Poesía en
Voz Alta 2008: De accidentes, balas y sones
Por Melissa Larios La cuarta edición del Festival de Poesía en Voz Alta ha terminado y con ella, la emoción que nos produjo durante tres semanas. Los que asistimos a todas las funciones vimos desfilar todo tipo de artistas provenientes no sólo de las “extranjías” sino también de nuestra República Mexicana. Fuese en el nuevo foro al aire libre de Casa del Lago o en la Plaza de la Santísima (frente a la Iglesia de la Santísima, en la calle de Santísima esq. con Moneda, en el Santísimo Centro Histórico). Los artistas de talla mundial que se presentaron dejaron boquiabiertos a más de uno, y aquellos que ya son casi emblemáticos del Festival (Verbobala, por ejemplo) no desairaron a sus fieles seguidores. Desde el jueves 25 de septiembre y hasta el sábado 11 de octubre las presentaciones en las diferentes sedes del festival tuvieron la total aceptación del público y una afluencia cada vez mayor que en las presentaciones anteriores. Y al grito de “Poesía Escénica, Poesía Multimedia” arrancamos sin mayores preámbulos y muchas ganas de verlos a todos. En la primera semana la variedad cultural estuvo al por mayor. Los españoles, o más bien catalanes, de Accidents Polipoétics nos llenaron de risas, reflexiones, accidentes y polipoesía (como más tarde aprenderíamos en un excelente taller de creación literaria que coordinaron ellos mismos en el Centro Cultural de España); el uruguayo Héctor Bardanca nos sorprendió con sus ritmos y sus proyecciones y el francés Zédesse nos dejó con cara de “what?” por lo impresionante de su poesía (en términos auditivos era una delicia escucharle) y porque seguir la traducción impresa era todo un reto, por la velocidad con que recitaba su obra (de memoria, cabe mencionar). Los japoneses Kiwao Nomura y Tetsu Saitoh llevaron a los presentes a un universo donde sólo las notas musicales, los kanji y las palabras se entienden entre ellos, dejándonos apenas entrever su magia. La francesa Laffaillete, al igual que Zédesse el día anterior, nos llevó de prisa y sin escalas a su mundo de ritmos y acentos melodiosos. Y entonces, para el final de la semana, nos tocó el primer compatriota. El mexicano Ricardo Castillo presentó “Nota Obstinada” que se tradujo en ambas, notas y definitivamente obstinación, que no desmerecieron en absoluto frente a sus compañeros de escenario. Todo esto mientras torrenciales diluvios bañaban el Bosque de Chapultepec. Aún así los asistentes nos quedamos y no dejamos de escuchar ni una letra de las presentaciones, pero sí salimos con lodo en los zapatos, a modo de “souvenir”. Lluvia desconsiderada, ¿no ves que estábamos oyendo poesía? Ah, pero el domingo, ni el diluvio universal, ni las manifestaciones domingueras nos podrían haber detenido; vimos nuevamente a Bardanca, a Zédesse y a Accidents Polipoétics en el Teatro del Pueblo, esta vez sin souvenirs del color (y la textura y el olor y… todo) de la tierra. La segunda semana tuvimos una mezcla que pareció experimento gourmet: Alemania, Argentina, Chile España, Estados Unidos y México. El miércoles, la lluvia nos permitió llegar a la Plaza de la Santísima y ver con asombro, grandes cantidades de personas que nos reunimos allí, atrás del Zócalo, para escuchar aquello que nos tenían que decir los performers. Vimos a un muy sereno Michel Abdollahi quien en un alemán pausado y reflexivo, contó sus ideas; vimos también a la siempre impresionante Mónica Maristáin, acompañada de otras dos poetas que gritaban a los cuatro vientos (altavoz en mano) su Drinking Thelonius; y al mexicano Juan Pablo Villa que hizo gala de su improvisación vocal, —al igual que Mónica, ya tiene una gran agrupación de seguidores que preguntaban incesantes por los discos y libros —. El sábado, llegó el momento que esperaban aquellos que querían conocer en persona al “guitarrista de Patty Smith y Nick Cave”. El estadounidense Gary Lucas y su amigo poeta y español, Bruno Galindo, nos llevaron de vuelta al rock de ayer, hoy y siempre mientras el público se desvivía en aplausos que no cesaban, ni siquiera ante el enojo de Tláloc que no recibió invitación lacrada para el Festival. La chilena Verónica Zondek, llevada por las águilas de sus proyecciones, contó las gotas de lluvia que caen y caen, y los muertos que dejamos a nuestro paso por este mundo. Y para sentirnos menos culpables del daño ambiental y la furia de Tláloc, rapeamos un poco con Sulaiman Masomi, él en alemán y nosotros, en algo parecido (o bueno, por lo menos sonaba similar a lo que decía). Al final, el experimento resultó en un verdadero banquete internacional. Con la tercera semana vinieron las fiestas y las despedidas… El martes, (después de haber aprendido sobre el desarrollo del Slam en México con la proyección Los peces del viento, el domingo anterior) nos fuimos todos al Zinco Jazz Club, a demostrar que aprendimos, y aprendimos muy bien. Muchos buenos poetas salieron a la luz, otros cuantos guardaron silencio, tomando ánimos para participar en otra edición del Torneo de Slam. Al calor de la convivencia con amigos y extraños, las propuestas poéticas fueron sorteadas y juzgadas una a una, para encontrar un vencedor absoluto. Habiéndolo encontrado, pasamos a más presentaciones. Nuevamente en la Plaza de la Santísima, la tarde fue para México: Mónica de la Torre, con su poesía multimedia, Daniel Malpica en colaboración con No Somos Rusos nos llevaron del alucín al baile, en minutos, para cerrar la noche con Son de Madera, agrupación veracruzana de Son jarocho-fusión que cantó, entre otras cosas, La Bruja, en el lugar más idóneo para ser asustados: pleno Centro Histórico, casi a las 9 de la noche. Justo cuando estábamos más encarrerados, llegó el final. Desde Estados Unidos y sin decir ni agua va, Tim Seibles nos puso a pensar, con palabras, con ideas, con racismo y sus consecuencias… Y para seguir con la ideología, Verbobala, uno de los más esperados del Festival y siempre presentes en todos los performance, hicieron su entrada triunfal, entre sombras y campanas, para contar las historias de “aquella viejita de Sonora”. Camisetas, libros, CD’s y DVD’s fueron y vinieron como pan caliente. Como en todo, el momento final llegó: desde Quintana Roo, Martiniano Pérez Angulo y su proyecto Tumben K’ay, con música y poesía mayas, para cerrar el Festival. ¡Ni modo!, otra vez se nos fue el tiempo de las manos. Algún día le ganaremos y haremos del Festival de Poesía en Voz Alta algo permanente. Mientras eso sucede, sólo nos queda esperar la siguiente edición. Ojalá muchos (o todos) los que estuvieron este año, regresen pronto a México, porque no sólo nos asombraron y en algunos casos, inspiraron; también expandieron nuestros horizontes como estudiantes y futuros artistas. {moscomment}
|