Resulta muy fácil confundirlo con un español. Cuando habla, su castellano posee un inconfundible acento ibérico, lo que refuerza su nariz aguileña y su angulada barba entrecana, sus sacos y camisas de cálidos tonos mediterráneos, sus enérgicos movimientos. Sus posturas. Vamos, hasta su manera de fumarse un cigarrillo.
Juan Antonio Masoliver Ródenas es un humanista de visión universal. El poeta catalán ha sido, durante largas décadas, uno de los críticos literarios más influyentes de España, a través de las páginas del diario La Vanguardia —si bien todas sus entregas provenían de las islas británicas, ya que fue catedrático de Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad de Westminster, de Londres—; quizá el crítico de alcances más panorámicos, más eclécticos.
Nunca me he sentido demasiado enraizado, nunca me he sentido español —explica mientras mira, sin beberlo, el café sin cafeína que pidió—. Si uno tiene un poco de sentido autocrítico no puede ser ni patriota ni nacionalista. Supongo que tendré raíces pues viví toda mi vida fuera del pueblo en el que nací, El Masnou, cerca en Barcelona, y ahora he vuelto. Aquella es la gente con la que viví desde pequeñito y a lo mejor pensaba que son unos hijos de la chingada, pero son los hijos de la chingada que conozco, gente buena y mala. Pero no puedo decir que tengo raíces españolas, un catalán puede ser español pero podría lo mismo decir que es francés o italiano.
Tan no siente ese falso nacionalismo, que hubiera preferido que Italia se alzase con la Eurocopa antes que la selección española, pues “objetivamente me parece un futbol más atractivo, Aragonés me parece un racista y me gustaría para que pierdan la arrogancia que tienen, parece que hubieran conquistado América, y se les baje un poco”.
La larga estancia londinense es apenas un pequeño ejemplo de su vida itinerante, pues este autor se ha regado por infinidad de hogares, de paisajes, de sensaciones, en Italia, en Irlanda, en México, en Argentina, en mil sitios. Y justo su poesía está llena de esos ingredientes, es paisajista, es sensorial, es desgarrada, como puede comprobarse en libros como el más reciente, Sònia o La memoria sin tregua, publicados en la editorial Acantilado, o En el bosque de Celia en Ediciones Sin Nombre. Su reciente visita a México lo llevó a leer sus poemas en el Festival Internacional Letras en San Luis Potosí y luego en la Casa del Poeta.
La mía, es una poesía hedonista y sufrida, de los sentidos, y muy visual, creo. Y luego hay algunos poetas que me han influido mucho como Pavese a quien traduje porque siempre me gustó, desde pequeñito quedé enamorado por la soledad que parece nostalgia y no lo es, además, tiene una lengua que parece muy coloquial sin serlo. Y César Vallejo en la cosa más desgarrada, en lo doliente. Son los únicos dos poetas que yo diría que me han influido. La poesía de los demás poetas no me influye demasiado, me influye mucho más la música pop y la pintura, mi poesía está siempre llena de imágenes, de sensaciones.
La particularidad española en la poética no sólo es su continuidad estética, sino que es muy ensimismada, muy encerrada.
Como todo lo español. El español es autorreferencial por ignorancia de lo que pasa afuera, no tiene otra respuesta. Al español, lo siento muy encerrado. Si ves la historia es porque han sido conquistadores o conquistados. Los conquistadores nunca conocen la otra cultura; en América Latina estuvieron explotando la cultura pero nunca entraron en el alma de un mexicano o de un peruano, y cuando estuvieron mal, como con Franco, vivieron totalmente aislados, no sabían lo que pasaba en el resto del mundo, y esto les ha hecho hablar siempre como españoles, no como otra cosa. El español es muy inflexible.
Usted trata de romper con esa inflexibilidad.
Yo trato de romper con todo eso, como trato de romper con los tabúes sexuales y los de la lengua, todos estos prejuicios, lo mismo los familiares. No es obligatorio que la madre sea esta mujer idealizada que todo lo sacrificó por nosotros, éramos ocho hermanos y no se podía sacrificar por tantos pendejos, teníamos que arreglarnos por nuestra cuenta. Cuando he estado fuera de España, veía cosas muy buenas y también muy malas, y siempre trataba que no me perdiese el nacionalismo, la nostalgia ni el sentimentalismo. Por eso creo que mi poesía, sobre todo la prosa, es muy dura, a pesar de que hay cierto humor.
Claro, un humor acerbo, acre.
Creo que el humor es importante. Siempre he dicho que el español tiene mucho sentido del humor con los demás pero muy poco hacia ellos mismos, que es muy bueno riéndose de los demás; en cambio yo hago mucho autorretrato negativo de mí. Claro, si yo estoy destruyendo a los demás, tengo que saber destruirme a mí también y no parecer que quiero ser el rey. Un poema es todo lo que has ido leyendo en tu vida, lo que has ido viviendo, lo que has ido sintiendo. Además, uno trata de ser consistente con su línea poética, yo tengo que escribir una concepción del mundo y del lenguaje, que el lector diga: éste es el Masoliver otra vez, siempre con las tetas y los culos y la madre y el paisaje, me tienen que identificar.
Usted es muestra viva de que el ideario castizo de una lengua, una religión y un rey nunca fue cierta. Siempre existió una España variopinta.
Para empezar, somos muchos los que somos republicanos. Quizá coyunturalmente nos fue bien tener un rey en el momento en que murió Franco, que esa era la única salida para que el país no hubiese caído en una violencia tremenda y otra vez en un golpe militar como el de Tejero. Pero yo no defiendo la monarquía ni el derecho hereditario porque a lo mejor el siguiente es un imbécil y ni es tan simpático como su padre. Yo creo que la política la tienen que hacer los políticos, no heredar los privilegios. Los países católicos tienen una ventaja, que los que no lo somos resultamos más viscerales, igual que con la monarquía, tenemos más conciencia de reaccionar contra las instituciones que vuelven más rígido a un país. Un país que siempre tiene una monarquía y que sólo tiene una iglesia es malo.
¿Cómo puede moverse entre la creación literaria, eminentemente personal, y el comentario literario, que tiene que ver más con las filias como lector y especialista en diversas lecturas?
Es complicado. Para empezar, ayuda tener percepción crítica de lo que uno escribe. Si uno es crítico y ha estado criticando a los demás, es lógico que también, si se es ligeramente humilde, sepa aplicarse esto a su propia escritura. Se nota enseguida el escritor que no ha sido crítico. Los poetas carecen del aparato crítico. Por otro lado no me influyen las críticas que hago sino las lecturas de las cosas que me gustan. En la crítica trato de ser muy abierto. Critiqué La reina del sur no porque fuera un best seller sino porque me parecía un libro mal resuelto que no explicaba bien el narcotráfico en México, ni el narcocorrido, que lo tomaba muy a la ligera, eran fallos de preparación. Lo puse mal por ese motivo no porque diga que no leo a Reverte. Tengo que hacer crítica y me debo al público, aunque mis gustos no tienen nada que ver con el lector de un periódico normal.
En esta larga trayectoria suya como crítico literario habrá quien dude de su talento literario.
Publiqué mucho más tarde que los de mi edad y para entonces mi edad era distinta a la de los jóvenes que comenzaban. Y soy un crítico muy conocido, entonces la gente piensa que si soy crítico no puedo ser creador. Hasta yo digo de vez en cuando que si alguien es crítico es un creador resentido o frustrado.
¿Era previsible, en los años setenta, que la industria editorial española lograra conjuntar consorcios trasnacionales tan poderosos y que otras pequeñas editoriales desaparecieran?
No era previsible. Como tampoco lo era que el sueño de todos los latinoamericanos fuese publicar en España, esto es una cosa nueva y lamentable, porque es volver al colonialismo. Los españoles aprendimos a leer gracias a editoriales mexicanas como el Fondo de Cultura o argentinas como Losada o Emecé, con muy buenas traducciones de Kafka, Steinbeck o Faulkner, bien traducidos además, porque ahora los españoles están traduciendo muy mal. Era inimaginable pensar que en España habría cultura del best seller, que Planeta se convirtiera en uno de los editores más importantes de Europa, cosa muy negativa. El problema es que absorben a editoriales como Destino o Seix Barral que eran independientes y con una línea muy marcada, ahora les hacen producir dinero, hacer concesiones, publicar autores que vendan. Es un hecho bastante insólito, pero por otro lado es cierto que publican muy bien, mis libros en Acantilado son una joya, son preciosos.
En México los suplementos culturales doblan las manos ante los requerimientos comerciales o del mercado, más que atender a la literatura misma.
Creo que aquí ha sido más dramático. Cuando llegué, hace treinta años estaba el suplemento de unomásuno, luego vino el de La Jornada, que duraron muchos años y eran muy buenos. Apareció también El Ángel de Reforma, que tuvo etapas buenas, pero ahora es tremendo de malo. En España, los suplementos ahora están un poco en crisis, menos ABC que es el mejor de todos junto con La Vanguardia; El País solía ser el mejor, pero ahora sirve a los intereses del grupo PRISA, o sea, Alfaguara, y han ido eliminando la crítica literaria, todo son artículos y páginas monográficas dedicadas a un pendejo cualquiera. Hay una crisis por decir lo menos.
Es un mal sintomático.
Es un mal porque el concepto editorial ha cambiado mucho. La mayoría de las editoriales son grandes empresas, lo que condiciona en cierto modo tanto a los libros que se publican como a los medios. La ventaja de llegar a cierto estatus como crítico es que ya no me pueden tocar, no me pueden exigir que reseñe cierto libro. Pero al ochenta por ciento de los críticos se los pide el que dirige el suplemento por intereses que tiene con la editorial y eso obviamente rebaja la calidad y la tendencia de los suplementos. El ABC, pese a ser un periódico conservador, no lo es en la página literaria, que dirige un tipo muy competente y tiene críticos muy buenos.
Sucede que este nuevo orden literario, en el que privan las ventas, ha afectado a la literatura.
Para empezar, yo creo que es curioso que en la época del franquismo hubo figuras literarias más brillantes que ahora. No es que yo sea franquista, es que es una realidad, se ve que las dictaduras inspiran a la resistencia, y ahora no existe, España es una sociedad muy burguesa en la que ha desaparecido la izquierda radicalmente. El socialismo no es radical, no hace cambios en la sociedad, se debe a las grandes empresas y al dominio del capital como toda la política en el mundo en este momento. Durante el franquismo se encontraba a Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio, Martín Santos, los hermanos Goytisolo, Josefina de Aldecoa, Martín Gaite, puedo citar una serie de individualidades, todas muy superiores a lo que tenemos ahora con excepción de Enrique Vila-Matas, Javier Marías y cuatro o cinco más. En conjunto no tenemos grandes figuras pero sí niveles más estables, el nivel medio es más alto, hay más editores y su exigencia es mayor, y el lector ya puede comprar libros, antes no.
Pero este dominio de los grandes consorcios ha creado un espejismo: que la gran literatura en castellano proviene de España por encima de Latinoamérica.
Esto lo que dicen ellos. En la época llamada del Boom, claro, surgieron escritores tan poderosos que los españoles se sintieron acomplejados. Entre el hecho de que García Márquez, Vargas Llosa y otros vivían en España, el modelo era la literatura latinoamericana. Pero en este momento los españoles están convencidos de que ellos son los grandes y los latinoamericanos ni existen. Aquí está Pre-Textos una editorial muy buena para la traducción de poesía, que acaba de publicar la obra de Rafael Cadenas, el poeta venezolano, una obra importantísima que allá nadie comenta. Murió el venezolano Eugenio Montejo, uno de los grandes poetas de América Latina que se le estaba pensando para el Premio Cervantes y allá dan la noticia en cuatro líneas. A Pitol no se le conoció hasta que le dieron el Cervantes y él mismo lo dice, si no fuera por Masoliver y no sé quién más, no lo hubieran conocido.
Habrá alguna forma de combatir o detener este fenómeno de los consorcios transnacionales porque en México están acabando con importantes sellos locales.
En España han intentado absorber a Anagrama y no han podido, y están saliendo varias editoriales independientes de cierto poder económico, ha surgido Acantilado, que es una editorial del medio, ya no es marginal. Los escritores deciden publicar en las editoriales que tienen más prestigio literario que las que les dejan más dinero, además en las que tienen mucho dinero hay que ir con cuidado porque al principio te lo dan pero luego ya no.
Usted se distingue de la poética española pues se aparta de su homogeneidad, quizá por su cercanía a otras culturas.
Lo que me hace distinto es que yo he vivido fuera de España desde que tengo veinte años, prácticamente toda mi vida. Eso me ha hecho peor, porque ser catalán ya te hace distinto del resto del país. El hecho de haber vivido mucho tiempo en Italia, el haber estado en Francia, el haber vivido en Inglaterra casi cuarenta años y enseñado con el sistema de universidad inglés que es muy bueno, me ha hecho distinto. Luego, he publicado muchísimo más tarde que la gente de mi edad, el que nació en 1939 como yo, para el 1959 ya había publicado un libro, y yo lo hice hasta los cuarenta años. Como crítico empecé a los 33 años, más tarde de lo normal, todos mis amigos empezaron a escribir en revistas y periódicos al acabar la universidad, cosa que yo no hice. Mis lecturas han sido muy distintas también, era de los poquísimos que sabía de literatura latinoamericana, de la italiana, de francesa todo mundo sabía. Haber estado mucho en América Latina, tanto en México como Argentina, me daba flexibilidad en la lengua, he conocido otros registros, lo cual la hacía mucho más rica. Tengo cuentos escritos como si estuviesen ocurriendo en México, sin mexicanismos, pero con la atmósfera.
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