No. 102 / Septiembre 2017
Leer un poema...
La condición humana en las imágenes de Charles Simic
Carmen Villoro
“Hitchhikers” es un poema de Charles Simic surgido de la contemplación de una fotografía de Walker Evans de los años treinta. En la fotografía, que aparece como portada del libro Si le ha fallado la suerte, de Simic, editado por Cal y Arena, se ve a una pareja parada al borde de una carretera polvorienta: dos jóvenes de clase obrera, él y ella, con un equipaje sencillo que descansa en el suelo, piden aventón. Transcribo el poema, traducido por Rafael Vargas:
Hitchhikers
Por una fotografía de Walker Evans de los años treinta.
Los malos tiempos los han hecho aparecer temprano
en este deprimente trecho de la carretera,
con una maleta y una colchoneta
y una sartén atada a ella, del tipo que uno emplea
cuando acampa y enciende una fogata
y utiliza un tronco mugroso como almohada.
Él está esperanzado y ella avergonzada
de pedirle a un extraño que los lleve
lejos de aquí, en una nube de polvo y grava,
más allá de los árboles desnudos
con sus ramas torcidas y afiladas.
Un hombre y una mujer pidiendo que alguien los lleve
donde el agua sabe como jerez.
Ella trabajará como mesera o sirvienta
y él atenderá una gasolinera o robará bancos.
Se comprarán un auto grande como carroza fúnebre
para huir a toda velocidad, sin olvidarse
de recogerlo a usted, amigo mío,
si es que también le ha ido mal o le ha fallado la suerte.
El poeta ha sido tocado en su interior por esa escena de la que construye una historia. En la primera estrofa del poema, el escritor plantea el drama humano que habita el paisaje. Cierto o no, se da el permiso de afirmar su construcción como si fuera un hecho, como si supiera de quiénes se trata y conociera su intimidad. El primer verso habla de “los malos tiempos” que condicionan la vida de los personajes, y en el segundo describe el trecho de la carretera como “deprimente”. Los enseres que nombra: una maleta, una colchoneta, una sartén atada a ella (“del tipo que uno emplea / cuando acampa y enciende una fogata”) nos remiten a un estado de pobreza y esfuerzo donde las pertenencias más valiosas son esos cuantos cachivaches que hacen posible la existencia.
Simic se ha conmovido por la escena y siente compasión por estos jóvenes y las emociones que, inventa, los colman: “Él está esperanzado y ella avergonzada”. Un extraño los llevará en su coche “lejos de aquí, en una nube de polvo y grava” a un lugar mejor “donde el agua sabe como jerez.” El contraste de estas dos imágenes (una nube de polvo, y agua como jerez) revela el anhelo del migrante: dejar atrás la confusión, la suciedad, para acceder a la limpieza, al bienestar. No sé por qué ese verso aparece en cursivas, si es una cita de otro poeta o el título de la fotografía en cuestión, pero refleja la ilusión de aquellos que mudan de pueblo, de ciudad, de país en busca de mejores condiciones de vida.
Charles Simic conoce ese sentimiento. Nacido en Belgrado en 1938, fue víctima y testigo de la invasión nazi a su país del que pudo salir para asilarse en Francia con su madre y su hermano. “Hasta los sonrientes maniquíes de la elegante Avenida Victor Hugo nos miraban como si estuviésemos planeando robar algo” cuenta en su libro A fly in the soup. Estados Unidos de América, adonde había logrado huir el padre, se constituyó en su imaginario como ese lugar paradisiaco donde hasta el agua debía ser reconfortante y dulce. Y lo fue. En la pequeña nota biográfica que hace el poeta y traductor Rafael Vargas en el citado libro, dice: “Para Simic (que en Estados Unidos se convirtió en Charles, porque su padre pensaba que ésa era la traducción adecuada de su nombre serbio, Dragoljub, que quizá podría traducirse al castellano como ‘Querido’ o ‘Amado’), al igual que para su hermano Milan, Norteamérica era como una gran juguetería. Les encantaron la televisión, el beisbol, el color de los taxis, las hamburguesas, las películas, las mujeres en traje de baño que adornaban los anuncios de la revista Life, los comics que su madre les compraba para que aprendieran el idioma. Hasta la basura les parecía brillante y novedosa. Era un país para niños.” Pero en la sensibilidad del niño Simic se había gestado ya la comprensión del dolor que acompaña al ser humano. Su padre es descrito por él como un hombre vital que disfrutaba del jazz, del cine, de la literatura, y que también había encontrado en Estados Unidos de América una fuente inagotable de estímulos, pero eso no lo eximía de una tristeza más profunda. El sufrimiento de su madre sola en el exilio, con carencias elementales, quedó impreso en el alma de Dragoljub convertido en Charles. La elección de esa fotografía de Walker Evans, fotógrafo nacido a principios del siglo XX y quien retrata la vida cotidiana de la sociedad americana, refleja la preocupación de Simic por el dolor del otro. El joven esperanzado y la mujer avergonzada que esperan el destino a un lado de la carretera bien podrían haber sido sus padres. Son El Otro lleno de anhelos, aquél a quien las casualidades de la vida, la mala suerte, han colocado en situación marginal.
El futuro de la pareja de la fotografía es imaginado por el poeta en la tercera estrofa: “Ella trabajará como mesera o sirvienta / y él atenderá una gasolinera o robará bancos. / Se comprarán un auto como carroza fúnebre / para huir a toda velocidad”. El desenlace del argumento es triste, como lo es la vida de muchos de los personajes y las atmósferas que Simic aborda en su poesía. Esa gran juguetería que es Estados Unidos tiene un lado oscuro, violento, injusto y doloroso. Las personas sin hogar, los viejos, los lisiados, los migrantes, son retratados por este poeta que asumió su nueva patria con mirada extranjera. En su poesía, los objetos cobran la importancia de condensaciones simbólicas de experiencia emocional. Sus descripciones de escenas ordinarias revelan otra realidad más cruda también presente: la consecuencia, directa o indirecta, de las guerras en los individuos.
La poesía habla de la vivencia subjetiva. Su discurso no incluye la arenga social, sino una muestra del dolor íntimo, casi secreto o, por lo menos, resguardado. El autor del poema “Hitchhikers” invita a su lector a ponerse en los zapatos de ese otro que puede ser cualquiera de nosotros. Por eso termina su poema incluyendo al lector en el desenlace de los hechos: “sin olvidarse / de recogerlo a usted, amigo mío, / si es que también le ha ido mal o le ha fallado la suerte.” En la entrevista que le hace Jeffrey Brown, incluida al final de la edición, ante la pregunta: “Y cuando usted les diga para qué es buena la poesía, ¿qué va a decirles?”, Simic responde con las palabras de una muchacha, una alumna que lo sorprendió y cuya respuesta lo conmovió: “Para recordarle a la gente su condición humana”.
Hitchhikers
Por una fotografía de Walker Evans de los años treinta.
Los malos tiempos los han hecho aparecer temprano
en este deprimente trecho de la carretera,
con una maleta y una colchoneta
y una sartén atada a ella, del tipo que uno emplea
cuando acampa y enciende una fogata
y utiliza un tronco mugroso como almohada.
Él está esperanzado y ella avergonzada
de pedirle a un extraño que los lleve
lejos de aquí, en una nube de polvo y grava,
más allá de los árboles desnudos
con sus ramas torcidas y afiladas.
Un hombre y una mujer pidiendo que alguien los lleve
donde el agua sabe como jerez.
Ella trabajará como mesera o sirvienta
y él atenderá una gasolinera o robará bancos.
Se comprarán un auto grande como carroza fúnebre
para huir a toda velocidad, sin olvidarse
de recogerlo a usted, amigo mío,
si es que también le ha ido mal o le ha fallado la suerte.
El poeta ha sido tocado en su interior por esa escena de la que construye una historia. En la primera estrofa del poema, el escritor plantea el drama humano que habita el paisaje. Cierto o no, se da el permiso de afirmar su construcción como si fuera un hecho, como si supiera de quiénes se trata y conociera su intimidad. El primer verso habla de “los malos tiempos” que condicionan la vida de los personajes, y en el segundo describe el trecho de la carretera como “deprimente”. Los enseres que nombra: una maleta, una colchoneta, una sartén atada a ella (“del tipo que uno emplea / cuando acampa y enciende una fogata”) nos remiten a un estado de pobreza y esfuerzo donde las pertenencias más valiosas son esos cuantos cachivaches que hacen posible la existencia.
Simic se ha conmovido por la escena y siente compasión por estos jóvenes y las emociones que, inventa, los colman: “Él está esperanzado y ella avergonzada”. Un extraño los llevará en su coche “lejos de aquí, en una nube de polvo y grava” a un lugar mejor “donde el agua sabe como jerez.” El contraste de estas dos imágenes (una nube de polvo, y agua como jerez) revela el anhelo del migrante: dejar atrás la confusión, la suciedad, para acceder a la limpieza, al bienestar. No sé por qué ese verso aparece en cursivas, si es una cita de otro poeta o el título de la fotografía en cuestión, pero refleja la ilusión de aquellos que mudan de pueblo, de ciudad, de país en busca de mejores condiciones de vida.
Charles Simic conoce ese sentimiento. Nacido en Belgrado en 1938, fue víctima y testigo de la invasión nazi a su país del que pudo salir para asilarse en Francia con su madre y su hermano. “Hasta los sonrientes maniquíes de la elegante Avenida Victor Hugo nos miraban como si estuviésemos planeando robar algo” cuenta en su libro A fly in the soup. Estados Unidos de América, adonde había logrado huir el padre, se constituyó en su imaginario como ese lugar paradisiaco donde hasta el agua debía ser reconfortante y dulce. Y lo fue. En la pequeña nota biográfica que hace el poeta y traductor Rafael Vargas en el citado libro, dice: “Para Simic (que en Estados Unidos se convirtió en Charles, porque su padre pensaba que ésa era la traducción adecuada de su nombre serbio, Dragoljub, que quizá podría traducirse al castellano como ‘Querido’ o ‘Amado’), al igual que para su hermano Milan, Norteamérica era como una gran juguetería. Les encantaron la televisión, el beisbol, el color de los taxis, las hamburguesas, las películas, las mujeres en traje de baño que adornaban los anuncios de la revista Life, los comics que su madre les compraba para que aprendieran el idioma. Hasta la basura les parecía brillante y novedosa. Era un país para niños.” Pero en la sensibilidad del niño Simic se había gestado ya la comprensión del dolor que acompaña al ser humano. Su padre es descrito por él como un hombre vital que disfrutaba del jazz, del cine, de la literatura, y que también había encontrado en Estados Unidos de América una fuente inagotable de estímulos, pero eso no lo eximía de una tristeza más profunda. El sufrimiento de su madre sola en el exilio, con carencias elementales, quedó impreso en el alma de Dragoljub convertido en Charles. La elección de esa fotografía de Walker Evans, fotógrafo nacido a principios del siglo XX y quien retrata la vida cotidiana de la sociedad americana, refleja la preocupación de Simic por el dolor del otro. El joven esperanzado y la mujer avergonzada que esperan el destino a un lado de la carretera bien podrían haber sido sus padres. Son El Otro lleno de anhelos, aquél a quien las casualidades de la vida, la mala suerte, han colocado en situación marginal.
El futuro de la pareja de la fotografía es imaginado por el poeta en la tercera estrofa: “Ella trabajará como mesera o sirvienta / y él atenderá una gasolinera o robará bancos. / Se comprarán un auto como carroza fúnebre / para huir a toda velocidad”. El desenlace del argumento es triste, como lo es la vida de muchos de los personajes y las atmósferas que Simic aborda en su poesía. Esa gran juguetería que es Estados Unidos tiene un lado oscuro, violento, injusto y doloroso. Las personas sin hogar, los viejos, los lisiados, los migrantes, son retratados por este poeta que asumió su nueva patria con mirada extranjera. En su poesía, los objetos cobran la importancia de condensaciones simbólicas de experiencia emocional. Sus descripciones de escenas ordinarias revelan otra realidad más cruda también presente: la consecuencia, directa o indirecta, de las guerras en los individuos.
La poesía habla de la vivencia subjetiva. Su discurso no incluye la arenga social, sino una muestra del dolor íntimo, casi secreto o, por lo menos, resguardado. El autor del poema “Hitchhikers” invita a su lector a ponerse en los zapatos de ese otro que puede ser cualquiera de nosotros. Por eso termina su poema incluyendo al lector en el desenlace de los hechos: “sin olvidarse / de recogerlo a usted, amigo mío, / si es que también le ha ido mal o le ha fallado la suerte.” En la entrevista que le hace Jeffrey Brown, incluida al final de la edición, ante la pregunta: “Y cuando usted les diga para qué es buena la poesía, ¿qué va a decirles?”, Simic responde con las palabras de una muchacha, una alumna que lo sorprendió y cuya respuesta lo conmovió: “Para recordarle a la gente su condición humana”.