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La luz herida
Juan Bautista Villaseca
Taller Ditoria,
México, 2013.
Por Álvaro Cortés Rosas
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No. 107 / Marzo 2018



En la poética de la portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen se insinúa que la creación de un verso es como si el escritor estuviera en un cuarto oscuro y encendiese una vela. La luz que ésta refleja le permite vislumbrar formas, colores, objetos y sensaciones que antes le eran impedidos. Debe entonces estar atento. Ser muy observador de lo que la flama con su fulgor le descubre. Ahí está su inspiración. El poeta, al describir lo que la vela alcanza a iluminar, crea sus versos, hace un poema.

¿Qué pasa cuando la luz no proviene de una vela, sino una fuente más intensa? La respuesta podría estar en los poemas que Juan Bautista Villaseca reunió para La luz hiriente, libro en el que parece que al poeta le fue iluminada la totalidad de la faz a la que algunos solo acceden por fragmentos y, ante la inmensidad de revelación, optó por una composición de una coherencia interna tal, que pudiera reunir todo ese fenómeno de luz en una forma concisa y bella. Es así como se podría explicar que el poemario de Bautista Villaseca es enteramente conformado por sonetos.

En este punto, hay que mencionar que Luz hiriente fue publicado por primera vez en 1959, ochenta años después de que Rubén Darío —quizás el principal sonetista de América Latina— diera a conocer a temprana edad su primera composición endecasilábica. Así, cobra más sentido y relevancia la luminosidad que Villaseca vertió en una estructura poética no tan recurrida para su época. Un acto que podría entenderse como “respuesta a la práctica lírica conservadora del nocturno”, señala el poeta e historiador literario José Manuel Recillas. Así, su poética del diurno ilumina con el filtro de las palabras todo lo observable y ese agolpamiento de ideas en la revelación encuentra un orden coherente en el soneto.

Clasificados como “sonetos humanos”, “del tiempo embotellado”, “habitaciones del amor”, “árboles del idioma” y poemas que viajan por “la región del aire y la del fuego”, los poemas de Bautista Villaseca muestran diferentes rangos de expresión, revelando las infinitas posibilidades del lenguaje dentro de una estructura definida e inflexible, como se supone que es el soneto. En los primeros, la luz parece descubrir la conciencia de la muerte, la imposibilidad de la alegría, así como el estado nómada de personajes a los cuales consigue condensar en catorce versos. Este mismo ejercicio lo realiza en “árboles del idioma”, donde brevemente describe la poética de los que parecen ser cuatro de sus principales influencias: Fray Luis de León, Quevedo, Garcilaso de la Vega y el ya mencionado Rubén Darío.

Por otra parte, “habitaciones del amor” y “sonetos del tiempo embotellado”, son un ejemplo de los extremos en los que se desenvuelve la poesía de Villaseca. Por un lado, en la forma clásica, donde el amor y el aire caballeresco ronda por los versos y, por el otro, en la expresión abstracta —quizás alquímica— del tiempo, ese “químico obstinado / en mezclar el presente y el futuro / en la probeta inerte del pasado”.

Ya que Juan Bautista Villaseca es un poeta poco conocido y son escasos los registros que se tienen de él, La luz hiriente sirve como material que nos permite dibujarnos un autor. Así, quizás podríamos decir que se trata de un ejercicio luminoso, donde lo iluminado alguna vez por las palabras de Villaseca ahora se refleja hacia nosotros y permite vislumbrar al poeta que por ahora permanece en la oscuridad. Su poesía lo hace salir a la luz.