, debe admitir que nunca se lo apropiara en forma definitiva, pero nunca olvida que sólo a través del viaje y la posibilidad de su regreso estarán latentes siempre. A él quizá, más que La Gioconda o la Plaza de San Marcos, lo cautivó el mar descubierto en el trayecto. La poesía siempre es un trayecto. Desde En el país de la lluvia (1999) el poeta nos confesaba, “el mar quedaba lejos de mi vista”, pero sabía que a través de la lluvia lo obligaba a ir a él. Convirtió la lluvia en Thalassa. Thalassa siempre seducirá. Desde su escritura con theta, y por ese espíritu suave que la conforma, ese espíritu le agrega su h aspirada. El mar siempre contendrá ese inexplicable misterio de su construcción. Recordemos que ni dios lo pudo hacer primero y tardó hasta el tercer día para separarlo de la tierra. En Childe Harold, Byron nos dice que “el hombre mancilla la tierra con su ruina; su control cesa en la orilla...” Haroldo de Campos se apoderó de la tradición de Thalassa en sus intentos por dar un sentido concreto a la poesía brasileira, al tiempo que como un acto de antropofagia intenta devorar, consumir y subsumir toda la tradición histórica y cultural, desde la antigua Grecia hasta nuestros días, en la creación de una nueva conciencia crítica y poética y hacerlo correr hacia el barro de la Plata, hacia la poesía trasplatina ofreciendo nuevos ritmos y formas. Desde ahí, los brazos de delta poético va abrazado toda la tradición latinoamericana. Ya en años pasados Eduardo Milán reunió las voces nuevas que planteaban un discurso poético de esta envergadura en Pulir huesos. Podríamos terminar con la pregunta de un poeta vivo en casi toda tradición y al que todos le debemos: ¿tú conoces el mar? O tal vez solo decir el mar, el mar que ahora tiene nacencia en nuestros pies. |
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