No. 105 / Diciembre 2017 - Enero 2018
Tienda de fieltro
El poema bomba
Miguel Casado
“Poema-bomba” se titula una pieza de Augusto de Campos, el más joven de los poetas concretos brasileños: una imagen inicial de letras verdes sobre fondo rojo, apretadas, sin orden, sugiriendo un pentágono, mayores en los bordes, diminutas en el interior; luego la figura explota, las letras se expanden por la pantalla, creciendo y dispersándose; destacan la b, la m, la p, también la o, todas las del título; a la vez, el sonido repite, sin jerarquía ni orden, sucio de ruido, las dos palabras. El poema se hace en su propia explosión. Augusto de Campos dice que surgió de una frase atribuida a Mallarmé: “el poema es la única bomba”.
Tal vez se refiere a la respuesta de Mallarmé cuando le pidieron opinión sobre el atentado del anarquista Vaillant en la Cámara de Diputados, a finales de 1893; Mallarmé escribió una sola frase y, según el periodista, reclamó la hoja dos veces para retocarla: “Yo no sé de otra bomba que un libro”. Cuatro meses después tuvo que responder a una pregunta parecida: tras otro atentado anarquista, hubo treinta detenidos en una redada que incluía a los presuntos responsables intelectuales; entre ellos estaba Félix Fénéon, miembro de la mallarmeana tertulia de los martes; el poeta insistió en lo mismo: “Hablan de detonadores. Ciertamente no había para Fénéon mejor detonador que sus artículos. Y no creo que nadie pueda utilizar arma más eficaz que la literatura”. Mallarmé declaró como testigo de descargo en el juicio; Fénéon, que llegó a ser uno de los críticos decisivos en el posterior despliegue de las vanguardias plásticas y poéticas, hizo brillar su ironía ante el tribunal y fue absuelto.
Una pregunta viene con estas anécdotas: ¿qué idea de bomba –positiva, pues la asocia con la literatura– tendría el poeta con fama de esteticista y hermético?, ¿qué significan esas relaciones, de cercanía y desmarque a la vez, con las otras bombas, las confeccionadas con explosivos? Es curioso que anécdota parecida se repita en Valle-Inclán. La noche antes de que Mateo Morral lanzara un ramo de flores de dinamita sobre la comitiva nupcial de Alfonso XIII (calle Mayor de Madrid, mayo de 1906), causando veintitrés muertos, el anarquista había asistido a la tertulia de Valle, como hacía últimamente. Morral se suicidó en un descampado tres días después, y Valle acudió con Ricardo Baroja, el pintor, a ver su cadáver, expuesto públicamente. De esta historia nacerán dos textos, al menos. Uno es el poema “Rosa de llamas”, incorporado a El pasajero en 1920, con característica prosodia modernista: “En mi senda estabas lóbrego lucero, / con tu torbellino de acciones y ciencias: / las rojas blasfemias por pan justiciero, / y las utopías de nuevas conciencias. // ¡Tú fuiste en mi vida una llamarada / por tu negro verbo de Mateo Morral! / ¡Por su dolor negro! ¡Por su alma enconada, / que estalló en las ruedas del Carro Real!” Aunque en la versión de 1930 se suprimen el nombre y las circunstancias, hay otras páginas de Valle –el segundo texto mencionado– que no dejan dudas: llamó Mateo al preso anarquista con el que Max Estrella coincide en el calabozo, y a quien el protagonista de Luces de bohemia quiere dar el nombre de Saulo como signo de conversión –“tú fuiste en mi vida una llamarada”–, para luego suscribir la violencia de su desafío al capitalismo.
De bombas como estas habla –en la línea de Mallarmé– Francis Ponge, de la bomba más eficaz para una acción revolucionaria, para eliminar las condiciones de la opresión social. “¿Cuál era mi actitud, mi lugar ante el lenguaje o la escritura de las palabras? No era ya un sable o una flecha, sino una bomba lo que quería preparar, algo más acabado, más secreto, pero mucho más eficaz una vez que se hubiera puesto en acción”. El poema como mecanismo de relojería, como pieza de lengua minuciosamente dispuesta para volar la lógica establecida, para “hablar contra las palabras”. Pues, al fin y al cabo, quizá el arma opresiva más temible sea también el modo en que el sistema controla las palabras.
Me llevaron a revisar esta red de relaciones entre poema y bomba unos versos de Emily Dickinson, a quien el tópico alejaría de este ámbito. Como siguiendo –un siglo antes– el mismo recorrido de Ponge, ensayaba primero armas blancas: “Hay una palabra / que lleva espada / Puede atravesar a un hombre armado – / lanza sus sílabas punzantes / y enmudece de nuevo”, y más tarde añadía: “El alma tiene momentos de huida / cuando revienta todas las puertas – / y danza, como una bomba, afuera, / y se columpia sobre las horas”. Partía de una situación frecuente en sus poemas: las ataduras, el encierro –“el alma tiene momentos vendados / cuando el espanto no la deja moverse”–, y evocaba luego una explosión de vida que hace saltar esos límites; al final, cuando recaiga y “el horror” la aprese otra vez, anotará que tiene “grilletes en los pies de pluma, / y argollas en la canción”. Bomba, baile, canción, escritura, son libertad, formas de la vida. Cita este poema Adrienne Rich, en un ensayo de expresivo título: “El Vesubio en casa”; habla de cómo para Dickinson la violencia son los límites impuestos (el encierro no ya en la casa, por ella querido, sino el de los códigos sociales) y la ruptura interna, el desgarro a que se ve sometida sin pausa (“Sentí una hendidura en mi mente / como si mi cerebro se hubiera partido // Traté de unirlo –costura por costura / pero no pude hacerlas coincidir”).
De estos estratos de violencia no parece fácil hablar hoy, sería casi impensable la imagen de la bomba y sus ambiguas proximidades (de hecho, la mayoría de las versiones de Dickinson no traducen bomb por bomba, sino por torbellino o cohete). Son otros los tiempos: Fénéon, turinés de origen, fue absuelto; sus compatriotas italianos del movimiento autónomo, filósofos y escritores, pasaron en la cárcel los aún cercanos años 80. La violencia ahora es tabú, y todavía más las bombas; y, sin embargo, la mirada de Dickinson abarca sus múltiples niveles, las capas superpuestas, y muestra que algo de la vida más íntima se juega –junto a la vida social– en su percepción. Porque, además, el tabú está marcado por la doblez: en su país, considerado hoy como referencia mundial (y fuente principal de ese tabú), los habitantes viven tranquilamente armados hasta los dientes. Escribía Hilde Domin, otra inesperada experta en bombas, que “los cuerpos explosivos tienen en los fundamentos un efecto muy diferente del que tienen los cuerpos explosivos que se queman más arriba”.
–Stéphane Mallarmé, “Sur l’explosion á la Chambre des Députés”, en : Œuvres complètes, vol. II. Edición de Bertrand Marchal. París, La Pléiade, 2003.
–“Sur l’arrestation de Félix Fénéon”, ibídem.
–Jesús M. Monge, “Rosa de llamas: Valle-Inclán y Mateo Morral en la revista Los Aliados": http://www.elpasajero.com/MATEOMOR.htm
–Ramón del Valle-Inclán, Claves líricas. Barcelona, Círculo de Lectores, 1991.
–___, Luces de bohemia. Barcelona, Círculo de Lectores, 1991.
–Francis Ponge, Entretiens avec Philippe Sollers. Paris, Gallimard / Seuil, 1970.
–Adrienne Rich, Sobre mentiras, secretos y silencios. Traducción de Margarita Dalton. Barcelona, Icaria, 1983.
–Hilde Domin, ¿Para qué la lírica hoy? Traducción de Juan Faber. Barcelona / Caracas, Alfa, 1986.
Tal vez se refiere a la respuesta de Mallarmé cuando le pidieron opinión sobre el atentado del anarquista Vaillant en la Cámara de Diputados, a finales de 1893; Mallarmé escribió una sola frase y, según el periodista, reclamó la hoja dos veces para retocarla: “Yo no sé de otra bomba que un libro”. Cuatro meses después tuvo que responder a una pregunta parecida: tras otro atentado anarquista, hubo treinta detenidos en una redada que incluía a los presuntos responsables intelectuales; entre ellos estaba Félix Fénéon, miembro de la mallarmeana tertulia de los martes; el poeta insistió en lo mismo: “Hablan de detonadores. Ciertamente no había para Fénéon mejor detonador que sus artículos. Y no creo que nadie pueda utilizar arma más eficaz que la literatura”. Mallarmé declaró como testigo de descargo en el juicio; Fénéon, que llegó a ser uno de los críticos decisivos en el posterior despliegue de las vanguardias plásticas y poéticas, hizo brillar su ironía ante el tribunal y fue absuelto.
Una pregunta viene con estas anécdotas: ¿qué idea de bomba –positiva, pues la asocia con la literatura– tendría el poeta con fama de esteticista y hermético?, ¿qué significan esas relaciones, de cercanía y desmarque a la vez, con las otras bombas, las confeccionadas con explosivos? Es curioso que anécdota parecida se repita en Valle-Inclán. La noche antes de que Mateo Morral lanzara un ramo de flores de dinamita sobre la comitiva nupcial de Alfonso XIII (calle Mayor de Madrid, mayo de 1906), causando veintitrés muertos, el anarquista había asistido a la tertulia de Valle, como hacía últimamente. Morral se suicidó en un descampado tres días después, y Valle acudió con Ricardo Baroja, el pintor, a ver su cadáver, expuesto públicamente. De esta historia nacerán dos textos, al menos. Uno es el poema “Rosa de llamas”, incorporado a El pasajero en 1920, con característica prosodia modernista: “En mi senda estabas lóbrego lucero, / con tu torbellino de acciones y ciencias: / las rojas blasfemias por pan justiciero, / y las utopías de nuevas conciencias. // ¡Tú fuiste en mi vida una llamarada / por tu negro verbo de Mateo Morral! / ¡Por su dolor negro! ¡Por su alma enconada, / que estalló en las ruedas del Carro Real!” Aunque en la versión de 1930 se suprimen el nombre y las circunstancias, hay otras páginas de Valle –el segundo texto mencionado– que no dejan dudas: llamó Mateo al preso anarquista con el que Max Estrella coincide en el calabozo, y a quien el protagonista de Luces de bohemia quiere dar el nombre de Saulo como signo de conversión –“tú fuiste en mi vida una llamarada”–, para luego suscribir la violencia de su desafío al capitalismo.
De bombas como estas habla –en la línea de Mallarmé– Francis Ponge, de la bomba más eficaz para una acción revolucionaria, para eliminar las condiciones de la opresión social. “¿Cuál era mi actitud, mi lugar ante el lenguaje o la escritura de las palabras? No era ya un sable o una flecha, sino una bomba lo que quería preparar, algo más acabado, más secreto, pero mucho más eficaz una vez que se hubiera puesto en acción”. El poema como mecanismo de relojería, como pieza de lengua minuciosamente dispuesta para volar la lógica establecida, para “hablar contra las palabras”. Pues, al fin y al cabo, quizá el arma opresiva más temible sea también el modo en que el sistema controla las palabras.
Me llevaron a revisar esta red de relaciones entre poema y bomba unos versos de Emily Dickinson, a quien el tópico alejaría de este ámbito. Como siguiendo –un siglo antes– el mismo recorrido de Ponge, ensayaba primero armas blancas: “Hay una palabra / que lleva espada / Puede atravesar a un hombre armado – / lanza sus sílabas punzantes / y enmudece de nuevo”, y más tarde añadía: “El alma tiene momentos de huida / cuando revienta todas las puertas – / y danza, como una bomba, afuera, / y se columpia sobre las horas”. Partía de una situación frecuente en sus poemas: las ataduras, el encierro –“el alma tiene momentos vendados / cuando el espanto no la deja moverse”–, y evocaba luego una explosión de vida que hace saltar esos límites; al final, cuando recaiga y “el horror” la aprese otra vez, anotará que tiene “grilletes en los pies de pluma, / y argollas en la canción”. Bomba, baile, canción, escritura, son libertad, formas de la vida. Cita este poema Adrienne Rich, en un ensayo de expresivo título: “El Vesubio en casa”; habla de cómo para Dickinson la violencia son los límites impuestos (el encierro no ya en la casa, por ella querido, sino el de los códigos sociales) y la ruptura interna, el desgarro a que se ve sometida sin pausa (“Sentí una hendidura en mi mente / como si mi cerebro se hubiera partido // Traté de unirlo –costura por costura / pero no pude hacerlas coincidir”).
De estos estratos de violencia no parece fácil hablar hoy, sería casi impensable la imagen de la bomba y sus ambiguas proximidades (de hecho, la mayoría de las versiones de Dickinson no traducen bomb por bomba, sino por torbellino o cohete). Son otros los tiempos: Fénéon, turinés de origen, fue absuelto; sus compatriotas italianos del movimiento autónomo, filósofos y escritores, pasaron en la cárcel los aún cercanos años 80. La violencia ahora es tabú, y todavía más las bombas; y, sin embargo, la mirada de Dickinson abarca sus múltiples niveles, las capas superpuestas, y muestra que algo de la vida más íntima se juega –junto a la vida social– en su percepción. Porque, además, el tabú está marcado por la doblez: en su país, considerado hoy como referencia mundial (y fuente principal de ese tabú), los habitantes viven tranquilamente armados hasta los dientes. Escribía Hilde Domin, otra inesperada experta en bombas, que “los cuerpos explosivos tienen en los fundamentos un efecto muy diferente del que tienen los cuerpos explosivos que se queman más arriba”.
Lecturas.
–Stéphane Mallarmé, “Sur l’explosion á la Chambre des Députés”, en : Œuvres complètes, vol. II. Edición de Bertrand Marchal. París, La Pléiade, 2003.
–“Sur l’arrestation de Félix Fénéon”, ibídem.
–Jesús M. Monge, “Rosa de llamas: Valle-Inclán y Mateo Morral en la revista Los Aliados": http://www.elpasajero.com/MATEOMOR.htm
–Ramón del Valle-Inclán, Claves líricas. Barcelona, Círculo de Lectores, 1991.
–___, Luces de bohemia. Barcelona, Círculo de Lectores, 1991.
–Francis Ponge, Entretiens avec Philippe Sollers. Paris, Gallimard / Seuil, 1970.
–Adrienne Rich, Sobre mentiras, secretos y silencios. Traducción de Margarita Dalton. Barcelona, Icaria, 1983.
–Hilde Domin, ¿Para qué la lírica hoy? Traducción de Juan Faber. Barcelona / Caracas, Alfa, 1986.