No. 100 / Junio 2017
Miguel Casado
La ciudad ideal de Leonardo tenía
dos alturas; por las calles superiores
pasear y conversar eran formas
de la contemplación; en las inferiores
retretes y establos, y los lugares del trabajo
físico también; era admirable el sistema
de evacuación de aguas residuales, y todo
parecía sostenido en la divina proporción. No sé ya
la circunstancia del sueño: estábamos
en una zona alta, aérea, en grupo, quizá
alguna ocasión de encuentro de poetas;
luego el espacio se parecía a un pasillo
y, al recorrerlo, se descubría su final, al modo
de aquella tierra plana, ptolemaica; no fue
el abismo de golpe, sino el olor insoportable,
el pasillo iba perforándose, como si se corroyera
o como en las imágenes de la ciudad
bombardeada; cada vez se hacía más difícil
encontrar un punto adonde no llegara
el olor a muerto.