No. 104 / Noviembre 2017
Entrevista
Conversación con Chinoy:
Lo infinitamente invisible
Luisa Manero Serna
Chinoy, conocido en Chile como trovador y cantautor, conjunta en su carrera la música, la pintura y la poesía. En el marco de la Feria Internacional del Libro Zócalo 2017 presentó su libro de poemas Velocidad crucero, felicidad lucero, y el día de la presentación tuve la oportunidad de entrevistarlo. Me senté a esperarlo en la recepción del hotel y me pregunté si hablaría como canta. Lo vi salir del elevador con los ojos como ranuras que filtran la luz por entre las pestañas. Pensé “este tipo me va a caer bien”.
¿Cuándo y cómo te decidiste a agarrar una guitarra y cantar?
Tiene que haber sido muy chico. Había una guitarra en la casa que me quedaba gigante, y siempre tenía la intención… bueno, como la sensación de que iba a cantar. Y comenzaron a aparecer las bandas, primos mayores me enseñaron distintas músicas, entonces de muy chico decidí dedicarme a tocar.
¿Qué tipo de música te enseñaban?
Música punk, punk rock.
¡Ah, qué bien! ¿Como qué bandas?
Sex Pistols, Los Ramones, La Polla Records… Así que empecé con eso, y, bueno, estaba muy chico… Y creo que era antes de que agarrara la guitarra, que mi tío estaba en el coro de la iglesia, y en el colegio estaban haciendo unos talleres de guitarra, y yo entré a uno de esos. Entonces aprendí algunos villancicos, e inmediatamente quedé como una de las voces del curso, y empecé a cantar en el colegio. Entonces de chico empecé a entrar al mundo de la actuación sobre el escenario, la interpretación. Y ahí me quedé. Todavía estoy ahí.
¿Cómo consideras que han ido cambiando tus composiciones, desde las primeras hasta las actuales? ¿Cómo te sientes respecto a lo primero que escribiste?
Las primeras canciones que hice fueron a los catorce o quince años, y eran composiciones que tenían que ver con la observación de mi alrededor, y eran un poco maquilladas por el mensaje punk, de odio a la tradición, y no obedezcas nada, y… bueno, entre más lejos de casa era mejor. Esas fueron las primeras. Después empecé a escribir a los veinticuatro, pegué un salto en el tiempo. Y esas composiciones tienen más que ver con mi fuero interno, mi relación con la vida, con la naturaleza, con el conocimiento; eran abstractas, tenían que ver con el imaginario de lo sensorial y lo simbólico. En ese tiempo empecé a escribir canciones que tenían que ver con mi relación con el espíritu, una cosa así. Eran como hechas en caminatas a partir del soliloquio. Era un cuadro bastante íntimo. Y ahora, cuando llegué a Valparaíso, mis composiciones señalaban mi llegada al puerto, cómo veía la ciudad, mis primeros amores, que entre ellos era la ciudad misma, las motivaciones que había para querer realizar música… Quería transparentar la poética de la canción. Eran un poco oscuras antes, herméticas, y ahora trataba de darles más transparencia. Con mi siguiente disco ya me había unido al modo de expresarse del puerto. De la gente que me interesó, y empecé a cantar un poco lo que los otros querían que yo cantara. Y ahora estoy en una época en donde he seguido la línea de la lectura del mundo, y trato de llegar a una fusión con lo femenino. Una internalización desarrollada también hacia los demás. La verdad (risas) no sé cómo lo hago, me salen palabras de la nada. Pero ahora no sé en qué estoy. A lo mejor si el próximo año me haces la entrevista, te podría decir en qué estaba (risa). Pero ahora no sé en qué estoy. He estado pintando más, suelo hacer eso como forma de meditación, para no tener temas contingentes dándome vueltas, sino estar tratando de profundizar desde el silencio, evaluándolo desde lo más profundo.
¿Te acuerdas de la primera vez que te presentaste en un escenario?
Eso fue cuando tenía la banda punk, como a los quince, fue en San Antonio, en el puerto, creo que fue una discoteca, para un beneficio de un incendio que había habido. Nos invitaron, nos inscribimos, y tocamos ahí. Fue una locura, lo que más me impresionó fue que la gente saltara a bailar, que estuvieran haciendo lo que yo había venido haciendo antes. Vi que estaba funcionando, estaba contento de eso. Después fueron tocatas pequeñas, se armó una especie de movimiento. Había muchas bandas punk, había como ocho, pero nosotros fuimos una de las más importantes. Como la segunda más importante, la primera se llamaba Disciplina Rebelde, que eran un poco mayores que nosotros. Teníamos tocatas en sindicatos, en la escuela, en casas de amigos… No dejamos que se nos fueran las ganas de tocar, y tratamos de agarrar público, de mantener el movimiento.
¿Alguna vez te ha interesado volver a tocar punk?
Sí he tocado. Tengo una banda que se llama Los Preferidos del Ruido. Hace poco, el año pasado, estábamos vivos, tocando. Así que sí he vuelto muchas veces. Todo el rato, cuando estoy sobre el escenario no siento que sea distinto a estar tocando punk. Y a veces, bueno, me pongo medio meloso, caigo en la pausa, veo el aire, y tengo una sensación de catedral. De coro en las nubes. Pero no siempre es así. La mayoría de las veces. Es una intercalación. Estoy un rato, digamos, en el animal, luego me separo de él… floto, o me hundo en las rocas… algo así.
¿Qué artistas han dejado una huella en tu música?
Empezando por los Sex Pistols, y también muchos escritores. Vicente Huidobro, Van Gogh en la pintura… Oscar Wilde, Dostoyevski… Sí…
Ah, por cierto, (risa) ¿qué opinas de que te digan el Bob Dylan chileno?
No puedo decir nada, sé que Bob Dylan estaba de moda justo en el momento en que aparecí, entonces de ahí se agarraron. Tratando de comparar siempre…
Ya sé… Es que pienso que tu música no se parece nada a la de Bob Dylan…
¡Nada, nada! Nada que ver. No pueden ver algo original sin tacharlo de algo.
Y siempre un europeo o norteamericano…
Claro...
Pero bueno. También eres pintor. ¿Nos podrías platicar sobre tu incursión en la pintura?
Sí. Desde siempre estuve metido en la pintura, y hacía cuadros motivados por el regalo, regalos a mi mamá, a mi abuela, a mi tía… Y luego hubo una época en que empecé a dibujar mucho para hacer las portadas de la banda. Dibujaba más que estudiar en el colegio. Anotaba, y luego daba vuelta a la página para seguir dibujando. Se juntaban de pronto la materia y los dibujos en el cuaderno. Pero cuando llegué a Valparaíso, entré a un taller, estuve mucho tiempo pintando en el campo en Chile, en una comunidad chiquita, una zona rural con tres casas y una escuela… Fui a este taller y me encontré a un pintor. Se volvió un amigo, de hecho cuando venía para allá me reencontré con él, hacía mucho que no lo veía, como cinco años. Él fue mi maestro. Porque en la escuela pintábamos y los profesores nos borraban todo. Decidí no ser borrado. Estuve diario pintando, dibujando, aprendiendo de él la técnica… Pintábamos sin parar. La pintura para mí es una manera de ver otro tipo de cosas que están alrededor del fenómeno del color, o de la situación del tiempo. No puedes resolver una situación del cuadro, entonces tienes que devorar algo que está infinitamente invisible. Estás buscándolo, buscándolo, abriendo cajones de aspiración, o de imágenes. Porque finalmente estás pintando una imagen total, pero te está buscando esa imagen en pequeños trozos que se van desencadenando. Entonces puedes ver fenómenos, como que estás mirando para el otro lado, y de pronto tu mano se movió sola y era justo el trazo perfecto. He trabajado sobre el presente sin mucho pensamiento. El pensamiento queda ausente. Entonces lo que se va viendo es otro tipo de pensamiento que está en otro tipo de atención. Como ver que cae una gota, y antes no sabías cómo resolver el cuadro, y de pronto te das cuenta de que quedó perfecto. Y de ahí te vas a otro lado… Es finalmente una búsqueda de libertad.
¿Es figurativo lo que haces?
Es más expresivo. Agarro el cuadro y hecho de todo. Le tiro agua, tiro la pintura, luego borro todo eso, voy rayando, y va apareciendo algo que es una lectura. Por eso me gusta. Porque me da la libertad de una lectura inconsciente, más incondicional. Es un regalo, al final. Me da la sensación de que no lo hice yo, de que tú estuviste ahí poniéndole el color, pero ya que corresponde a otro tipo de atención, todo llegó de allá, del inconsciente. Aparece una cara, con ese reloj, con ese brillo que parece un tren… Es una situación psicológica o de estado de ánimo, pero más que nada es la expresión. Te darás cuenta de que no me gusta tanto hablar de mi biografía, pero sí de mi obra.
Pero está bien, el punto es que hables de lo que quieras.
¿Sí está bien?
Claro. Y acerca de tu poesía, ¿podrías caracterizar cuál es tu búsqueda estética o personal en tu labor poética?
Estoy aprendiendo a escribir. Mi primer libro se llama Inspiron, es una poesía automática. Lo hice en un mes. Hice muchos poemas, y les agregué encabezados, relatos, como cuentos que narran dónde está el personaje… Por eso se llama Inspiron, Inspiron es mi personaje. Y desde él salen los poemas. Hay uno que dice que está subiendo al camión, se bañó en calzoncillos, en boxers, es decir, se bañó improvisadamente, y de pronto ve una chica al fondo, la ve leyendo, y se acerca así nada más. Y le escribe el poema. Entonces aparece el proceso de descomposición, digamos, de la relación. La chica era una poeta y terminó yéndose a otro lado y no la vio más. Es una especie de cuento con el poema central. Es una mutación que tiene que ver con la lectura, con el acto de leer, y le sacas una ceja a un poema, una oreja al otro, y vas formando un género entre la carne y los corazones, y todo lo que va de la mano de un poema. Entran también las palabras que vienen de otra gente, pues a uno lo enseñaron otros a hablar, y así se convierte en la composición de un monstruo. Pueden ser estas palabras contradictorias que vienen de distintos lados pero que pegan muy bien en una frase, que se vuelven juntas casi perfectas. Pensé hacer el libro como un relato automático, y desde ahí tenía que darle sentido.
Hoy presentas tu libro Velocidad crucero, felicidad lucero…
Sí. El de hoy lo hice aquí en México. Son crónicas poéticas de un viaje de Saltillo al DF, doce poemas los hice automáticamente arriba de la camioneta, luego hay otros que los hice acá en el DF, acerca de caminatas, amigos que hice… y luego de vuelta al viaje, fui al norte, después al sur…
¿A qué partes fuiste?
Fui a Querétaro, Pachuca, Nuevo León, Nuevo Laredo, Torreón, Saltillo, Monterrey, Morelia, Tulum, acá en el DF, Celaya, Córdoba, Jalapa… Recorrí harto y de ahí salió ese libro. Que fue cuando me subí a la camioneta, que empezaba a escribir. En los lugares no escribía, ni en el hotel… Tal vez algunas cosas en un bar, cuando estábamos próximos a subirnos al bus, o sentando en un café escribí algo… Son sobre el viaje en sí.
Escribir letras de canciones es distinto de escribir poesía. ¿Cómo diferenciarías tus letras de tus poemas, y cómo has experimentado esa diferencia?
Todas las canciones son distintas, vienen de distintos lados. Todas tratan de resolver el asunto del amor, la tragedia… Algunas tratan de adelantarse en el tiempo, las leo y pienso que hablan de la proximidad de la muerte. Otras son la sensación que tienes de ti mismo, la interpretación del alma, del espíritu. A veces las canciones parecen de amor pero en realidad estoy hablándome a mí mismo. Esas son los significados de las letras que hago. Yo me pongo en la situación de que yo soy el elemento abstracto, y las canciones son el elemento sólido que tienen que ver con la práctica de la vida, pero yo en realidad soy el caos y constituyo esta cosa como palabras sueltas que andan girando, y la presencia de ese momento. Le he hecho canciones a la sensación del espíritu, y de cómo se va, cómo vuelve, cómo se forma y se logra, de vez en cuando, decir o no decir. Resolverse. No se resuelve nunca, nunca es definitivo. Es infinito, solamente se puede dar unos pasos, uno se vuelve y ya no está. Pero ahí está la sensación de la compañía, que uno no puede vislumbrar del todo, está a punto… es como la búsqueda en sí misma. Y también es el encuentro que existe, esta sensación de que hay algo y que tiene palabras. Si las canciones tienen una razón… cuando escribí una, tuve la sensación de que la canción era como una estrella, que se separaba de mí, y subía y subía, y yo estaba rodeado de gente que estaba en otra cosa, pero esa sensación con la intimidad ya me había enganchado.
Ya. ¿Y cuáles son tus próximos proyectos en música, poesía y pintura?
Seguir adelante (risas), escribiendo, pintando… Tengo ahora un taller nuevo. Así que voy a llegar a pintar, tengo una exposición en Valparaíso el 1° de diciembre. Estaré de vuelta con exposiciones, también voy a enseñar el libro cuando llegue a Chile, porque no había lanzado nunca un libro, es la primera vez. También voy a sacar un disco el próximo año, en marzo debería estar listo. Y seguiré tocando, como siempre.
¿Cuándo y cómo te decidiste a agarrar una guitarra y cantar?
Tiene que haber sido muy chico. Había una guitarra en la casa que me quedaba gigante, y siempre tenía la intención… bueno, como la sensación de que iba a cantar. Y comenzaron a aparecer las bandas, primos mayores me enseñaron distintas músicas, entonces de muy chico decidí dedicarme a tocar.
¿Qué tipo de música te enseñaban?
Música punk, punk rock.
¡Ah, qué bien! ¿Como qué bandas?
Sex Pistols, Los Ramones, La Polla Records… Así que empecé con eso, y, bueno, estaba muy chico… Y creo que era antes de que agarrara la guitarra, que mi tío estaba en el coro de la iglesia, y en el colegio estaban haciendo unos talleres de guitarra, y yo entré a uno de esos. Entonces aprendí algunos villancicos, e inmediatamente quedé como una de las voces del curso, y empecé a cantar en el colegio. Entonces de chico empecé a entrar al mundo de la actuación sobre el escenario, la interpretación. Y ahí me quedé. Todavía estoy ahí.
¿Cómo consideras que han ido cambiando tus composiciones, desde las primeras hasta las actuales? ¿Cómo te sientes respecto a lo primero que escribiste?
Las primeras canciones que hice fueron a los catorce o quince años, y eran composiciones que tenían que ver con la observación de mi alrededor, y eran un poco maquilladas por el mensaje punk, de odio a la tradición, y no obedezcas nada, y… bueno, entre más lejos de casa era mejor. Esas fueron las primeras. Después empecé a escribir a los veinticuatro, pegué un salto en el tiempo. Y esas composiciones tienen más que ver con mi fuero interno, mi relación con la vida, con la naturaleza, con el conocimiento; eran abstractas, tenían que ver con el imaginario de lo sensorial y lo simbólico. En ese tiempo empecé a escribir canciones que tenían que ver con mi relación con el espíritu, una cosa así. Eran como hechas en caminatas a partir del soliloquio. Era un cuadro bastante íntimo. Y ahora, cuando llegué a Valparaíso, mis composiciones señalaban mi llegada al puerto, cómo veía la ciudad, mis primeros amores, que entre ellos era la ciudad misma, las motivaciones que había para querer realizar música… Quería transparentar la poética de la canción. Eran un poco oscuras antes, herméticas, y ahora trataba de darles más transparencia. Con mi siguiente disco ya me había unido al modo de expresarse del puerto. De la gente que me interesó, y empecé a cantar un poco lo que los otros querían que yo cantara. Y ahora estoy en una época en donde he seguido la línea de la lectura del mundo, y trato de llegar a una fusión con lo femenino. Una internalización desarrollada también hacia los demás. La verdad (risas) no sé cómo lo hago, me salen palabras de la nada. Pero ahora no sé en qué estoy. A lo mejor si el próximo año me haces la entrevista, te podría decir en qué estaba (risa). Pero ahora no sé en qué estoy. He estado pintando más, suelo hacer eso como forma de meditación, para no tener temas contingentes dándome vueltas, sino estar tratando de profundizar desde el silencio, evaluándolo desde lo más profundo.
¿Te acuerdas de la primera vez que te presentaste en un escenario?
Eso fue cuando tenía la banda punk, como a los quince, fue en San Antonio, en el puerto, creo que fue una discoteca, para un beneficio de un incendio que había habido. Nos invitaron, nos inscribimos, y tocamos ahí. Fue una locura, lo que más me impresionó fue que la gente saltara a bailar, que estuvieran haciendo lo que yo había venido haciendo antes. Vi que estaba funcionando, estaba contento de eso. Después fueron tocatas pequeñas, se armó una especie de movimiento. Había muchas bandas punk, había como ocho, pero nosotros fuimos una de las más importantes. Como la segunda más importante, la primera se llamaba Disciplina Rebelde, que eran un poco mayores que nosotros. Teníamos tocatas en sindicatos, en la escuela, en casas de amigos… No dejamos que se nos fueran las ganas de tocar, y tratamos de agarrar público, de mantener el movimiento.
¿Alguna vez te ha interesado volver a tocar punk?
Sí he tocado. Tengo una banda que se llama Los Preferidos del Ruido. Hace poco, el año pasado, estábamos vivos, tocando. Así que sí he vuelto muchas veces. Todo el rato, cuando estoy sobre el escenario no siento que sea distinto a estar tocando punk. Y a veces, bueno, me pongo medio meloso, caigo en la pausa, veo el aire, y tengo una sensación de catedral. De coro en las nubes. Pero no siempre es así. La mayoría de las veces. Es una intercalación. Estoy un rato, digamos, en el animal, luego me separo de él… floto, o me hundo en las rocas… algo así.
¿Qué artistas han dejado una huella en tu música?
Empezando por los Sex Pistols, y también muchos escritores. Vicente Huidobro, Van Gogh en la pintura… Oscar Wilde, Dostoyevski… Sí…
Ah, por cierto, (risa) ¿qué opinas de que te digan el Bob Dylan chileno?
No puedo decir nada, sé que Bob Dylan estaba de moda justo en el momento en que aparecí, entonces de ahí se agarraron. Tratando de comparar siempre…
Ya sé… Es que pienso que tu música no se parece nada a la de Bob Dylan…
¡Nada, nada! Nada que ver. No pueden ver algo original sin tacharlo de algo.
Y siempre un europeo o norteamericano…
Claro...
Pero bueno. También eres pintor. ¿Nos podrías platicar sobre tu incursión en la pintura?
Sí. Desde siempre estuve metido en la pintura, y hacía cuadros motivados por el regalo, regalos a mi mamá, a mi abuela, a mi tía… Y luego hubo una época en que empecé a dibujar mucho para hacer las portadas de la banda. Dibujaba más que estudiar en el colegio. Anotaba, y luego daba vuelta a la página para seguir dibujando. Se juntaban de pronto la materia y los dibujos en el cuaderno. Pero cuando llegué a Valparaíso, entré a un taller, estuve mucho tiempo pintando en el campo en Chile, en una comunidad chiquita, una zona rural con tres casas y una escuela… Fui a este taller y me encontré a un pintor. Se volvió un amigo, de hecho cuando venía para allá me reencontré con él, hacía mucho que no lo veía, como cinco años. Él fue mi maestro. Porque en la escuela pintábamos y los profesores nos borraban todo. Decidí no ser borrado. Estuve diario pintando, dibujando, aprendiendo de él la técnica… Pintábamos sin parar. La pintura para mí es una manera de ver otro tipo de cosas que están alrededor del fenómeno del color, o de la situación del tiempo. No puedes resolver una situación del cuadro, entonces tienes que devorar algo que está infinitamente invisible. Estás buscándolo, buscándolo, abriendo cajones de aspiración, o de imágenes. Porque finalmente estás pintando una imagen total, pero te está buscando esa imagen en pequeños trozos que se van desencadenando. Entonces puedes ver fenómenos, como que estás mirando para el otro lado, y de pronto tu mano se movió sola y era justo el trazo perfecto. He trabajado sobre el presente sin mucho pensamiento. El pensamiento queda ausente. Entonces lo que se va viendo es otro tipo de pensamiento que está en otro tipo de atención. Como ver que cae una gota, y antes no sabías cómo resolver el cuadro, y de pronto te das cuenta de que quedó perfecto. Y de ahí te vas a otro lado… Es finalmente una búsqueda de libertad.
¿Es figurativo lo que haces?
Es más expresivo. Agarro el cuadro y hecho de todo. Le tiro agua, tiro la pintura, luego borro todo eso, voy rayando, y va apareciendo algo que es una lectura. Por eso me gusta. Porque me da la libertad de una lectura inconsciente, más incondicional. Es un regalo, al final. Me da la sensación de que no lo hice yo, de que tú estuviste ahí poniéndole el color, pero ya que corresponde a otro tipo de atención, todo llegó de allá, del inconsciente. Aparece una cara, con ese reloj, con ese brillo que parece un tren… Es una situación psicológica o de estado de ánimo, pero más que nada es la expresión. Te darás cuenta de que no me gusta tanto hablar de mi biografía, pero sí de mi obra.
Pero está bien, el punto es que hables de lo que quieras.
¿Sí está bien?
Claro. Y acerca de tu poesía, ¿podrías caracterizar cuál es tu búsqueda estética o personal en tu labor poética?
Estoy aprendiendo a escribir. Mi primer libro se llama Inspiron, es una poesía automática. Lo hice en un mes. Hice muchos poemas, y les agregué encabezados, relatos, como cuentos que narran dónde está el personaje… Por eso se llama Inspiron, Inspiron es mi personaje. Y desde él salen los poemas. Hay uno que dice que está subiendo al camión, se bañó en calzoncillos, en boxers, es decir, se bañó improvisadamente, y de pronto ve una chica al fondo, la ve leyendo, y se acerca así nada más. Y le escribe el poema. Entonces aparece el proceso de descomposición, digamos, de la relación. La chica era una poeta y terminó yéndose a otro lado y no la vio más. Es una especie de cuento con el poema central. Es una mutación que tiene que ver con la lectura, con el acto de leer, y le sacas una ceja a un poema, una oreja al otro, y vas formando un género entre la carne y los corazones, y todo lo que va de la mano de un poema. Entran también las palabras que vienen de otra gente, pues a uno lo enseñaron otros a hablar, y así se convierte en la composición de un monstruo. Pueden ser estas palabras contradictorias que vienen de distintos lados pero que pegan muy bien en una frase, que se vuelven juntas casi perfectas. Pensé hacer el libro como un relato automático, y desde ahí tenía que darle sentido.
Hoy presentas tu libro Velocidad crucero, felicidad lucero…
Sí. El de hoy lo hice aquí en México. Son crónicas poéticas de un viaje de Saltillo al DF, doce poemas los hice automáticamente arriba de la camioneta, luego hay otros que los hice acá en el DF, acerca de caminatas, amigos que hice… y luego de vuelta al viaje, fui al norte, después al sur…
¿A qué partes fuiste?
Fui a Querétaro, Pachuca, Nuevo León, Nuevo Laredo, Torreón, Saltillo, Monterrey, Morelia, Tulum, acá en el DF, Celaya, Córdoba, Jalapa… Recorrí harto y de ahí salió ese libro. Que fue cuando me subí a la camioneta, que empezaba a escribir. En los lugares no escribía, ni en el hotel… Tal vez algunas cosas en un bar, cuando estábamos próximos a subirnos al bus, o sentando en un café escribí algo… Son sobre el viaje en sí.
Escribir letras de canciones es distinto de escribir poesía. ¿Cómo diferenciarías tus letras de tus poemas, y cómo has experimentado esa diferencia?
Todas las canciones son distintas, vienen de distintos lados. Todas tratan de resolver el asunto del amor, la tragedia… Algunas tratan de adelantarse en el tiempo, las leo y pienso que hablan de la proximidad de la muerte. Otras son la sensación que tienes de ti mismo, la interpretación del alma, del espíritu. A veces las canciones parecen de amor pero en realidad estoy hablándome a mí mismo. Esas son los significados de las letras que hago. Yo me pongo en la situación de que yo soy el elemento abstracto, y las canciones son el elemento sólido que tienen que ver con la práctica de la vida, pero yo en realidad soy el caos y constituyo esta cosa como palabras sueltas que andan girando, y la presencia de ese momento. Le he hecho canciones a la sensación del espíritu, y de cómo se va, cómo vuelve, cómo se forma y se logra, de vez en cuando, decir o no decir. Resolverse. No se resuelve nunca, nunca es definitivo. Es infinito, solamente se puede dar unos pasos, uno se vuelve y ya no está. Pero ahí está la sensación de la compañía, que uno no puede vislumbrar del todo, está a punto… es como la búsqueda en sí misma. Y también es el encuentro que existe, esta sensación de que hay algo y que tiene palabras. Si las canciones tienen una razón… cuando escribí una, tuve la sensación de que la canción era como una estrella, que se separaba de mí, y subía y subía, y yo estaba rodeado de gente que estaba en otra cosa, pero esa sensación con la intimidad ya me había enganchado.
Ya. ¿Y cuáles son tus próximos proyectos en música, poesía y pintura?
Seguir adelante (risas), escribiendo, pintando… Tengo ahora un taller nuevo. Así que voy a llegar a pintar, tengo una exposición en Valparaíso el 1° de diciembre. Estaré de vuelta con exposiciones, también voy a enseñar el libro cuando llegue a Chile, porque no había lanzado nunca un libro, es la primera vez. También voy a sacar un disco el próximo año, en marzo debería estar listo. Y seguiré tocando, como siempre.
Chinoy / Dulce amor / Manyfesto Producciones