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No. 101 / Julio-Agosto 2017


Zel Cabrera
(Iguala de la Independencia, Guerrero, 1988)


A mi perro le gusta la Macarena
 
A mi perro le gusta la Macarena
y mirar a otros perros en la televisión
intenta oler sus rabos, 
y así conocer la esencia milenaria 
que otros esconden en el aroma. 
 
Desde un rincón en el sillón, 
olfatea el universo de las cebollas 
y los apios que se fríen en la cocina.
Inquieto corre hacia nosotros, 
intentando obtener su parte de la cena. 
 
Mi perro odia la soledad, 
como todos los perros de casa 
y cada que regreso, 
me recibe con un júbilo impetuoso
que ha roto floreros y lámparas de piso. 
 
Desconozco qué pasa por su cabeza 
durante los ratos en los que no estamos,
con qué entretiene las horas
o si entre sus pensamientos 
pasan escenas angustiosas 
en las que se queda solo 
hasta morir de hambre y de sed. 
Desconozco si mientras estamos en el trabajo 
o en el cine, o en la plaza, 
fantasee con horizontes claros
pero lo he visto angustiado apenas la puerta cierra, 
lo he visto correr a la ventana a despedirme
con la mirada fija en el saludo que le aviento desde el corredor.
Con la mirada, nos despide cada vez que nos alejamos, 
nos dice qué tan duro es el mundo de las despedidas continuas, 
de los hasta luego de todos los días, 
el duro ritual de los vaivenes 
en el que lo único que queda es el silencio.
 
Scott no entiende para qué funcionan los bancos, los aeropuertos, 
las escuelas, los museos, los hospitales o las tiendas de abarrotes
pero sabe que el miedo se esconde en la escoba,
sabe que la soledad se oye hueca.
 
A pesar de su miedo a estar solo, mi perro también sueña, 
lo he visto soñando y gruñendo con los ojos muy cerrados 
mientras la noche cae sobre el edificio, 
mientras allá afuera, los aviones atraviesan nuestro cielo
y hay quien fuma en las esquinas para entretener el tiempo.
 
Él entretiene el tiempo en un tapete, 
se estira esperando a que la puerta vuelva a abrirse, 
escucha alerta los pasos de los vecinos en el corredor,
levanta las orejas, voltea un poco la cara,
decodifica el sonido, 
no, no son ellos, y vuelve a estirarse. 
Pero lo vida se ilumina cuando sí, 
el mundo tiene sentido otra vez, 
estamos juntos, puede dormir la siesta,
puede soñar con la Macarena.