No. 93 / Octubre 2016
Poéticas de la Negatividad
El poeta estornuda: Jorge Santiago Perednik
(a cinco años de su muerte)
(a cinco años de su muerte)
Por Ana Franco Ortuño
Te detienes, oh chamán impopular,
agregas otra piedra al montón antes de pasar el collado. Y sacudes
la nieve de tus botas de cuero de yac.
Gerardo Deniz
Hablo de poesía (no mucho) con algunos amigos a quienes les incomoda el tipo de autores que leo. Amigos brillantes, buenos poetas, ensayistas, narradores, críticos. No comparten mis lecturas. Ellos prefieren otro tipo de poéticas, que comuniquen algo. Dicen, por ejemplo, que el poema debe hablar por los demás, que se ha alejado del sentido, que se niega a los lectores. Entienden también que en la opacidad hay mejores o peores autores, pero los mejores no les interesan. Les parecen, incluso, dañinos. “Hacen daño a la literatura”, dicen. Hay otros que ironizan porque creen que hay una manida intención de vanguardia… Los malos autores para mí no son incómodos, son simplemente malos, pero hay para quien la incomodidad, la ‘pretensión de vanguardia’ o la desestructura son, además, poco serias. La seriedad es un asunto.
Toda esta argumentación me resulta curiosa porque cuando leo algo que me interesa poco importa si me parece nítido o complejo, si me habla del alma o me extiende un montón de guijarros en la mano. A mi generación nos toca leer entre guijarros. Es verdad, sin embargo, que en la escritura fragmentaria (en la experimentación, el juego o los pedazos) es fácil que haya tomaduras de pelo. De ahí que desconfíen mis amigos.
Eso que se niega y no aparece, eso que intuyo en el hueco y el tropiezo, esa grieta −acechante para Borges−, ese poeta que estornuda, es lo que, posiblemente, me hable. Pero, ¿cómo saber cuando me habla? ¿Y qué me dice? Al formular estas preguntas yo misma me convierto en la demandante de sentido. Y si formulo otras, ¿cómo lo dice?, establezco la división forma-contenido que, a estas alturas, hasta mencionarla me aburre (dudo de si borrarla).
En alguno de los correos que intercambié durante varios años con Jorge Santiago Perednik (entre 2006 y 2011), le pregunté qué hacer frente a un libro que te dice todo el tiempo que no te lo tomes en serio. Me contestó que, en primer lugar, empezaría haciéndole caso en un punto: “no tomar en serio su pedido de no tomar en serio”. En segundo lugar “pensar que no tomar en serio algo puede ser un asunto muy serio”. Y en tercero: “pensar cuál sería el contrario de serio, y decidir entonces el entramado de oposiciones que se quiere urdir en la lectura. En otras palabras: ¿cuál sería la seriedad a la que se opone el pedido y cuál sería la no seriedad que el pedido propone? Porque seguramente hay parte del universo que entra en la no seriedad y parte que jamás es tratada o referida por ese gesto no serio.”1
Tomarse en serio la poesía es una recurrencia que se combate con el ingenio, el humor, la suspensión, el equívoco, pero, en efecto, ¿a qué territorio pertenece esta enumeración de recursos? Por supuesto aplicarlos no alcanza para tener un poema (como no alcanzan el metro ni la rima o la precisión de un soneto o la miniatura de un haikú). Tomarse en serio la hechura de un poema (o a la poesía) obliga el entramado de lo que se le opondrá: ¿Quién es el poeta no-serio? Y, ¿qué significa esta falta de seriedad o cómo se construye? Se necesitan un Gerardo Deniz y un José Kozer para saberlo. Se necesita leerlos, claro está. Y poder reírse con sus no-seriedades. No existe el buen humor sin inteligencia, y estos autores son, además, estéticos y bien conscientes de sus recursos, de su entramado. Es también la belleza una apariencia de ‘insoportable levedad’ que para algunos resulta insoportable.
Deniz y Kozer se sitúan con respecto a sí mismos, no son ellos quienes proponen la dicotomía ni quienes reclaman (a los poetas serios) ninguna obligación en la escritura. Esta despreocupación de lo que la poesía debe a los lectores o lo que les quita, posibilita la libertad de construir una textura. La oposición se enfrenta a su propio sistema, al “pedido que propone”. En la entrada y la salida del drama, se tensa y se recurre al punto de coincidencia del ánimo: risa o llanto. El poeta no-serio se olvida de esta articulación y se enfoca en la construcción de un lenguaje que podría funcionar en cualquier sentido. Dependerá de los lectores. La posición, según Kozer, fue (algún tiempo) la de un artesano. El poema es como un mecano que se escribe por la mañana (en su caso) y que se olvida al medio día. Puede que funcione, puede que no. Poco importa. Deniz decía que muchas veces no tenía la más remota idea de lo que hablan sus textos.
Para Perednik “en todo poema hay una falla de base en la construcción”; era un autor de la incomodidad que ni remotamente buscaba perfección o belleza. Le interesaba el riesgo, era todo. El contrato con el lector de sus poemas es traicionado constantemente por diversión o por descuido, por opacidad o imposibilidad. “Estas inclusiones y exclusiones pueden permitir entender adónde apunta (ideológicamente, si se quiere) lo no serio, qué tipo de seriedad se quiere recusar”. Hay una clase de diversión que incomoda en todo esto, un espíritu del humor negro que pasa por el descreimiento y se transforma en descalificación.
La seriedad que se recusa es, por ejemplo, la del lector occidental que no entiende un haikú en el que el ruiseñor caga; los ruiseñores cantan.2 Reclamar algo a la poesía sitúa un paradigma equivocado: la opacidad no es igual a la ceguera que habla de su propia falla. El poeta no-serio instaura con su sistema el entramado de oposiciones que pretende, y se descuida, olvida, se enferma, estornuda…
Gerardo Deniz
Centenario
Después del clima detestable del altiplano,
después de aquel camarero que toda la tarde arrastró por la terraza
una pierna triploide
(y hay cosas peores: la lujuria espléndida a la cabecera
de los muy enfermos;
la teoría de los conjuntos;
en el infierno, el lago de azufre, etc.)
Oh tú, cuya inteligencia
tiene algo de calvicie incipiente: sí, peores cosas hay;
es como si amanecieses pescador de esponjas
y salieras con ellas ensartadas en el tridente delante de la costa
amarilla de Siria,
lastimosas las barbas, resguardándote los ojos con una mano a guisa
de visera; los hombros con manchas tristes, color tierra de Siena.
También entonces darían la vuelta al mundo, como escoria
del Krakatoa,
los refranes del tinelero, la furriera, el veedor de vianda
(escuyer de cocina), la cunera, el bujier, el casiller, el sumiller
(de corps y cortina), el frutier, el grefier, el sausier,
El guardamangier, el confalonier, la guardamujer.
(Mientras tanto, en el museo te guardamos un puro en un tubo
de vidrio.)
José Kozer
Utopos
(Fragmento)
Voy a completar con estos datos la
reconstrucción: con
la ayuda de un par
de amigos hoy
terminamos con el
desván. Me deshice
de un 80% de mis
libros, repintamos
las paredes. A los
cinco, una hora
sentados en el
suelo de mármol,
nos entretuvo
el paso de las
hormigas, el
escarabajo
desorientado nos
hizo reír, estallar
a carcajadas al
comentar que el
escarabajo éramos
nosotros. Lo mejor
del caso, luego,
ninguno era capaz
de recordar punto
por punto lo que
había almorzado,
y cenado el día de
ayer. Dos de nosotros,
sin embargo (el misterio
participa siempre de
los hechos) enumeró
la lista completa de
los platos consumidos
antes de ayer, y más
tarde, al dedillo, lo
consumido el jueves
de la semana pasada.
La casa está terminada.
Paso a reconstruir, a
expensas de parecer
un acuarelista, pintor
rústico o poeta arcádico,
el lugar escogido para
la construcción, entre
utópica y corriente,
del conjunto de cuatro
casas que los amigos
reconstruimos para
edificación del mundo:
echar aquí los bofes
antes de espicharla
emigrando de lleno al
otro barrio, o sea, ser
barridos, un soplo
desde abajo y nos
desplomamos. Estar
al menos estos años
con las ocupaciones,
concomitantes
preocupaciones, al
mínimo. Li Ho. Murat
Platonov. Gonsalves,
Mario de. Teofrasto
(Cheo) Macabana, y
sus respectivas
consortes. En el caso
de Murat, respectivo.
Cuatro casas para
cuatro felicidades, me
oyen. Y es así: extensa
cadena de montañas,
(…)
Jorge Santiago Perednik
Sade
Sobre el cuerpo, en lo pasivo, está el saber
un látigo griego de cuero con restos de sangre
que impone la irrefutabilidad como estratagema
Ahora cabría verificar, por los métodos científicos
según la persona se retuerza o no sobre la cama
la idea de que en una sustancia metafísica
no puede fundarse ningún conocimiento. El
temor a la refutación, atribuir a
los hematomas en la espalda o los ojos desorbitados
el no poder observar —dolor, terror o furor—
de igual modo que el creyente la actividad
divina, ni ordenar un sistema de pasiones o argüir
que condición y conclusión están relacionadas
porque un cuerpo, atado con alambres de púa, se retraiga
y pretenda huir. La aplicación de un estímulo exterior, electricidad,
filo, calor, o un dicho de efectos diferidos —la amenaza de trazar,
con la brasa de un cigarro, letras en la tetilla—
desplazan este silogismo cluso
a su encadenamiento: la convicción de que lo pasivo
es lo cerrado, y alguien y algo lo deben abrir.
El escape o emergente para una inteligencia poco viva
es la imaginación, las dos voces fingidas de un día
logo que el mundo evita y luego representa
En esa esclavitud está su libertad,
el estigma de su arte en esa compañía.